El Athletic encaró un partido en el que los puntos empezaban a urgir con dos recién llegados el año pasado, Prados y Jauregizar, en la sala de máquinas; dos debutantes, Adama y Djaló, en la banda izquierda y un portero recién salido de la convalecencia. ... No se podrá decir que Valverde no arriesgó con el experimento.
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La visita del colista Valencia era uno de esos compromisos que pueden acabar marcando el rumbo en el arranque de la competición. Por mucho que estemos en agosto, un mes más propio de traineras que de fútbol, la Liga no admite despistes y menos cuando la cosecha es tan magra como la que exhibía el Athletic al inicio del duelo. Decir que los tres puntos urgían puede sonar exagerado, pero con el Atlético de Madrid llamando a la puerta de La Catedral era muy conveniente hacer acopio antes de entrar en terreno resbaladizo. Eso de que la Liga no ha hecho más que empezar y no estamos ni en septiembre está muy bien para aparentar sosiego y sentido común, pero cualquiera que conozca este negocio sabe que un mal arranque es el mejor abono para la siembra de las dudas.
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La gente de fútbol no acostumbra a ser partidaria de experimentos. Los entrenadores están condenados a convivir con la dicotomía de la afición que suele saltar de la petición de caras nuevas a reprochar al entrenador su mala cabeza cuando éste decide introducir novedades en el equipo. Los experimentos, con gaseosa, suele proclamar el personal cuando las novedades no funcionan; le ha dado un ataque de entrenador, se suele leer cuando un técnico se lía la manta a la cabeza.
Valverde apostó fuerte apremiado por un calendario sobrecargado a estas alturas y porque, probablemente, lo que ha visto en los dos primeros partidos no le ha debido de gustar mucho. El caso es que la inédita alineación que presentó funcionó lo suficientemente bien como para imponerse a un Valencia inerte que cuenta sus partidos por derrotas.
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El Athletic fue un equipo más ágil, menos pesado y previsible que el que habíamos visto hasta ahora. Colaboró a la mejoría que algunos jugadores empezaron a parecerse más a sí mismos. Sancet, sin ir más lejos, que completó una muy buena primera parte, dinamizando el ataque. Jauregizar, metido a ser el cerebro del equipo, respondió a la responsabilidad con desparpajo y decisión, sin esconderse y pidiendo el balón para distribuirlo con buen criterio casi siempre. Su compañero de fatigas, Prados, estuvo más trabajador que inspirado, pero a la postre fue el autor del único gol, estrenándose en esta faceta.
El debutante Adama Boiro personalizó la evolución de todo el equipo a lo largo de los noventa minutos. Empezó dubitativo y con algunas imprecisiones, fue mejorando a medida que iba entrando en calor, y acabó dominador con una suficiencia inesperada. Estuvo más discreto Djaló, quizá porque casi siempre estuvo lejos del área, territorio en el que al parecer, se desenvuelve con más desparpajo.
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El Athletic fue creciendo porque, a diferencia de las anteriores citas, el centro del campo creaba, los atacantes se sentían más arropados para moverse con sentido y los laterales subieron más veces en noventa minutos de lo que lo habían hecho en los dos primeros partidos. Fue más que suficiente para mantener al Valencia prácticamente metido en su área. De hecho, su primera aproximación a la portería de Agirrezabala llegó en el minuto 90 y en fuera de juego. Hacía mucho tiempo que no pasaba por San Mamés un equipo con menos fuste que este Valencia de Baraja. Durante muchos momentos de una segunda parte jugada porque lo exige el reglamento, dio la impresión de que su única esperanza era que el Athletic se metiera un autogol, posibilidad remota si ni siquiera achuchas a los defensas, pero nunca descartable del todo, claro.
Solo porque el Athletic no consiguió ampliar el marcador después del descanso, el partido mantuvo algo de interés hasta el final. El justo, habría que matizar, porque que se le escaparan los tres puntos era una posibilidad tan improbable como el motor de agua.
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