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Centrémonos en la penúltima jugada del partido. No hace falta que la describa, todos la recuerdan, pero por si acaso: sale el balón por la banda, se dispone Yuri a sacar con rapidez, y entonces, el entrenador del Getafe, José Bordalás, le pide a su ... pretoriano Carmona, que había salido por la banda en la acción, que se meta al campo y se tire al césped, que finja haber sufrido un infarto de miocardio, o un pinchazo muscular, lo que sea para detener el juego, que un punto en San Mamés siempre es un buen botín. Todo muy poco deportivo, todo muy sucio, aunque el entrenador no quiso hablar al final de ese asunto y despachó las preguntas con cajas destempladas. Sin embargo, es su fútbol, y son los árbitros quienes deben parar todas esas acciones reglamento en mano.
Como cuando, aplicando el espíritu y la letra, decidió dejar al Athletic con diez cuando en un exceso de entusiasmo, Sancet levantó la pierna más de lo adecuado y golpeó a Rico, el lateral del Getafe cedido por la Real Sociedad, a quien le ha hecho un trabajo extraordinario, evitando que el jugador navarro pueda jugar el sábado en Anoeta. ¿Fue tarjeta roja? Probablemente sí, pero también lo era la entrada de Carvajal a Yuri, en la última jornada de la pasada Liga, que se saldó con una tarjeta amarilla al jugador del Real Madrid y un peroné roto para el del Athletic, que se quedó con diez. Casualmente como frente al Getafe, casualmente con el mismo árbitro. Por cierto: Sancet deberá empezar a atemperar un poco sus impulsos. Dos expulsiones en siete jornadas son demasiadas para un futbolista de sus características.
Pero regresemos a esa penúltima jugada. El árbitro la ve y en vez de permitir que el juego siguiera, y allá se las compongan Carmona y Bordalás, va y lo para. No digo que la jugada fuera a acabar en gol, pero nunca se sabrá. Sin embargo, el encargado de pitar, interrumpe el juego y favorece al infractor, es más, al tramposo. Y sí, la acción se salda con un barullo junto al banquillo del Getafe, varias tarjetas amarillas a quienes pasaban por allí, como dijo Valverde con sorna, y la roja a Bordalás. Pero el entrenador no juega, y sin embargo, consiguió su objetivo. Eso es lo peor.
Tiene algo de atávica la actuación del entrenador del Getafe, le sale de dentro comportarse así en cada partido, aunque este miércoles no aflorara ese tic hasta los instantes finales del partido, pero lo único que hace Bordalás es trabajar al borde del reglamento a favor de su equipo, y hace bien. Nunca ha dispuesto de una plantilla para ganar la Liga, casi siempre ha contado con jugadores de clase media con los que pasa penurias cada temporada, pero que le siguen como soldados disciplinados. Aparte de tener una capacidad magnífica para el juego aéreo, que está demostrando en los partidos jugados hasta ahora, el Getafe es un ejército y Bordalás su general.
La culpa de que los partidos se embarren no es suya, sino de los árbitros que le hacen el juego, que no cortan a tiempo los agarrones, que parecen ciegos a las obstrucciones en las carreras de los jugadores del Athletic; que permiten que los partidos del Getafe sean los que menos minutos tengan de juego. Ellos, como Díaz de Mera, son colaboradores necesarios para las tropelías que se cometen sobre el césped una jornada tras otra, sin solución de continuidad.
No es cuestión de que el árbitro que pitó en San Mamés salga predispuesto a favorecer a un equipo u otro, pero se muestran sorprendentemente laxos con algunas cuestiones del reglamento. Si fuera la primera vez que sucede con Bordalás en el banquillo, se podría pasar, pero la de San Mamés es la enésima. A los árbitros, tal vez desde que lo dejó el hijo de Negreira, les falta un coach que les instruya sobre lo que hacen unos u otros equipos. Tómenselo en modo ironía.
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