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Lo mismo que hay gente que tiene el feo hábito de meterse el dedo en la nariz, el Athletic ha adquirido la mala costumbre de perder finales. Las costumbres son así; las propias nos parecen lo más normal del mundo y las ajenas nos molestan, ... tanto que decimos que son manías para descalificar más a su autor. Si nos pillan a buenas hasta podemos transigir con esos defectillos ajenos que, sin embargo, tanto nos enervan cuando las cosas vienen cruzadas. Y esta fea costumbre del Athletic empieza a poner de los nervios hasta al aficionado más templado.
Valverde tiene la costumbre, o la manía, según, de meter a Raúl García en el sitio de Guruzeta cuando el partido llega a la hora de juego. Ayer también cumplió con ese ritual, como no podía ser menos. El personal quería cambios en el descanso, pero ya se sabe que el personal suele ser muy impaciente cuando su equipo va perdiendo.
También hay entrenadores que acostumbran a contar el fútbol con tono de milonga y arrastrando mucho las eses, como si ellos vieran este juego desde una perspectiva inaccesible para el común de los mortales; luego te plantan el autobús y te encanallan el partido como un Bordalás de la vida, pero ellos, ya se sabe, caminan a un palmo del suelo.
Las costumbres son difíciles de quitar, sobre todo las malas, así que el Athletic, fiel a sus feos hábitos, tampoco acertó a asaltar la sexta plaza en la tercera oportunidad que se le presentaba en el plazo de siete días. Valverde había dicho que lo de anoche era una final y ya se sabe lo que hace el Athletic en las finales. ¡Qué le vamos a hacer! Quitarse del tabaco debe de ser más fácil que ver a este equipo ganar cuando tiene que ganar.
Hace cuarenta años, los que en los prolegómenos del partido recibieron la mayor ovación de la noche, también empezaron una final perdiendo por un gol tontorrón, en propia puerta. Pero a los doce minutos ya habían empatado y se fueron al descanso ganando. Eran otros tiempos, y otros protagonistas, claro.
En aquellos años a ningún visitante de San Mamés se le hubiera pasado siquiera por la cabeza la posibilidad de aguantar noventa minutos en la catedral defendiendo un gol desde el minuto tres. Ahora no solo lo ven factible sino que se van con los tres puntos como hizo el Betis anoche, sufriendo lo mínimo imprescindible que se supone que tiene que sufrir cualquier equipo en casa del Athletic.
Como tantas otras veces, y siguiendo otra costumbre que ya empieza a molestar bastante, el Athletic llegó tarde al partido y tiró a la basura los primeros cuarenta y cinco minutos. Y este equipo no está para tirar nada a la basura. Los rojiblancos pagaron muy caro su despiste inicial.
Si recibir un gol desde un saque de banda en el minuto tres de una final ya tiene delito, los minutos siguientes constituyeron un ejercicio de impotencia en el que volvieron a aflorar todos los problemas que tiene este equipo para culminar arriba, con el añadido de la inquietud que sembraba un centro de la defensa improvisado que, por cierto, fue como un avance de lo que espera la próxima temporada más allá de declaraciones voluntaristas y confianzas ciegas.
El Athletic terminó apelando a lo de toda la vida, al derroche de adrenalina, el esfuerzo estajanovista y la carga de la caballería polaca. Antes solía ser una buena solución a falta de otras más relacionadas con el juego; en estos tiempos eso no alcanza para compensar tantas carencias.
Mereció más el Athletic, claro que sí, porque durante todo el segundo tiempo, puso cerco a la portería de Bravo, Sancet estrelló un voleón en el larguero y el balón rondó el área bética constantemente. No hubiera sido el empate un mal resultado, visto lo visto, y hubiera sido un marcador hasta lógico poniendo en la balanza todo lo que había pasado a lo largo de los noventa minutos, pero el infierno está empedrado de buenas intenciones y la historia del futbol está llena de los méritos frustrados de los equipos que no llegaron a nada.
El Sevilla marcó al final y el Betis al principio. En medio, el empate de Mallorca. La triple oportunidad del Athletic se resume en un punto de nueve posibles. Así no se va ni a Europa ni al barrio de al lado.
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