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Era el contrapunto ideal para Luis Fernández, el ancla prudente que sujetaba los impulsos del técnico. Pierre Alonzo era la calma en medio del tempestuoso carácter del tarifeño. Ambos formaban una de esas parejas improbables que solo se comprenden cuando te das cuenta que son ... las dos caras de la misma moneda. Tenían en común poco más que el idioma y el fútbol, que interpretaban en la misma longitud de onda. Uno era la estridencia y el otro el silencio; la forma y el fondo. Pierre aportaba el método imprescindible para desarrollar cualquier trabajo y Luis la improvisación genial que sorprendía a propios y a extraños. Parecían agua y aceite, pero formaban un dúo que se entendía con la mirada.
Habían estado juntos en el Cannes y en el PSG, con el que ganaron la Recopa en 1996. Tras aquel éxito recalaron en un Athletic en crisis deportiva desde la marcha de Heynckes. El torbellino de Luis Fernández eclipsaba todo lo que había a su alrededor así que Pierre Alonzo apenas ocupó espacio en los medios. Era el ayudante de Luis Fernández, un hombre discreto, callado, que prefería pasar desapercibido, encantado de interpretar ese papel aparentemente secundario.
Pero Pierre Alonzo era cualquier cosa menos un secundario. A su cargo estaba el diseño de cada entrenamiento, que programaba meticulosamente. Cuando los jugadores estaban todavía en el vestuario Pierre ya había colocado con mimo los conos y las picas y había comprobado que el campo estaba perfectamente regado. Cuando los protagonistas saltaban al escenario, él pasaba a un discreto segundo plano, al lado de Luis, o trabajando con algún jugador fuera del grupo.
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Sabía dónde estaba y era consciente de cuál era su papel. Amortiguar los impulsos de un tipo tan volcánico como el tarifeño no era tarea sencilla, pero Pierre tenía un ascendiente especial sobre Luis. En los momentos de mayor tensión era el único capaz de sujetar y calmar a su jefe y evitar que las cosas fueran a mayores.
No es extraño que alguien con su carácter hiciera muy buenas migas con quien puede calificarse como la personificación de la discreción. En los tiempos en los que no existían las tabletas y las estadísticas eran todavía cosa del baloncesto, Pierre Alonzo y José Ángel Iribar llegaban a los campos cargados con grandes rollos de papel donde habían dibujado los diagramas de las jugadas de estrategia, que repasaban en el vestuario con los jugadores justo antes de saltar al campo. Luis enardecía a los futbolistas antes de la batalla picándoles en su amor propio; Pierre y el Txopo les explicaban los detalles en voz baja. Los grandes titulares y la letra pequeña.
Era un virtuoso de la petanca y le gustaba demostrarlo en las tediosas concentraciones en Clairefontaine, la sede de la selección gala en la que el Athletic se ejercitó durante dos veranos. Después de cenar a la hora francesa, con el sol todavía radiante, Pierre disfrutaba descubriendo los secretos del juego más popular entre los franceses.
Hombre de pocas palabras, «bien joué!» era su escueta expresión para confirmar que alguien había hecho bien su trabajo en el partido o en el entrenamiento. Solo perdió los papeles una vez durante toda su estancia en el Athletic. En un partido de Copa contra el Extremadura en el que Pérez Burrull expulsó a Nagore y Larrazabal y se saldó con una derrota 2-0, rompió el lateral de metacrilato del banquillo de un puñetazo, en medio del asombro de todos. Nada más terminar el partido se apresuró a pedir disculpas a los directivos del Athletic, disgustado consigo mismo por lo que consideraba un comportamiento impropio de alguien que estaba representando al club.
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