Cuando era un renacuajo y el mapa físico de España era el decorado de clase en el colegio de las monjas del Puerto de Algorta, que todavía llevaban aquella toca que llamaban 'cornette', hasta que llegó el Concilio y empezaron a vestirse como sor Citroen; ... en aquellos tiempos tan lejanos en los que se estudiaba un libro que se llamaba la Enciclopedia Álvarez y otro más pequeño que era el catecismo de la doctrina cristiana, se explicaban unas reglas de obligado cumplimiento. Una de ellas se me quedó grabada para siempre: «Debemos honrar a los mayores en edad, dignidad y gobierno».

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Normas de urbanidad se llamaban, y ahora ya casi no se estilan, pero no puedo dejar de pensar en ellas cuando me encuentro con alguno de los futbolistas que jugaron en aquel equipo del Athletic en los años ochenta del siglo pasado. Y no sé a qué categoría honrar porque, por edad, son más o menos de la mía: unos mayores, otros más jóvenes, pero no demasiado. Alguno, como Iñigo Liceranzu, de mi misma edad -le llevo un mes-. Compartíamos aula en el colegio Santiago Apóstol, que estaba en la manzana donde ahora se ubican la Plaza Bizkaia y la Cámara de Comercio de Bilbao.

Por gobierno, tampoco, porque no tienen mando en plaza, así que les honro por dignidad, que, entre otras cosas, también significa excelencia, y en su momento, todos ellos alcanzaron la excelencia. Alguna vez le he comentado a 'Rocky' que mi trato con él es de tú, porque fuimos compañeros de clase, a la que también iba el aita de Jon Rahm, ese golfista que es «relativamente español», según una todóloga de las tertulias televisivas. Pero le digo que para cumplir las normas de urbanidad, debería tratarles de usted, a él y al resto de los jugadores que hace cuarenta años nos hicieron las personas más felices del mundo, que nos llevaron a todos los vizcaínos al éxtasis, al nirvana, al séptimo cielo.

Cuando sucedió aquello que ahora se conmemora, nadie de nuestra generación pensaba que el Athletic ganaría alguna vez la Liga. Escuchábamos a nuestros mayores, que ya han muerto en su mayoría, contar las glorias de los cincuenta, y recordábamos muchos aquella oportunidad perdida en la temporada de Ronnie Allen, en la que su equipo tocó el cielo con los dedos y se dejó ir en tres partidos lamentables lejos de San Mamés. Recuerdo aquella portada de la revista 'La Actualidad Española' y la plantilla del Athletic posando bajo el título 'Casi Campeones'. Se quedó en el casi.

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Pero la ganó, contra todo pronóstico, trece años después de aquella gran desilusión, y durante días, semanas, incluso meses en algunos casos, nuestras penas desaparecieron y el orgullo nos salía del pecho. Gracias a ese grupo fantástico de jugadores y a su entrenador, el más visionario de aquel equipo, a los que impúdicamente trato de tú, cuando debería tratarlos de usted. Ellos me lo perdonan, porque hay confianza en muchos casos y porque, en definitiva, siempre fueron personas como nosotros, a la que puedes encontrar paseando por Bilbao o por los pueblos de alrededor; viajando en el metro o comiendo en un restaurante cualquiera. Eran y son gente del pueblo. Hace unos años, cuando, en tiempos de Bielsa, veía alguna imagen del banquillo del Athletic, me decía a mí mismo que de aquellas personas que aparecían en la foto, solo uno de ellos, Txetxu Gallego, podía decir que había ganado títulos con el Athletic. ¡Qué jugador!

Les recomiendo que busquen el vídeo de aquel Real Madrid 2, Athletic 4 de 1986 y su magistral jugada en el último gol rojiblanco para que aprecien su calidad. Grande, pero como los demás de aquella plantilla que reciben un homenaje merecidísimo y con los que el club tiene una deuda, no económica, sino moral. Que en el año del 125 aniversario del club, ningún representante de aquel fantástico equipo, ni siquiera su entrenador, aparezca en el póster que conmemora la efeméride tiene delito. Cuando salten al campo dentro de unos días para recibir la ovación de San Mamés, se estará pagando un poco de esa deuda impagable con aquellos hombres que nos hicieron felices a todos los athleticzales, y a los que tendríamos que tratar de usted. Por dignidad.

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