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Lástima que los periódicos, al poder leerse en cualquier momento y en cualquier formato, estén siempre en horario de protección a la infancia, porque no me hubiera importado reproducir en estas líneas la frase que claramente pronunció Ernesto Valverde cuando después de mirar con cara ... de pocos amigos a la grada rojiblanca durante unos segundos, empezaba a darse la vuelta para volver a lo suyo. Si tienen la oportunidad de volver para atrás la grabación del partido, le podrán leer los labios. Es muy elocuente.
Acababa de marcar el Athletic el gol del empate, en una acción que parecía ensayada, porque salió a la perfección. Saltó Unai Nuñez casi en la línea de fondo, cabeceó hacia atrás y Aitor Paredes redondeó la acción enchufando el balón en la red. Brincaron de alegría los futbolistas y estalló la grada en la que más de 2.500 seguidores que viajaron hasta Roma observaban el partido en amor y compañía, después de una jornada turística en la capital del mundo antiguo. Había sido una jornada de emociones, de jarana y cervezas. De paz, en definitiva.
Pero resulta que, entre tanta gente siempre hay un grupo de ovejas negras. Ovejas, porque actúan como un rebaño y, posiblemente, solo saben balar, comer hierba y cagar bolitas, porque la neurona que les baila en el cerebro no da para más. Negras, por su vestimenta, que les distingue del resto de los seguidores del Athletic, uniformados de rojo y blanco, o de azul, o de cualquier otra camiseta que representa al club, incluso negra, pero fácilmente distinguible.
Las ovejas negras la volvieron a liar. Tal vez no descargaron su testosterona en las calles de Roma porque, aunque actúan en manada tienden a ser cobardes cuando les superan en número, o ven los coches de los Carabinieri aparcados en las calles. Así que, después de algunos escarceos con los aficionados de la Roma a los que lanzaron vasos, cuando marcó su equipo, decidieron encender las bengalas que habían conseguido superar la vigilancia en la entrada y estuvieron a punto de armar una gorda cuando las arrojaron desde la grada a la de los seguidores del equipo local.
Se pudo montar una tremolina importante. Tuvieron que actuar los bomberos para apagar el fuego, y también actuaron los demás aficionados del Athletic, gritando, 'Hau ez da gure estiloa' -este no es nuestro estilo-, como habían hecho en la primera parte con los incidentes previos.
A nadie representan esas ovejas negras, que en su corto entender, piensan que están defendiendo al Athletic, a Euskal Herria y hasta a la civilización occidental si nos apuran. Pero miren por dónde los capitanes del Athletic, dos pedazos de futbolistas y de personas como Óscar De Marcos e Iñaki Williams, se acercaron al final del partido a poner a los impresentables en su sitio y pedirles explicaciones.Fue un orgullo para cualquier seguidor del Athletic, observar la actitud de sus capitanes. Para De Marcos fue «inadmisible» lo que hicieron, y apuntó que fueron a esa grada para hacérselo saber a las ovejas negras. Cualquier otro habría agachado las orejas y se hubiera marchado para el vestuario, pero Iñaki y Óscar, no, y esa actitud nos hace a todos, pese a lo desagradable de la situación, pensar que no puede haber nadie mejor que ellos dos para representar los valores del Athletic y defenderlos incluso hasta frente a quienes creen equivocadamente, que también lo hacen, y que, como dijo Valverde, «mancharon la fiesta».
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