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Queríamos una final en San Mamés y la tenemos el próximo jueves», anunció De Marcos nada más terminar el partido en el Olímpico. Las palabras ... del capitán son la mejor arenga en estos tiempos de tribulación en La Catedral y no precisamente por lo que está haciendo el equipo, que si no lo está bordando cerca la anda, sino por el disparate que se ha instalado en la grada y que el domingo nos deparó uno de los episodios más lamentables que se han vivido en el campo del Athletic en más de siglo y cuarto de historia.
El partido de vuelta ante la Roma se ha convertido en un cruce de caminos en el que todos, equipo y afición, tendrán que elegir el rumbo correcto para seguir avanzando hacia un final exitoso de la temporada. Caer en octavos no estaba previsto en el libro de ruta de la familia rojiblanca y menos después de completar la fase de liguilla con tanta brillantez. El nuevo sistema no ha sido justo con el Athletic. Quedar segundo con los mismos puntos que el primero en la fase previa no merecía un cruce con uno de los más fuertes de la competición y la Roma lo es, pese a su inicio titubeante. No hay más que recordar su trayectoria europea en los últimos años y repasar su plantilla y presupuesto.
Por esas cosas que tiene el fútbol, ese ecosistema en el que cualquier nimiedad adquiere rango de trascendente, el Athletic se ha colgado, o mejor dicho le han colgado, la etiqueta de favorito por el simple hecho de que la final se juega en San Mamés. Uno no recuerda que se haya producido antes semejante portento. Cada año se juegan dos finales europeas y nunca los propietarios de los campos han sido ungidos como favoritos, por el mero hecho de serlo. Mucho menos cuando, como en el caso del Athletic, el propietario del campo lleva seis años ausente de las competiciones continentales. Lejos de significar un impulso, la presión añadida de esa etiqueta puede acabar siendo contraproducente para un grupo de futbolistas que ya ha dado muestras de cierta fragilidad para competir en situaciones de máxima responsabilidad.
Es verdad que los rojiblancos han hecho honor en la fase previa a esa condición de favoritos que les han endosado, pero eso no excluye que siga habiendo un puñado de equipos capaces de borrar esa ensoñación de un plumazo. Y la Roma es uno de ellos, como pudimos comprobar hace siete días. La eliminatoria ante los italianos es una encrucijada por el efecto anímico que va a tener su resolución. Pasar la eliminatoria reforzaría el convencimiento de que el Athletic es capaz de tocar el cielo no solo en la competición europea, sino en la doméstica, donde, aquí sí por razones de peso, es el favorito para ganar la Liga de los otros diecisiete. Pero el daño que haría un resultado adverso podría tener consecuencias negativas al mismo nivel.
Mejor no pensar ahora en la depresión que podría provocar un final abrupto del cuento de la lechera, entre otras cosas porque tampoco sirve de nada ponerse la venda antes de la herida. Pensemos mejor en que, aunque sea como producto de una tregua táctica, San Mamés será una caldera esta noche porque, como muy bien advertía De Marcos, estamos ante una final anticipada, un partido cuyo resultado no tendrá vuelta de hoja. La Catedral tiene la palabra y no hay ninguna duda de que el factor campo tendrá un peso importante en el desarrollo de un partido que se presenta árido y que atravesará por fases en las que el equipo necesitará el apoyo unánime de su afición.
Con una defensa debilitada por la lesión de Vivián y la sanción de Yeray, con una pequeña racha negativa a cuestas y un marcador que se torció en la última jugada del partido de ida, el Athletic necesitará mezclar en las dosis adecuadas la paciencia, la garra, el juego y, sobre todo, el suficiente acierto ante la portería contraria para voltear una eliminatoria difícil, pero no imposible, ni mucho menos. La Roma consumió turno en su campo para disponer de una ventaja mínima. Ahora es el momento del Athletic ante sus fieles. Si el Olímpico lució espectacular empujando a los suyos hasta el último aliento, toca enseñar a los romanos cómo ruge La Catedral en las grandes noches.
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