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El partido que significaba el epílogo de la temporada en San Mamés podría muy bien servir de prólogo cuando empiece el siguiente curso, a modo de 'resumen de lo publicado' que suele introducir una nueva temporada en las series de televisión o publicaban los antiguos ... seriales por entregas que comprábamos semanalmente en el quiosco. Y es que los noventa minutos perpetrados este domingo por el Athletic resumen perfectamente lo que ha sido un año deportivo que, salvo catástrofe natural por medio, podemos dar por finiquitada sin esperar a la última visita al Bernabéu dentro de siete días.
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Algo se olía una afición harta y decepcionada que dejó vacías un montón de sillas en la que fue la peor entrada de la temporada. Los fieles que acudieron con una fidelidad a prueba de bomba acabaron tan hartos que estallaron en una pitada monumental para despedir al equipo. Fue el colofón más penoso a una temporada que ha sumado más decepciones que alegrías, un curso capaz de matar la esperanza hasta de esos optimistas irredentos que sueñan con el chalet que se van a comprar con el dinero que les va a tocar en la lotería aunque no hayan comprado ni un décimo.
Ante unas gradas desangeladas el equipo puso todo de su parte para sumar esos tres puntos que todos dábamos por descontados de antemano. Los de Valverde fabricaron ocasiones suficientes no ya para ganar, sino para golear hasta alcanzar dígitos de otras épocas, pero no consiguieron mover el marcador por culpa de una incapacidad para resolver ante la portería que está alcanzando proporciones legendarias. Tuvieron ocasiones de todos los colores, remates fáciles y hasta un par de situaciones literalmente a puerta vacía, con el portero por los suelos, como la que tuvo el otrora infalible Raúl García en los últimos minutos, rematando fuera un balón a un metro de la raya, o como la que tuvo Iñaki Williams en el primer tiempo, cuando prefirió hacer puntería con la cabeza de Clerc, junto al palo, en lugar de buscar el agujero de siete metros que tenía hasta el otro poste. Pero ni por esas. Ya no podemos seguir refiriéndonos a torpezas individuales; esto empieza a ser un problema mental de todo el grupo, de autoconfianza, un problema de muy difícil solución. Hablamos de 27 remates y diecinueve saques de esquina en noventa minutos para nada.
Para colmo, y como no podía ser de otra forma, con el tiempo vencido, el Elche echó sal en la herida culminando un contrataque de libro, como explicando en dos palabras la forma de llevar la pelotita hasta el área contraria para depositarla en el fondo de la red. Con facilidad, sin aspavientos, una cosa sencillita que ahora mismo a los jugadores del Athletic les parece más difícil que dar con el vellocino de oro.
Sencillamente, sucedió lo que ha venido ocurriendo en tantos y tantos partidos jugados este año en San Mamés. Hasta en nueve ocasiones se había quedado este curso el Athletic sin marcar en casa, un dato tan insólito como demoledor. Este domingo sumó su décimo cero, la nota más cruel en las calificaciones escolares. Desde luego el equipo no merece semejante nota global, pero el suspenso ya está firmado y rubricado, si se admite que esa es la nota apropiada para quien no alcanza los objetivos marcados al comienzo del curso. Visto lo visto, y ateniéndonos a los cánones actuales, el Athletic necesita mejorar porque no progresa adecuadamente. El Athletic desperdició su enésima oportunidad de dar un paso hacia Europa. Perdieron Osasuna y Girona, lo que, de cumplir son su obligación en San Mamés, dejaba a los rojiblancos con tres puntos de ventaja a falta de una jornada, lo que hubiera abierto una semana más de feliz especulación, juegos matemáticos y estadísticas creativas, la especialidad de la casa en estos últimos tiempos en los que apenas hay dónde agarrarse para que mantener la ilusión no sea un ejercicio que roza lo ridículo.
Lo triste de la despedida es que no ocurrió nada nuevo en un curso en el que este tipo de desastres se han repetido más que el ajo. Nada de lo que nos podamos sorprender ni hacernos de nuevas. Algo se temían los aficionados que acumulan quinquenios de fidelidad que decidieron no acudir a la última cita. Se ahorraron otro disgusto, una nueva decepción que acabó siendo la gota que rebosó el paso de la paciencia. Despedir la temporada con una pitada como la que sonó en San Mamés no es precisamente la mejor forma de empezar la siguiente.
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