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No fue el derbi más apasionante del siglo, desde luego. No hubo más calor que el que trajo el viento sur. No hubo piques entre ... jugadores, ni alguna de esas entradas a destiempo que levantan a la grada. Ni siquiera el árbitro cometió un error de bulto de los que hacen prender la chispa. Todo transcurrió lento, en tono menor, sin que pasara apenas nada, ni en el campo ni en el graderío. Cualquier aficionado neutral que se hubiera acercado a San Mamés atraído por la fama del derbi vasco y en busca de emociones fuertes, hubiera podido pensar que se había equivocado y que se había metido en el derbi canario. Nada de aquellos ¡Athletic-Real! de los viejos tiempos; como mucho un desafinado repaso de hits abertzales ochenteros, perpetrado por un orfeón a su bola, ajeno a lo que ocurría en el césped. Eso por el lado local; de los visitantes no hubo noticias porque su equipo no les dio un solo motivo para arrancarse. En la Catedral no hubo razones para que se desataran las pasiones, ni las bajas, ni las otras.
Ver a Remiro haciendo tiempo para sacar de puerta en el minuto 85 resume el talante con el que la Real Sociedad afrontó el choque. Claro que para entonces el personal ya llevaba un rato desfilando hacia las puertas. A las horas que eran y con lo que se estaba viendo, había un riesgo importante de que te cogiera el sueño en la butaca, y tampoco es eso.
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Para resumir el derbi también nos podría valer la jugada del gol. Prados ya había marrado un remate franco ante la portería pero en la continuación de la jugada, Nico consiguió más que un centro, un globito al segundo palo que Sancet cabeceó a medio metro de la portería porque tuvo más fe, más garra y más de todo que un Javi López blando y sin tensión.
Y es que si alguien interpretó el derbi según los cánones, ese fue el Athletic, aunque fuera a ratos. No es que los leones salieran desmelenados, con el cuchillo entre los dientes y todas esas imágenes que nos vienen a la mente cuando nos ponemos épicos, pero los de Valverde saltaron al campo más puestos, como se dice en el argot, con ganas de imponer su ley y sin remilgos a la hora de correr y trabajar en la recuperación.
La actitud de los de Valverde fue suficiente para superar a una Real mortecina, insustancial, empeñada en imponer un ritmo lento que enfriara los ánimos locales, a la espera de dar un golpe de mano. Les salió a medias. Es verdad que consiguieron que el Athletic apenas consiguiera inquietar a Remiro, pero a costa de dejar a Agirrezabala como un espectador lejano del partido.
A los rojiblancos les bastó su empeño y la movilidad de los de arriba para marcar el gol decisivo. Es verdad que no pudieron correr como hubieran querido, porque el planteamiento de Imanol estaba centrado en cerrar los caminos por las bandas a los Williams y acumular gente por dentro para impedir la circulación de Sancet.
Imanol demostró que sabe cómo desactivar al Athletic. El problema es que con eso le daba para un empate sin goles o esperar que le tocara la lotería sin comprar una papeleta. Valverde también conoce a la Real y sabe cómo hacerle daño. Sus hombres lo consiguieron una vez y fue suficiente. La ventaja en el marcador permitió a los rojiblancos aceptar la propuesta de la Real durante toda la segunda parte. El asunto no estuvo exento de cierto riesgo porque los leones pudieron acabar anestesiados. Afortunadamente supieron mantener los ojos abiertos para dejar correr los minutos limitándose a observar cómo los rivales se pasaban y repasaban la pelota en terrenos siempre alejados de la portería de Julen. Un remate defectuoso de Zubimendi en el área pequeña, culminando la única jugada de ataque digna de tal nombre de su equipo fue el mayor susto para la parroquia. Un tirito lejano de Becker que Aguirrezabala recogió sin despeinarse fue el único remate de la Real entre los tres palos en todo el partido. Y ya corría el minuto 65.
Alguien podría argumentar que Remiro no se manchó los guantes en toda la segunda parte, pero es que al Athletic no le hizo falta ponerle a prueba. Los de Valverde prefirieron nadar y guardar la ropa. Tenían ventaja en el marcador y veían que enfrente tampoco había un rival que les pudiera inquietar a poco que se mantuvieran en orden en el campo. Podría decirse que los tres puntos cayeron por su propio peso en el bolsillo de quien hizo más para conseguirlos.
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