
Los ultras del Athletic necesitan que se les vea para existir. No sólo en Bilbao, su reducida área de influencia, sino también fuera de aquí. ... Puede resultar contradictorio buscar con ahínco una cámara y 'posar' con capucha y verduguillo para que sólo se atisben sus ojos de radicales. Partidos como el del jueves en San Mamés son oro molido para ellos. Las imágenes de las algaradas callejeras, sobre todo las que se produjeron al término del encuentro, son su sustento, su razón de ser, su oxígeno para sobrevivir socialmente y una demostración de fuerza. Y son también su forma de recordarnos que, aunque pasen semanas agazapados, siempre están ahí, dispuestos a reventar una fiesta como lo fue la eliminación de la Roma y manchar a una ciudad que, no lo olvidemos, en poco más de dos meses será la sede de la final de la Europa League.
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La competición continental es ahora mismo el gran escaparate de los ultras rojiblancos, aglutinados en su mayoría en torno a Herri Norte, una organización integrada por medio centenar de miembros y otros tantos simpatizantes cuya simbología está prohibida en los estadios. Nos preocupamos mucho, y por supuesto que tenemos que seguir haciéndolo, cuando el club, las instituciones y los responsables de seguridad advierten de la llegada de 'x' radicales de otros equipos cuando se acerca la fecha de un partido en La Catedral. Pero da la sensación de que tanto mirar al exterior nos ha cegado en casa. Empieza a extenderse el síndrome de la carta robada de Edgar Allan Poe. El sobre (los ultras del Athletic) siempre ha estado ahí, encima de la mesa del salón, delante de nuestras narices, y no lo hemos visto o no hemos querido verlo.
La Ertzaintza calcula que, como mucho, una veintena de hinchas violentos suele acceder al campo bilbaíno, donde se dispersan por diferentes sectores. El resto se queda fuera, a la espera, por si hay una rendija por la que pueda colarse el enfrentamiento. El jueves volvieron a hacerlo. Aguardaron la salida de los aficionados romanos, identificaron a sus ultras y empezaron a seguirles con bengalas para aprovechar su gran escaparate internacional. Después, enfrentamientos con los agentes, carreras, quema de contenedores, lanzamiento de objetos... En fin, lo de siempre. Resulta inquietante el silencio atronador del día después de quienes tienen responsabilidad en este asunto. Hacer como si no ha pasado nada es la salida facilona. Recuerda a aquellos años en los que se normalizaron los incidentes como si fueran parte del paisaje, el molesto peaje de una autopista.
El martes, con motivo del duelo de Champions entre el Liverpool y el PSG, la televisión ofreció una panorámica aérea espectacular mientras se disputaba el encuentro. Anfield Road estaba a reventar, pero en sus aledaños no había ni un alma. Una toma similar el jueves también hubiera enseñado un San Mamés lleno hasta la bandera porque el ambiente ante la Roma fue el de las grandes noches. Sin embargo en sus alrededores había movimiento. Algunos de los que dembulaban por la zona eran ultras del Athletic en busca de una oportunidad para hacer de las suyas. La UEFA monitoriza a conciencia lo que ocurre antes, durante y al término de los partidos. Y emite un informe. No tiene pinta de que sea favorable después de lo que ha ocurrido. Europa volverá a estar presente en La Catedral al menos en otras dos ocasiones este curso, la vuelta de los cuartos ante el Rangers FC el Jueves Santo y la final del miércoles 21 de mayo -y ojalá la ida de la semifinal-. Están en el calendario de los radicales.
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Pasarse la pelota en un problema tan grave no es una opción. Hace tiempo, cuando el VAR no existía y la última palabra la tenía siempre el árbitro para lo bueno y para lo malo, un colegiado tenía que decidir sobre una jugada polémica y no sabía bien qué hacer. Se dirigió entonces a uno de sus jueces de línea y le preguntó: «¿Qué ha sido, qué has visto?». Y el linier le respondió: «Lo mismo que tú». Ante la Roma vimos todos lo mismo, lo que pasó. No puede volver a suceder.
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