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Estaba el partido en el filo de la navaja cuando en el minuto 83 a Valverde se le ocurrió hacer un doble cambio en el centro del campo. Vencedor y Vesga sustituyeron a Dani García y Zarraga. En el circo, ese movimiento hubiera venido precedido ... por un redoble de tambor y el grito del maestro de ceremonias: «¡Peligra la vida del artista!» Y es que ya son ganas de jugar con el corazón del personal recurriendo a uno de los condenados a estar siempre entre los sospechosos habituales, y a otro jugador al que has tenido solo para rellenar las convocatorias desde noviembre, exactamente desde el último partido antes del Mundial contra el Valladolid.
Pero antes de ese doble cambio, Valverde ya había tomado otra serie de decisiones que le cambiaron al equipo aquella cara cenicienta que paseó por el Sadar. No es que en Vallecas viéramos a la alegría de la huerta, pero es verdad que el Athletic fue otro; un equipo más equilibrado y, sobre todo, más valiente. No tuvo premio porque, haciendo balance, hubo mejoría, sí, pero fue insuficiente para ganar a un Rayo que, de la mano de Iraola, es un equipo alegre y con recursos para darte un susto cuando menos te lo esperas.
Mejoró el Athletic en todas sus líneas, porque los que salieron al campo supieron cumplir con los papeles que tenían asignados. Empezando por arriba, Guruzeta fue un nueve de corte clásico, que buscó el remate siempre que tuvo ocasión, pero que además se fajó con los centrales para frenar su salida e incluso robó algún balón que mereció mejor destino.
Sancet reapareció después de su mutis por el foro en el Sadar y el Athletic lo agradeció porque pudo atacar con más profundidad y constancia aunque le siguiera faltando la imprescindible inspiración en los metros finales. La pareja Dani García-Zarraga se complementó para que el primero barriera el centro del campo convertido en una pesadilla para los creadores del Rayo, mientras que el de Getxo trato siempre de dar sentido a las salidas del equipo.
Se jugaba mucho el Athletic en este envite después de las últimas decepciones; ganar era obligado para dejar atrás esa sensación de que la temporada está cayendo un año más en la intrascendencia con el equipo anclado en la zona media, mirando a los puestos europeos, sí, pero desde un mayor distancia cada jornada. En este sentido el empate no deja de ser una mala noticia, porque las cosas siguen como estaban y no se acaba de dar el paso adelante que se hace más perentorio a medida que se consume el calendario.
Y a la vista de lo que ocurrió, la igualada es el marcador más lógico para un partido vistoso y entretenido en el que no pasaron demasiadas cosas en las áreas. El trallazo de Nico Williams al larguero en el tiempo de prolongación no le redime de su flojo rendimiento y compensa el balón al palo de Álvaro García en las postrimerías del primer tiempo. De la misma manera, la parada de reflejos de Dimitrievski al cabezazo de Sancet, quedó igualada con el paradón rectificando en el aire de Julen Agirrezabala a otro tiro de Álvaro que tocó en RDT.
Hubo igualdad absoluta, así que no hay nada que objetar al resultado final. Quizá habría que preguntarse por qué el Rayo fue mejorando con los cambios y el Athletic empeorando a medida que iban entrando los hombres del banquillo, hasta llegar a unos últimos diez minutos en los que el Rayo puso cerco a la portería de Julen, aunque fuera sin demasiado peligro.
Hasta cierto punto, cabría considerar el empate como un mal menor para un equipo que lleva un tiempo enemistado con la fortuna. Si ante el Girona salió todo mal, en Vallecas el Athletic perdió a un buen Lekue, lesionado al golpear un balón, y a Sancet, expulsado por una de esas entradas que no son verdad ni mentira y que los árbitros suelen juzgar según el color de la camiseta que miran.
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