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La felicidad es eso: estar escribiendo estas líneas en el palco de prensa de San Mamés, con las gradas ya vacías, apenas unos cuantos txapelgorris ... recogiendo los últimos útiles que hay que recoger después de un partido, y escuchar de fondo un orfeón formado por los aficionados del Athletic cantando alegres como si todavía siguiesen en las tribunas, con el equipo viajando en avión por la Liga, en tercera posición a estas alturas de la temporada, por mucho que Atlético de Madrid y Barcelona no hayan jugado, que tienen que hacerlo y ganar para alcanzar o superar a los hombres de Ernesto Valverde.
La felicidad es ver un equipo capaz de ganar a cualquiera, que la Real Sociedad es un gran equipo, que en caso de vencer se hubiera acercado a una distancia peligrosa; comprobar que San Mamés empieza a parecerse a una fortaleza inexpugnable donde sacar un punto se va a convertir en una tarea de titanes. La felicidad es también ver que el Athletic ha alcanzado los 41 puntos, unos guarismos que suelen determinar la frontera del descenso a Segunda División, y que equipos que habitualmente aspiran a cotas más altas, suspiran por llegar a ese límite.
Con la vista en el Alavés, en el partido de Copa del próximo martes, hay que ir más allá y pensar también en Mestalla, donde espera un duro Valencia, que puede convertirse en otro termómetro que mida la fiebre rojiblanca, una plataforma de despegue definitiva hacia los puestos europeos. Es cierto que con esos números que exhibe el Athletic, es complicado pensar que a Valverde se le hunda el equipo en las 18 jornadas que restan. Puede pasar de todo, está claro, pero las sensaciones parecen muy diferentes a las de la temporada anterior, entre otras cosas, porque a Valverde le funcionan todos los registros. Cuando hay que estar finos en el remate, sus jugadores lo están; cuando hace falta velocidad, se corre a toda prisa, y cuando es necesario ser un perro de presa para maniatar al rival, siempre aparecen voluntarios. Eso es lo que sucedió contra la Real. La pelea en medio campo fue brutal, se peleaba por cada metro, por cada pelota, y el Athletic se remangó y salió triunfante.
Y ver eso en los futbolistas, disfrutar con cada disputa en la que los rojiblancos salían triunfantes, también es la felicidad para los aficionados que, en realidad, es lo único que han exigido desde tiempos inmemoriales. Ver a Iñigo Ruiz de Galarreta en acción, fiero, entregado, saliendo triunfante en cada duelo, es también la felicidad, al recordar que diez años después, él es también feliz en el equipo en el que siempre quiso jugar. Comprobar que Álex Berenguer, que juega menos después de la irrupción fulgurante de Nico Williams, pero está ahí, dispuesto a todo, preparado para jugar diez o noventa minutos, y para marcar goles importantes para el equipo, es también la felicidad.
Y la felicidad también es ver que, con este Athletic, por lo menos de momento, no puede ni el viento sur. Recuerden que históricamente, cada vez que sopló el solano, a nuestro equipo no le fue demasiado bien. Cuando al levantarse por la mañana, los aficionados más veteranos observaron que había cambiado la dirección del viento, fruncieron el ceño; el viernes hacía frío de guantes y bufanda y en San Mamés el sábado, sobraban los abrigos, pero ni eso puede con el Athletic. Qué buen tiempo ha quedado para el fin de semana. Aunque nieve el domingo.
Permitan, por último, que les confiese una cuestión personal a estas alturas de la página. Nunca he tenido ninguna manía, ningún ritual, nada por el estilo, pero en el anterior partido en San Mamés, al pasar por la estatua de José Ángel Iribar, toqué su bota izquierda de bronce. El Athletic ganó. Repetí el gesto antes de entrar al campo en el partido frente a la Real. He tenido la ocasión de darle la mano al Chopo en numerosas ocasiones, y personalmente es más gratificante, pero rozar con mi zurda su bota izquierda me genera energía positiva. No creo en esas cosas, pero por si acaso, lo seguiré haciendo. Para intentar ser feliz.
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