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Muy bonita La Concha, la mar como un plato, un buen día para tomar un helado en el Boulevard, que están caros, eso sí, pero no tanto como los pinchos de la parte vieja. Por lo demás, sin novedad en el frente. Pasó lo que ... sucede muchas veces y a lo que no se acostumbra uno por muchos años que lleve viajando a San Sebastián con esperanzas. Suelen ser una de cal y media docena de arena, pero volveremos a repetir.
Humillados y ofendidos, sin ver la Concha, sin probar los helados, pero con una dolorosa patada en el trasero, regresamos por la autopista, y ahora, a la vuelta, nos damos cuenta de que otra vez ha subido el peaje, cachis la mar, que las curvas de la bajada del alto de Itziar son más peligrosas que a la ida; que sólo al atravesar el túnel de Zaldibar volvemos a respirar el aire vizcaíno. Y todo por la falta de puntería propia y el tino ajeno. Que no siempre nos va a salir cara.
No tuvieron su día los delanteros del Athletic y lo pagó caro el equipo. Hasta que marcó Le Normand después de un doble rebote, ni siquiera nos habíamos dado cuenta de que Valverde había colocado jugadores en ataque, porque fue tan grande el miedo que se tenían los dos equipos que la pelota no rondaba por las cercanías de los porteros. Pero consiguió la Real su primer gol y entonces nos percatamos de que sí, que Nico Williams andaba por la izquierda y su hermano Iñaki corría la banda derecha, y que podían hacer daño a poco que se empeñaran. Y del pequeño salió la primera ocasión del Athletic, que podría haber dado la réplica y acallar Anoeta, pero no. El centro fue bueno, el remate de Guruzeta se fue a las nubes y Valverde se echaba las manos a la cabeza, porque tal vez empezaba a barruntar el desastre. Cuando llegan las oportunidades y la pelotita no se aloja en la red, olvida toda esperanza.
Y es que cuando no quiere entrar… porque si la de Guruzeta fue buena, la de Iñaki fue mejor. O peor, a la vista del resultado. Después de un mes en el que el jugador rojiblanco se ha convertido en el futbolista más en forma de la plantilla, en Donostia, sin dejar de serlo, se le secó el pozo de los goles. Otra vez Nico, desbordando a Traore, puso una pelota a la que sólo le faltaba gritar gol, pero Iñaki, delante de Remiro, se deslumbró tal vez por los flashes que ya se disparaban para captar el tanto, y remató fuera. Fue la gran decepción, la oportunidad perdida del empate antes del descanso, que hubiera cambiado las cosas, y de qué manera.
Pero no fue lo peor, porque un minuto después de que se pusiera en marcha la segunda parte, otra vez desperdició Iñaki la ocasión de equilibrar el marcador. Y ahí se acabó el partido del Athletic, porque en la siguiente jugada marcó Kubo y lo que restaba de partido se quedó en una anécdota. Dolorosa, pero anécdota.
A los hombres de Valverde les faltó pegada y eso es letal en un partido ante un rival tan eficaz como la Real. Si espera alguien que Kubo no meta el bisturí donde más duele, como hizo en el segundo gol, está apañado. Ni quienes salieron desde el principio, ni los que les sustituyeron después, estuvieron inspirados de cara al gol, y en vez del 1-1, se pasó al 2-0, y después entró el tercero en la portería de Unai Símon, que es cuando la Real decidió empezar a pensar en su viaje a Salzburgo, una ciudad preciosa como San Sebastián, pero de tierra adentro. Menos mal para el Athletic, porque si no, en el viaje de regreso a casa, las curvas de Mendaro nos hubieran parecido insufribles y el peaje una barbaridad.
Sin ningún enemigo exterior al que cargar con las culpas a modo de chivo expiatorio -una expulsión injusta, un arbitraje nefasto de Gil Manzano-, tendremos que quedarnos con la nula eficacia que exhibieron los jugadores de Valverde frente a la portería de Remiro que tuvo ocasión, incluso, de lucirse en alguna acción para salir en las fotos en las que los atacantes del Athletic salieron desenfocados.
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