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Aunque en el fútbol los pronósticos son material muy inflamable, por lo que conviene apartarse de ellos o al menos manejarlos con mucho cuidado, hay veces en las que caemos sin remedio en la tentación. Sobre todo los periodistas, a quienes como es bien sabido ... nos gusta poner la vista en el horizonte. Pues bien, caigamos en la tentación una vez más: el partido del jueves contra el Slavia Praga tiene muchas opciones de ser uno de esos que te mantienen pegado al asiento como si fuera el de una montaña rusa.
Los checos van como un tiro en su Liga –son líderes invictos– y demuestran en cada partido ser un bloque muy ofensivo: han marcado 33 goles en los 17 que han disputado esta temporada. Jindrich Trpisovsky, en fin, los quiere valientes y decididos. Y después de ocho temporadas en el club, donde ya es una institución, los gustos del técnico de Praga son órdenes. Dicho esto, la equivalencia con el Athletic es automática. Hablamos de otro equipo goleador y con un entrenador emblemático cuyo ideario futbolístico es una invitación a la aventura. ¿Cómo no pronosticar, por tanto, un partido muy abierto ? ¿Y cómo no excitarse ante esa posibilidad?
Reconozco que me encantan esas batallas enloquecidas que dejan a los entrenadores, sobre todo a los más rigurosos y esquemáticos, fuera de sus casillas y con cara de necesitar una camisa de fuerza. La última digna de tal nombre del Athletic en la Europa League se disputó el 3 de noviembre de 2016. Pronto se cumplirán ocho años. Me refiero a la victoria por 5-3 al Genk belga en la que Aritz Aduriz marcó cinco goles. Fue aquella una noche histórica y extraña en la que el delantero donostiarra, además de situarse en el santoral rojiblanco al lado de mitos como Bata, Zarra o Gainza, logró mantener con vida a su equipo en Europa, donde había perdido dos de los tres primeros partidos de la liguilla.
De la extrañeza, curiosamente, se encargó el público de San Mamés, que se movilizó muy poco. No se llegó ni a los 35.000 espectadores, una cifra muy baja que nadie esperaba, ni siquiera teniendo en cuenta que el Genk no dejaba de ser el octavo clasificado de la Liga belga y que el equipo de Valverde no estaba tampoco para echar cohetes. Pese a todo, había tanto en juego que todos pronosticamos un ambientazo en San Mamés. No hace falta decir que nos acabamos quemando con el material inflamable. «Una entrada floja y un ambiente en las gradas que se pareció a una olla a presión lo mismo que un balón a un banderín de córner», se le pudo leer a este cronista, sin ir más lejos.
El partido contra el Genk estuvo lleno de equívocos, como las buenas comedias, de ahí que para los espectadores neutrales resultara de lo más entretenido. En el minuto 24, el Athletic ya ganaba 2-0, pero era este un marcador muy engañoso, sin correspondencia alguna con el juego de los dos equipos. Los belgas, de hecho, eran mejores y acortaron distancias antes de la media hora gracias a Leon Bailey, el delantero del Aston Villa, por entonces un pipiolo de 19 años. La corriente del partido parecía encaminada al empate antes del descanso. Un defensa del Genk, sin embargo, decidió pegar un tiro en el pie a su equipo haciendo un penalti absurdo a Raúl García en el minuto 42. Aduriz, que ya había hecho el 2-0 desde los once metros, puso el 3-1.
En la reanudación, lejos de tranquilizarse, el partido se volvió más loco. En realidad, totalmente indescifrable. Ndidi acortó distancias en el minuto 51 y el juego entró en ese tipo de deriva caótica y emocionante que se genera cuando los dos equipos parecen capaces de lo mejor y de lo peor. Que Aduriz marcara el 4-2 en el minuto 74 no calmó las cosas porque Susic hizo el 4-3 seis minutos después y aquello ya fue un desparrame hasta que el killer rojiblanco marcó su quinto gol, también de penalti, en el descuento. Muchos espectadores salieron de San Mamés como Indiana Jones del frigorífico tras la explosión nuclear. Seguro que no lo han olvidado y que tampoco les importaría repetir este jueves una noche loca como aquella.
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