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Después de meses de silencio sepulcral que por momentos podía hacer dudar incluso de su existencia, los responsables de Lezama han hecho balance público de su trabajo a lo largo de esta temporada, concluida con la catástrofe del descenso de categoría del Bilbao Athletic hasta ... el cuarto nivel por primera vez en más de medio siglo de existencia del equipo.
Mikel González, director de fútbol, y Sergio Navarro, director de Lezama, comenzaron entonando el mea culpa por sus «equivocaciones y errores», una autocrítica que se queda en la pura retórica en tanto en cuanto dichos errores eran tan flagrantes que hubiera sido impensable no asumirlos.
Admitidos los errores, ambos se turnaron para presentar su trabajo y sus logros con una profusa exhibición de PowerPoint en el que se detallaban una serie de números que por sí solos tampoco dicen gran cosa si no se pueden comparar con lo hecho hasta la fecha o con lo que se hace en otros sitios. La mejoría en el diseño de las presentaciones y un discurso repleto de palabras acabadas en ing, como eventing y mentoring, con la cumbre narrativa de que cesar al entrenador como se ha hecho toda la vida, ahora se dice cambiar de liderazgo, fueron las principales novedades de la mañana.
Porque la captación, los modelos de desarrollo, los objetivos, el protagonismo del jugador y todo lo que es inherente al trabajo de Lezama parecen muy similares, matiz arriba o abajo, a lo que se ha venido haciendo desde hace muchos años, si acompasamos la historia de la cantera rojiblanca a los respectivos tiempos y a los medios de cada época. Sustituir la pizarra por el big data es una cuestión de calendario. Y es que por encima de las críticas que empezaron al día siguiente de su inauguración, Lezama lleva más de medio siglo funcionando razonablemente bien, con sus lógicos altibajos, como lo demuestra el hecho de que durante todo este tiempo el primer equipo se ha venido nutriendo de su cantera sin renunciar a su identidad y manteniendo un nivel competitivo más que aceptable en la máxima categoría.
La pólvora se inventó hace mucho tiempo y el fútbol… también. Lezama ha sido- y lo sigue siendo- eso que se llama un caso de éxito por encima de su recurrente utilización con fines electorales y las consabidas promesas de convertir la factoría rojiblanca en un referente mundial.
Sergio Navarro acabó cayendo en el discurso de toda la vida para tratar de explicar el monumental fracaso del Bilbao Athletic, o sea, aquello de que hubo partidos en los que el equipo mereció más, que encajó derrotas injustas o que la dinámica hubiera sido otra de no mediar aquel penalti o ese gol a última hora. Pero el hecho incontestable es que la joya de la corona de Lezama ha completado el curso más penoso de su historia y están por ver las consecuencias para los que han formado parte de su plantilla.
Los máximos responsables admitieron su error, pero no explicaron la razón por la que saltaron de la idea de elegir para el banquillo a un conocedor de la casa y de la plantilla, a otro absoluto desconocedor del club y los jugadores, para regresar, ahora con Gurpegui, al planteamiento original. Como tampoco parecieron muy coherentes sus movimientos en el mercado de invierno. Limitarse a achacar al estado de frustración de Pallarés sus últimas declaraciones poco menos que acusando a los máximos responsables de haber dejado caer al Bilbao Athletic en Navidad, tampoco aclara mucho las cosas, ni resulta convincente explicar la parálisis por la conveniencia de proteger a Gurpegui de cara a la siguiente temporada.
En definitiva, Mikel González y Sergio Navarro se lucieron contando su trabajo del Basconia para abajo, pero tuvieron más dificultades para explicar el desastre del filial, el último eslabón de la cadena, con todo lo que eso significa para el club a corto y medio plazo. Y eso es lo más preocupante. Porque los resultados de su trabajo con la base no se verán hasta dentro de unos años, pero el descenso del filial y las decisiones respecto a su banquillo son errores contantes, sonantes y con consecuencias tan inmediatas y lamentables que requerían una explicación prolija, mucho más que un lo siento, me he equivocado.
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