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Y la gabarra volvió a surcar la ría
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Hoy hace justo un año el símbolo del Athletic para celebrar la Copa cuatro décadas después se convirtió en el nexo de unión entre generaciones de athleticzalesVer 23 fotos
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Hoy hace justo un año el símbolo del Athletic para celebrar la Copa cuatro décadas después se convirtió en el nexo de unión entre generaciones de athleticzalesPor esos extraños mecanismos de la mente humana, algo que solo había ocurrido dos veces en más de un siglo se convirtió en la tradición ... más añorada, un tótem que la memoria colectiva convirtió en un mito más inalcanzable a medida que se sucedían los años y las frustraciones. El Athletic campeón solía entrar a Bilbao a bordo de un camión, generalmente por Atxuri, prácticamente desde el inicio de los tiempos futbolísticos, pero aquellas dos veces que eligió la vía fluvial para irrumpir en el corazón de la villa navegando en una gabarra habían dejado una huella tan indeleble que repetir la experiencia se convirtió en un objetivo en sí mismo.
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Hasta el año pasado la ciudadanía se dividía entre quienes habían visto la gabarra con sus propios ojos y los que se tenían que resignar a escuchar una y otra vez la historia contada por sus mayores, primero de padres a hijos, últimamente de abuelos a nietos. Porque para brecha generacional, esos cuarenta años que pasaron desde que los héroes del último doblete navegaron por segunda vez, hasta que, ¡por fin!, lo hicieron los nuevos campeones tal día como hoy hace justo un año.
A veces es apenas un hilo imperceptible el que separa la ocurrencia de la genialidad. Cuando a Cecilio Gerrikabeitia se le ocurrió plantear en Ibaigane que en caso de producirse el milagro de ganar la Liga sería una buena idea que la letra de la vieja bilbainada fuera el guion del recibimiento, se encontró con el rechazo rotundo de sus compañeros de junta, por inviable y disparatada. Afortunadamente, Ceci no es de los que aceptan un no por respuesta, así que siguió insistiendo más allá de la reunión, uno a uno, hasta que consiguió convencer si no a todos, sí al menos a los suficientes directivos para que su idea se aprobara en la siguiente junta. Días después, lo que parecía una ocurrencia se desveló como una de las mayores genialidades de la historia del club.
La primera singladura de la gabarra fue un hito de tal magnitud en aquel Bilbao sumido en la crisis de los ochenta que trascendió de la mera celebración de un título del Athletic. Lo que ocurrió aquel martes, 3 de mayo de 1983, quedó fijado para siempre en la memoria colectiva, no solo de la villa sino de las dos márgenes de la ría y de toda Bizkaia. Coincidieron muchas circunstancias para que se produjera aquella explosión de júbilo colectivo.
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Válvula de escape
Aquel Bilbao que empezaba a ser post industrial respiraba un ambiente de pesadumbre fruto de una crisis económica profunda que provocaba unos índices de paro brutales, todo ello aderezado por una violencia política en su momento más álgido. La alegría multiplicada por lo inesperado de ganar toda una Liga en la última jornada, veintisiete años después de la anterior, cuando hacía tiempo que hasta el hincha más forofo se había resignado a no volver a disfrutar de ese título en el fútbol moderno, fue una válvula de escape que condujo a un millón de personas a las dos márgenes de la ría aquella soleada tarde de mayo.
Quienes tuvimos la suerte de vivir aquello en directo guardamos en la memoria una sucesión de imágenes indeleble para el resto de nuestras vidas. El Athletic provocó una nueva catarsis colectiva el año siguiente con otra Liga y otra Copa memorables y la gabarra se convirtió en uno de los símbolos más reconocibles y apreciados. Tanto es así, que su ausencia a lo largo de cuatro décadas sublimó su recuerdo entre quienes la disfrutaron en directo y, lo que es más asombroso, entre los que solo la conocían de oídas. El 11 de abril de hace un año significó para los más veteranos una especie de reencarnación mientras que para los más jóvenes, y aquí podríamos incluir a todos aquellos menores de 50, las aguas del Nervión fueron como un Jordán que les bautizaba definitivamente como rojiblancos después de superar un larguísimo rosario de frustraciones que no hizo mella en su fe rojiblanca.
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Y eso que no faltaron quienes empezaron a mirar a la gabarra, olvidada primero en un muelle de la ría, varada después en un museo, como un gafe cuya sola mención provocaba el fracaso. Me incluyo en ese grupo que maldecía cada vez que alguien la mencionaba en vísperas de una final. Aquel penalti de Berenguer en La Cartuja fue la espada de Alejandro Magno que cortó el nudo gordiano que amarraba la embarcación al dique seco. En aquel instante feliz se acabó una espera interminable que mantenía a la familia rojiblanca sumida en la melancolía, soportando las chanzas de quienes a falta de símbolos propios se consuelan criticando a los ajenos.
Hace un año volvimos a volvernos locos, felizmente locos, y nuestra felicidad llegó a todos los confines de la geografía. Esta vez todo fue más grande, más organizado, más pautado y menos espontáneo y sorprendente. La gabarra navegó por una ría que tiene poco o nada que ver con aquella que surcó la primera vez. Ya no estaban los remolcadores en la Benedicta con una muchedumbre arracimada, la más festiva tripulación, ni había obreros de Altos Hornos y Euskalduna saludando con sus cascos desde las grúas. La ría, Bizkaia, Bilbao, el mundo, ya no son lo que eran hace cuatro décadas. Pero, mira por dónde, la gabarra se ha convertido en el nexo de unión entre generaciones, en el hilo que cose los viejos recuerdos con las emociones renovadas.
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