Un patinazo inesperado

A lo mejor no viene mal este brusco aterrizaje en la cruda realidad después de tanto tiempo en las nubes. El empate se daría por bien empleado si sirviera para que dejáramos de hablar de finales europeas en San Mamés y esas cosas. No se trata de ponernos fúnebres al primer tropiezo pero nunca está de más un poquito de sentido de la realidad.

El empate duele más por cómo se produjo que por el propio marcador. No podía pintar mejor la cosa antes del partido. Valverde lamentaba bajas importantes, pero es que Bordalás no podía hablar ni siquiera de bajas sino de una plantilla en precario porque la situación económica de su club no da para completar la nómina reglamentaria.

Y, sin embargo, ese Getafe cosido con hilvanes fue superior a su rival durante muchos minutos, demasiados. En realidad, tuvo todo el choque controlado excepto el último cuarto de hora, cuando el Athletic, con Nico Williams como solución forzada, se lanzó a un desesperado abordaje que no obtuvo más fruto que un violento y colocado disparo del propio Nico al que el portero respondió con una gran estirada. Hubiera sido maravilloso que Nico saliera al rescate y marcara el gol decisivo, pero los cuentos de hadas ocurren muy de vez en cuando en el fútbol. Ese disparo, otro de su hermano que salió a pocos centímetros el poste en el último minuto de la primera parte, y el gol de Sancet, constituyeron toda la producción ofensiva del Athletic a lo largo de los más de cien minutos de partido. Muy poca cosa para merecer algo más que un empate.

Sería un error quedarnos con los últimos minutos del partido, los únicos en los que el Athletic se pareció algo al equipo que conocemos. El fiasco se produjo mucho antes, a lo largo de una primera parte salvada por el inverosímil gol de Sancet, que daba a los rojiblancos una ventaja que no habían merecido. Lo que vino después del descanso fue bastante peor todavía.

Venía acusando el equipo una cierta flojera defensiva en los amistosos del verano, y ahí está la cifra de goles encajados para corroborarlo, aminorada por la intrascendencia de los choques. Pero cuando llegaron los puntos en juego y un rival decidido a disputarlos, las costuras saltaron por los aires hasta descoser toda la estructura.

Al Getafe le bastó con ser un equipo pegajoso en el centro del campo y lanzar una y otra vez a Carles Pérez por la banda y a Uche por dentro para que al Athletic le temblaran las piernas. La flojera defensiva obligó a los de Valverde a jugar mirando siempre por el retrovisor, temeroso de lo que pudiera ocurrir a su espalda. Vimos mucho más a Padilla que a David Soria salvo en los ya comentados últimos minutos, los del abordaje a la desesperada, tan meritoria como ineficaz.

Al final, resultó que Valverde añoró más a sus bajas que Bordalás a sus carencias. Así suelen ser las cosas en el fútbol muchas veces. El Getafe compitió mejor que un Athletic en el que no hubo orden ni concierto, en el que los jugadores se comportaron durante demasiado tiempo como si no se conocieran de nada y era la primera vez que jugaban juntos.

Volvamos a ser obligadamente optimistas en medio del fiasco y recordemos que el debutante Padilla acabó siendo el mejor del equipo. Siempre se encuentra alguna buena noticia si se sabe cómo buscar.