El Deportivo Alavés posee dos trofeos que ni el Athletic ni la Real Sociedad tienen juntos en sus vitrinas, porque fue campeón de Bizkaia en 1930, algo que también consiguieron los rojiblancos doce veces, y de Gipuzkoa en 1938, campeonato que lograron los txuriurdin en ... cinco ocasiones. Por razones obvias los conjuntos de las dos capitales vascas no jugaron los campeonatos de los territorios limítrofes y el Alavés sí.
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Es una cuestión que podría hacer pensar en un equipo trashumante en los albores del fútbol profesional, algo lejano a la realidad porque el Glorioso siempre hundió sus raíces en el viejo Mendizorroza, que ya cumplió cien años. Y en ese ir y venir del Alavés, ahora en la Federación Vizcaína, luego en la de Gipuzkoa y más tarde, por fin, en la alavesa el partido entre albiazules y rojiblancos fue un clásico en los campeonatos regionales. Después, con el primer ascenso alavesista a Primera División, opositó a convertirse en otro duelo recurrente que, sin embargo, no se repitió tantas veces como esperaban ambos contendientes por la histórica irregularidad alavesista, que después de tres temporadas en la máxima categoría no volvió a Primera hasta 1954. Después hizo otro larguísimo paréntesis hasta 1998, y alguno más posteriormente.
Los derbis entre el Athletic y el Alavés están, por supuesto, trufados de anécdotas, ya desde la primera vez en Mendizorroza cuando el 14 de febrero de 1931 solo se jugaron 31 minutos. Ganaba el Athletic con un gol de Irarragorri y se produjo la invasión del campo por parte de los aficionados locales después de una jugada polémica que provocó la suspensión. El árbitro, el getxotarra Pedro Vallana, envió a los equipos a la caseta después de ser agredido por la turbamulta, que estaba de uñas con él después de anular un gol al Alavés por fuera de juego. Comenzaron lanzándole bolas de nieve y acabaron a golpes.
El 16 de abril de 1956, el árbitro también decidió suspender el partido, pero esa vez antes de que comenzara porque era tan grande la expectación de ver a un Athletic camino de ganar la Liga, que se vendieron muchísimas entradas de más. El Alavés había colocado 17.000 localidades de pie y completó una entrada de 23.000 espectadores. Demasiados, sobre todo teniendo en cuenta que el aforo oficial de Mendizorroza estaba fijado en 10.000, por lo que el público desbordó las gradas y se metió en el campo. Otra invasión, aunque pacífica. Se jugó al día siguiente, ganó el Athletic 0-3 y dejó sentenciada la Liga ante el mosqueo del Barcelona, que vio en el aplazamiento del partido una maniobra. «El plan era claro», contaba un periódico. «Se imponía suspender el partido y la única forma era vendiendo más entradas de las permitidas, haciendo imposible que se jugara». Y se preguntaba el mismo diario: «¿Por qué? Sencillamente si hubiese perdido el Barcelona, el Atlético de Bilbao seguramente hubiera dado facilidades al Alavés en ese partido realmente comprometido», y es que el Alavés se jugaba el descenso.
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Eran cosas de otros tiempos. Las invasiones, pacíficas o no, parecen del Pleistoceno, salvo para celebrar algo gordo. El fútbol es más aséptico en esas cosas, pero un derbi sigue siendo un derbi y la pasión se da por descontada. Mañana toca.
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