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No podía terminar de otra manera la sucesión de desgracias que protagonizó el Athletic. Si siempre duele caer derrotado por un penalti en el último minuto, perder así pero después de desperdiciar tres lanzamientos desde los once metros es como para comer cerillas. Como exclamó ... Iñaki Williams nada más acabar el partido, esto en Primera División no puede ocurrir. Poder, claro que puede, como vimos con nuestros propios ojos, aunque desde luego no es algo que se repita con frecuencia. Tirando de memoria, semejante fiasco solo se recuerda en aquella final de la Copa de Europa en la que el Barcelona falló los cuatro que tiró en la serie de desempate. Hace más de tres décadas se hizo famoso al portero Duckadam. Desde este domingo, Gazzaniga también tiene su sitio en la historia del esperpento gracias a Berenguer, Iñaki Williams y Herrera quienes, por este orden dieron un máster sobre cómo no se tira un penalti.
En realidad todo el partido fue una sucesión de desgracias para el Athletic. Si fallar tres lanzamientos no es ni medio normal, resulta casi más frustrante que Sancet, que estaba siendo el jugador más determinante, levante los brazos no para celebrar el gol que acaba de marcar, sino para llamar al masajista porque se tiene que retirar lesionado. Y qué decir si ese gol solo alcanza para igualar el que te acaban de meter en un lanzamiento que pretendió ser un centro pero acabó en la red sin querer.
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Javier Ortiz de Lazcano
Javier Ortiz de Lazcano
Pocas cosas habrá más ociosas que hablar de justicias o de injusticias en el fútbol. ¿Mereció perder el Athletic este partido? Probablemente no, o sí, quién sabe. Porque, a lo mejor, un equipo que falla tres veces desde los once metros sí que merece un castigo del destino. Es verdad que el gol decisivo llegó en el último minuto de la prolongación pero es que para entonces, Padilla ya había salvado los muebles con dos paradones inverosímiles que, por lo menos, ponen en cuestión aquella valoración de Valverde en verano otorgando a Agirrezabala la condición de sustituto natural de Simón.
La derrota duele más porque fue un buen Athletic hasta que perdió los nervios cuando Gazzaniga le negó por tercera vez la ocasión de adelantarse en el marcador. Para cuando Herrera falló el tercero, ya había transcurrido una hora de juego en la que los de Valverde habían sido superiores a un Girona empeñado en perder la pelota prácticamente cada vez que la quería sacarla jugada desde atrás. Tardó apenas diez minutos el Athletic en ajustar la presión. Cuando lo hizo se hizo dueño del partido y empezó a generar juego y ocasiones para encarrilar el marcador. Sancet brillaba con luz propia dirigiendo las operaciones, Iñaki percutía por la derecha y Berenguer demostraba en el otro lado que, más que un suplente de lujo, es el cuarto titular de la delantera.
Daba gusto ver jugar al Athletic en campo rival. Cuando Berenguer provocó el primer penalti, al filo de la media hora, aquello se interpretó como el justo premio al fútbol de los de Valverde. Ni la mente más calenturienta hubiera podido anticipar lo que vendría a continuación. El churro de Asprilla que adelantó al Girona tuvo una respuesta inmediata con el gol de Sancet, pero la lesión del navarro ya empezaba a dibujar las primeras sombras de la tarde.
El Athletic, que había interpretado un papel protagonista en la primera parte, pasó al modo tragicomedia en la continuación. Falló Iñaki el segundo penalti, como Berenguer el primero, pero el VAR concedió una tercera oportunidad de ejecución que Herrera también desperdició de forma inconcebible, sobre todo a la vista de lo resuelto que se le vio poniendo la pelota en el punto fatídico.
El tercer fallo acabó por deprimir al Athletic en la misma medida que dio alas a un Girona que no se creía que pudiera salvar el pellejo tantas veces. El partido entró en una dinámica descontrolada, con el balón de aquí para allá y entonces surgió un Padilla inconmensurable con dos paradas sensacionales para sostener a un equipo que se estaba viniendo abajo a ojos vista. El chaval estuvo a punto de salir a hombros, pero estaba escrito que aquello acabaría de la peor manera posible en la escala que mide las desgracias futbolísticas, o sea, con gol en propia puerta o de penalti en el último minuto.
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