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Hay una palabra que está bastante de moda y que sirve para resumir lo que fue el partido de anoche: resiliencia, que según la Academia ... en su primera acepción significa «capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos». Lo del Athletic anoche fue un ejercicio de resiliencia digno de aplauso que se prolongó a lo largo de los noventa y tantos minutos que duró el choque. Ni antes del descanso ni a lo largo de la segunda parte hubiéramos podido encontrar a alguien capaz de apostar por que el marcador quedaría congelado en el gol de Nico Williams. Parecía claro que tendría que haber movimiento, sobre todo por el lado checo. Y, sin embargo, ahí se mantuvo, luciendo ese solitario gol hasta que el árbitro pitó el final. Una vez más, el fútbol se encargó de demostrarnos que hacer pronósticos es el ejercicio más ocioso.
Ganar en casa y que tus mejores jugadores sean el portero y los centrales no es algo que ocurra todos los días. Afortunadamente, anoche pudimos celebrar una de esas excepciones. A los jugadores del Athletic la entrega se les supone, como el valor a los soldados, pero normalmente suele hacer falta algo más que sudor para ganar un partido, mucho más en una competición internacional. Ayer, ese valor añadido lo pusieron sobre todo Julen Agirrezabala, con unas cuantas paradas de mérito y un Vivián inconmensurable, muy bien respaldado por un Paredes que regresó inspirado después de su sanción.
Ocho saques de esquina cobró el Slovan; ninguno el Athletic. Habrá que estudiar las estadísticas para recordar otro partido en el que los leones no hayan conseguido un solo córner jugando en San Mamés.
El Slavia hizo honor a la fama que le precedía. Venían los checos con unos registros espectaculares de los que solo cabía dudar en atención a la calidad real del fútbol de su país y el nivel de los rivales con los que se han cruzado en la competición internacional. Pero despejaron muy pronto las dudas para desgracia de un Athletic que nunca este año se ha visto tan sometido en su propio campo como anoche. El Slavia se presentó como un equipo dinámico, que cambiaba de dibujo en función de la posesión del balón para conseguir estar siempre en superioridad en todas sus líneas. Defendía con cinco, pero atacaba también con idéntico número de efectivos.
El Athletic fue durante demasiado tiempo un equipo desconcertado que a duras penas aguantaba de pie con cara de no saber exactamente lo que estaba pasando, como si desconociera por completo las características del rival en estos tiempos en los que los videos circulan con profusión y el más humilde aspirante a monitor de alevines te disecciona cualquier equipo de Champions con precisión de cirujano.
Es en estas circunstancias cuando se pone a prueba el carácter de un equipo. Nosotros ya sabemos de qué pasta está hecho el Athletic. Anoche lo descubrió un Slavia, que no se podía creer que acabaría encajando su segunda derrota de la temporada. Su fútbol fluido y ambicioso se estrelló contra la voluntad y el corazón de un equipo que viéndose inferior, apretó los puños con rabia hasta conseguir una victoria inverosímil que vale su peso en oro.
Los partidos también se ganan así, sufriendo y viviendo del chispazo de calidad de alguna de tus figuras. Estamos hartos de ver ganar de esta manera a equipos mucho más poderosos, que a veces lo tienen que fiar todo a la inspiración de alguno de sus futbolistas. Anoche, dos detalles de los hermanos Williams acabaron siendo decisivos. Iñaki forzando un penalti anulado por el VAR, pero que en el aquel momento supuso una inyección de ánimo y autoestima para el equipo que, en pleno subidón, encontró el premio del gol de Nico Williams, que vino de rebote pero vino. Fueron los únicos momentos en los que el Athletic se pareció algo al equipo dominador que solemos ver en San Mamés. Fueron apenas diez minutos pero que valieron para dar por muy bien empleado el sufrimiento de todo el partido.
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