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Después de ver la tercera victoria consecutiva del Athletic resulta inevitable que a uno le venga a la mente una de las escenas más recordadas de 'En busca del Arca perdida'. Me refiero a aquella del mercado en la que un tipo con turbante y ... pinta de malote se dedica a hacer molinetes amenazantes con su espadón ante Indiana Jones, hasta que el protagonista, impertérrito, lo liquida de un disparo.
Algo de ese relato tuvo el partido de ayer en San Mamés. El Celta se pasó la tarde amenazando y haciendo molinetes, casi siempre lejos del área rojiblanca, pero acabó liquidado no por un disparo, sino por tres martillazos de un Athletic que ha recuperado la pegada que pareció haber perdido en el inicio de la competición. Ha cobrado estos últimos nueve puntos de una tacada marcando ocho goles. Es la mejor noticia en vísperas del estreno europeo.
Hablando de estrenos, ayer salieron a la pasarela Guruzeta y Djaló. El primero ha tardado siete partidos en ver puerta pero ante el Celta lo hizo por partida doble. Que 'Gurugol' recupera el olfato es una de las mejores noticias. Djaló, por su parte, había pasado de despertar la ilusión del aficionado en la pretemporada a sembrar alguna duda al regreso de la lesión que le impidió empezar como todos. Por fin debutó como goleador, que es lo que se espera de él. Cerró el marcador en el primer balón que tocó y esa diana le debe servir para coger confianza y demostrar que el esfuerzo económico que ha hecho el club ha merecido la pena.
Al fútbol se juega en un terreno enrome pero se decide en el reducido escenario de las áreas. Y el Athletic está especialmente inspirado en ese territorio, tanto que a veces no le importa demasiado lo que ocurre en el resto. El Celta, por el contrario, es uno de esos equipos bonitos de ver para el aficionado neutral pero que puede acabar poniendo de los nervios a sus seguidores, que, como todos, suelen preferir la contundencia a la estética.
El Athletic nunca ha sufrido desvelos por el cómo y siempre ha puesto el acento en el qué. A los de Valverde les tocó correr detrás del balón que movían muy bien los celestes, pero casi siempre tan lejos de la portería que incluso algunos errores groseros de los rojiblancos en la salida quedaban minimizados y sin consecuencias graves.
Es cierto que a nadie le gusta ir a remolque y dar la sensación de que el rival está marcando la pauta, sobre todo cuando juegas ante tu público, pero el Athletic también supo sufrir cuando peor le fue después del empate de Aspas desde el punto de penalti. El gol a los tres minutos que debió poner la alfombra roja a los de Valverde, tuvo el efecto contrario. El Celta se levantó, se sacudió el polvo y empezó a bailar al son de su propia música. El Athletic no supo si iba o si venía; si quería jugar a favor de la ventaja o seguir con el plan inicial. Se derrumbó el centro del campo, donde Jauregizar ni siquiera se pareció al futbolista que brilló en su anterior titularidad, y el equipo se vio condenado a perseguir sombras.
Se veía venir el empate y tuvo que llegar desde el punto de penalti. Minutos después, Julen tuvo que intervenir junto al palo para rechazar un remate de Marcos Alonso. Fueron los peores momentos para el Athletic. Pero hasta ahí llegaron las aguas del Celta. Un cabezazo de Guruzeta a centro de Berenguer devolvió la ventaja a los rojiblancos antes del descanso y Valverde tuvo tiempo de corregir la presión en el descanso para que la segunda parte fuera más tranquila y se acabara imponiendo la contundencia de su equipo.
Puede que más de uno, sobre todo los que atienden al tiempo de posesión y esas cosas, considerara que el marcador estaba siendo injusto con el Celta, por el juego desplegado y porque la pelota siempre estuvo en terreno del Athletic. Hasta se puede admitir que durante algunos minutos, el equipo celeste les dio un repasito a los locales, aunque amagando más que dando.
Pero repaso por repaso, en el cuaderno de notas, no aparecen más remates gallegos que los comentados: dos, uno de ellos desde los once metros. Tampoco es un balance para echar cohetes después de tanto dominio del juego. Padilla, que sustituyó en el descanso al lesionado Agirrezabala, se limitó a cambiar de localidad, del banquillo a la portería, para seguir siendo un espectador.
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