San Mamés y la noticia más triste
Cuando lo que debe ser normal es excepcional algo está fallando
Jon Uriarte
Sábado, 26 de octubre 2024, 00:03
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Jon Uriarte
Sábado, 26 de octubre 2024, 00:03
Lo de «No news good news» es tan cierto como triste. No hace falta que lo apliquemos a los grandes dramas. Simplemente al fútbol. El ... pasado jueves visitaba la Catedral el Slavia de Praga. Sabíamos que tratan con finura al balón, que presionan como un tábano y que tienen mucha experiencia en competiciones europeas. Un buen equipo. Pero más allá del verde preocupaba la hinchada. Todavía estamos rumiando el tumor de la nuestra en Roma, esperemos que la extirpen en breve, y los de las ajenas. De ahí que esta visita fuera clave. Por nuestra actitud y por la del rival. Que, debemos subrayarlo, sabíamos que eran buena gente. Y se notó.
El miércoles, dando una vuelta por Indautxu, compartimos barra con algunos aficionados del equipo checo. Entre ellos una familia, con adultos y adolescentes, que buscaba un lugar donde picar algo y tomar unas cañas. Iban vestidos de negro y con sus estrellas en el pecho. Pero no era el uniforme ultra, tan tristemente famoso. Sino un negro identificativo. Lo que les había pedido su club. La próxima salida la harán de blanco. Total que allí estaban lejos, por cierto, de Deusto, lugar donde se concentraba la mayor parte de su hinchada. Enseguida nos dimos cuenta de que eran como nosotros. Gente enamorada de su equipo y amante del fútbol. Como de checo vamos peor que ellos de castellano, a punto estuvimos de ayudarlos a pedir bebida y comida. No hizo falta. La sonrisa y los gestos sirven y sobran cuando hay buenas intenciones.
Al día siguiente, el jueves, los vi en su rincón. Allá arriba, en la esquina entre Tribuna Sur alta y Este alta. Animando a su equipo. Con respeto. Con normalidad. También lo hicieron los del AZ semanas antes. No todo el mundo tiene cafres. O, al menos, no viajan con ellos. Por eso, más allá del resultado, hubo quien se fue de San Mamés con una sonrisa extra. Porque no hay nada más grande que terminar un partido aplaudiendo al rival y que él te devuelva el cumplido. Debería ser lo habitual. Pero no. Por eso ha sido noticia el gran comportamiento de las aficiones del Slavia de Praga y del Athletic Club.
He ahí el gran problema. La gran pena. Que tener una actitud civilizada sea tan sorprendente que merezca aplausos y titulares. En ese punto estamos. Un detalle que deberían tatuarse en la frente los dirigentes de la UEFA. Esa gente tan preocupada con sus campañas de postureo o en que nadie saque una bandera o haga publicidad sin pasar por caja, pero que le importa un bledo que el evento que organizan aterrorice a los habitantes de una ciudad. Recordemos la última en Anoeta y en la capital donostiarra. Imagine usted que un concierto, o un festival, provocan altercados similares. A los organizadores no les dejan montar ni una verbena de barrio.
Pero la UEFA se pasa por el trigémino lo que suceda. Se aprovechan del amor que tiene la gente, me incluyo, a esa puñetera esfera de cuero. Y les da igual que analicemos el viaje no solo por los euros que nos vamos a dejar, o el interés del partido y del lugar, sino por las posibilidades de que nos abran la cabeza. Y lo mismo piensan los rivales. Se percibía en la cara de la afición del Slavia. De hecho lo han manifestado. Les encantó el trato. Y, que quieren que les diga, eso me hace feliz.
Siempre insisto que, entre mis mejores recuerdos relacionados con el Athletic no solo están las copas, ligas y supercopas que le hemos visto ganar. También, de forma especial, los momentos en que hemos demostrado que somos una afición ejemplar. Sea aplaudiendo al rival o logrando eso tan difícil que es saber ganar y saber perder. De la inolvidable eliminatoria con el Manchester United recuerdo de manera especial los aplausos al gol de Rooney y al capitán Giggs al ser cambiado. Por no hablar de las finales perdidas con saber ser y estar. O en Sevilla con la afición del Mallorca.
Son muchos los rivales que alucinaron, antes y después, por nuestra flema rojiblanca. Salvo cuando los cafres la lían en nuestro nombre o en el del contrincante. Por eso me hace feliz, y me entristece a la vez, que destaquemos que el jueves solo se jugó un partido y que las aficiones estuvieron correctas. Eso no debería ser noticia. Sino un simple placer. Pero ya no sucede. Por eso cuando al final del partido los jugadores del Slavia se acercaron a sus seguidores y aplaudimos tanto al rival como a su gente, sentí un inmenso orgullo. Al salir del campo tomamos un par de cervezas. Y coincidimos con los mismos aficionados del día anterior. Nos vimos, nos sonreímos y, sin decirlo, brindamos con la mirada. No ya por el fútbol, que también, sino por la maldita, necesaria y deseada normalidad.
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