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Pichichi y Belauste popularizaron el pañuelo en la cabeza en el terreno de juego.
Los hombres del pañuelo

Los hombres del pañuelo

Recuerdos en rojo y blanco ·

Pichichi y Belauste siempre serán recordados por esa prenda. Además, el primero fue el primer ídolo de masas del fútbol en Bizkaia; el segundo, saltó a escena con una frase: '¡Sabino, a mí el pelotón que los arrollo!'

Jueves, 28 de marzo 2019

Queda una pequeña duda sobre el origen exacto de su apodo legendario. Algunos sostienen que fueron unos chavales mayores que él quienes, viéndole jugar al fútbol en la Campa de los Ingleses, se preguntaron asombrados: «Quién es ese pichichi?». Y otros aseguran que fue un descubridor de talentos el que, pasmado también por la calidad futbolística de aquel adolescente, pidió encarecidamente que alguien le presentara «a ese pichichi». Da lo mismo. Lo importante es que ese apodo hizo historia y que aquel chaval, Rafael Moreno Aranzadi, hijo de un abogado de Amurrio con ambiciones políticas y sobrino del mismísimo Miguel de Unamuno, se convirtió con el tiempo en el mito más grande de la historia rojiblanca.

Pichichi sólo conoció dos equipos. El Victoria, formado por alumnos de los Escolapios, el colegio donde estudió, y el Athletic, al que llegó en 1910, justo para estrenar la camiseta rojiblanca, y en el que permaneció hasta 1921. A lo largo de esa década larga, Rafael Moreno se convirtió en un ídolo de masas, el primero que creó el fútbol en Bizkaia.

El suyo fue un caso de jugador superdotado, adelantado a su época. Dicen que lo tenía todo como futbolista: el carisma de las estrellas -San Mamés llegaba a abuchearle cuando su luz sobre el partido era intermitente-, clarividencia en el juego, dribling, disparo demoledor, gran remate de cabeza y gol, tanto gol que, en su día, el diario 'Marca' no dudó en utilizar su sobrenombre para premiar cada temporada al máximo realizador de la Liga española.

Hoy, tantos años después, Pichichi es un icono. En público, se le venera en San Mamés, en ese altar pagano –ahora en la salida de vestuarios– donde reposa el busto que hizo de él Quintín de la Torre. Y en privado, se le venera en cientos de hogares, en cualquiera de las miles de reproducciones que se han hecho tanto del famoso cuadro de Aurelio Arteta –Idilio en el campo de sport– como de la gran caricatura en la que José Arrue reunió a todos los héroes de aquel Athletic invencible; el Athletic que ganó las Copas de 1914, 1915 y 1916, que entonces -la Liga no comenzó hasta 1929- era como ganarlo todo.

No fue Pichichi el único ídolo de aquellos tiempos precursores. Por detrás de él, tanto en la leyenda como el campo -era medio centro-, jugaba un coloso de metro noventa, quijada cuadrada y un pecho de gladiador que parecía contener una armadura. Se llamaba José María Belausteguigoitia Pagazaurtundua y pasó a la historia -había que abreviar- como Belauste. Durante once temporadas, compartió con Rafael Moreno la responsabilidad del juego del Athletic, una amistad sincera y, muy a menudo, la manía de jugar con un pañuelo blanco atado con cuatro nudos a la cabeza para protegerla así de los costurones del pelotón.

El gol hercúleo

Belauste no atesoraba el talento de Pichichi. Dentro del campo, sin embargo, era como un mar que acababa arrastrándolo todo. Pasaba él, con sus trancos de ogro bueno, y el terreno temblaba. Dicen que nadie pudo pararle, pero no es del todo cierto. Le paró el público de la Real Sociedad: a pedradas, tras una enganchada con un tal Arrate que acabó como el rosario de la aurora, invasión de campo incluida. Era Belauste, en fin, ese tipo de futbolista que uno siempre quiere tener de su parte.

Jugar con él era jugar a favor de corriente. Lo demostró en el Athletic y en la selección española, con la que acudió a los Juegos de Amberes. Fue en esta ciudad belga donde Belauste, además de obtener la medalla de plata, se hizo un hueco en la historia. Lo consiguió con una sola frase, la frase inaugural de ese mito futbolístico que es la furia española.

Fue en el año 1921. España, con cuatro rojiblancos en el once titular -Sabino Bilbao, Domingo Acedo, Pichichi y Belauste- se enfrentaba a Suecia. Era un partido duro, cortado a cuchillo. Hándicap, el cronista oficial de la Olimpiada, escribió así lo que sucedió: «España, al reanudarse el partido, como obedeciendo a una consigna, arremete en forma tan imponente que a los dos minutos logra un 'freekick' frente a una línea lateral del área de 'penalty'. Sabino va a ejecutar y José Mari, situado en actitud retadora, entre suecos, en la boca de goal, grita: '¡Sabino, a mí el pelotón que los arrollo!' Y efectivamente, Sabino lo envía por alto; un sueco pretende alcanzarlo, pero surge la corpulencia de Belauste con tal entrada y con tan formidable cabezazo al pelotón, que este y varios suecos ruedan dentro de la portería. Un verdadero goal hercúleo».

Pichichi y Belauste dejaron de jugar juntos al fútbol poco después de los Juegos de Amberes. Rafael Moreno decidió retirarse, dejando en San Mamés ese vacío sepulcral de las ausencias irreparables. Ahora bien, ambos siguieron siendo amigos, incluso cuando Pichichi decidió hacerse árbitro y se vio en la tesitura de tener que dirigir un partido del Athletic. El 2 de marzo de 1922, la separación fue definitiva. Pichichi murió por unas fiebres tifoideas, provocadas por una ingestión de ostras en mal estado. Tenía 29 años. La noticia de su muerte -la esquela se publicó en el diario El 'Liberal'-, conmocionó a toda Bizkaia.

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