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Este es uno de esos partidos en los que el marcador final lo tapa todo. Si además significa acabar con una racha de más de un año sin ganar dos partidos seguidos, la celebración tiene todo el sentido. Pero la victoria final no puede ni ... debe ocultar los problemas que volvió a padecer el Athletic durante demasiadas fases del encuentro. Los dos fogonazos de los goles no bastan para alumbrar la oscuridad del juego del equipo en la fase de creación.
Otra cosa es su solidez defensiva, ahí no cabe reproche alguno. El Athletic, que siempre ha presumido de grandes centrales, disfruta ahora mismo de una pareja que es hormigón armado. Anoche Iñigo Martínez y Dani Vivian intercambiaron los papeles. El primero destacó y goleó ante el Barcelona; ayer el recién llegado fue el encargado de abrir el marcador culminando con un cabezazo canónico un gran saque de falta de Muniain, para rubricar una actuación más propia de un veterano que de un jugador que lleva un ratito en la máxima categoría.
El fútbol es prolijo en paradojas. Muniain llevaba una hora enfurruñado consigo mismo, yendo de aquí para allá sin llegar a ninguna parte, y acabó dando los dos goles de la noche cuando más de uno se preguntaba por qué Marcelino no lo había incluido en el primer lote de cambios, cinco minutos antes de que el capitán pusiera el balón en la cabeza de Vivian. Casi acto seguido, Muniain le dio el segundo gol a Williams tras robar el balón a un defensa. Pero estas dos acciones tampoco pueden ocultar lo que había estado pasando, por mucho que fueran decisivas para la suerte del choque.
Ocurre que el plan de Marcelino aboca a este tipo de partidos. Mientras el equipo tiene piernas frescas y fluye el oxígeno, el Athletic es un equipo temible para cualquiera por el nivel de agresividad de su presión. Los rivales se ven asfixiados en su propia área, sin tiempo ni espacio para levantar la cabeza e imaginar un pase ganador. Pero a medida que los rojiblancos van perdiendo gas, a los contrarios les va costando menos ir ocupando posiciones más cómodas.
El Athletic es un equipo más de centrales que de centrocampistas, que practica un fútbol físico en el que en demasiadas ocasiones se confunde la velocidad con la prisa para concluir la jugada mejor en dos toques que en tres. No hay pausa ni finura con el balón, y así es más difícil llegar a la portería contraria con claridad. Media docena de pases de Ruiz de Galarreta destilaron más fútbol que todo lo que intentó el Athletic durante una hora larga.
Los goles terminaron siendo la solución a un problema que se estaba enrevesando a medida que pasaban los minutos. Continuando con las paradojas del fútbol, llegaron en la fase en la que el Mallorca tenía una pinta más amenazante y el Athletic parecía más confundido, tanto que Marcelino se vio obligado a agitar el cotarro con tres cambios que afectaban directamente a la zona de creación, donde peor estaban las cosas y donde, sigamos con los contrasentidos, se añoraba el juego entre líneas de Sancet pese a que Raúl García intentaba el remate en todas las posturas y distancias.
Este juego consiste en meter un gol más que el rival. Anoche el Athletic marcó dos y ganó porque el contrario ni siquiera consiguió rematar y evidenció tener mandíbula de cristal. Nada que objetar. Si alguien mereció ganar fue el equipo de casa. Pero harían bien Marcelino y los suyos en explorar otras vías menos agónicas. Sin ir más lejos, las que utilizaron en el tramo final del partido. Nadie puede jugar siempre con el corazón en la boca.
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