El Athletic jugó un gran partido de Copa a domicilio. El Valencia de ahora no es tan diferente al que nos eliminó en la temporada anterior. Sigue repartiendo estopa con angelitos como Diakhaby, si bien es menos compacto y más desnortado. Valverde introdujo dos cambios ... muy significativos: puso a jugar juntos a Herrera y Muniain. Debió de considerarlo un atrevimiento arriesgado porque incluso después de constatar el éxito de su apuesta pareció disculparse un poco, aseguró que lo hizo para aprovechar la experiencia de ambos. Olvidó mencionar su clase y que en el fútbol actual hay muchos jugadores que mejoran con la edad. Herrera formó un magnífico tándem con Vesga, repartió juego al primer toque, interceptó numerosos pases del equipo rival, hizo faltas tácticas cuando convenía, dio un pase perfecto a la cabeza de Williams, quien dejó el balón a bote para Muniain, para que este marcara en una posición forzada, de esas en las que nos hemos ido acostumbrando a que se desperdicien porque hay que meterlas.
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El fútbol es paradójico. Iñaki Williams había dado cinco pases al contrario y dos o tres intentos de control se le fueron por cuatro o cinco metros, y sin embargo cedió después de cabeza a Muniain para el primer gol, y con el pie a su hermano Nico para que marcara el segundo. Son las paradojas del fútbol, sus indudables aciertos se produjeron en el juego posicional, dentro del área, sin apenas espacio para revolverse. Nico Williams no jugó su partido más destacado, y en cambio metió un gol desde dentro del área, y le hicieron un penalti, es decir, también dentro del área, le pisaron el pie derecho cuando se disponía a chutar con el izquierdo.
Parece confirmarse que Nico tiene más juego interior y por tanto condiciones para el gol del que indicaba su posición habitual, tan abierto a la banda. Al Athletic le costó buena parte del primer tiempo darse cuenta de que era superior, de que si presionaba con más decisión sacaría provecho ante una defensa rival que pronto se mostró nerviosa e insegura, pero bueno, a ver quién se lanza a degüello en un partido de cuartos, ante un rival histórico que nos eliminó en la temporada anterior, a un solo partido y en su campo. Después, todo pareció más fácil y, sin embargo, antes se produjo otra de las paradojas de la noche: el temible Diakhaby, uno de esos futbolistas con los ojos desorbitados que asustan a los niños, que pegan a todo lo que se mueve como si tuvieran radar, que ya había hecho una entrada terrible a Nico Williams, se marcó una inesperada gran jugada que De Marcos empujó a las mallas en su intento de despeje. Diakhaby como un nuevo Beckenbauer. Parecía una de esas circunstancias estrafalarias que tantas veces nos arruinan la noche, pero el Athletic, en esta ocasión, reaccionó en dos minutos para llegar al descanso con ventaja. Y la segunda parte ya fue un monólogo rojiblanco.
Queda el merecido elogio de un Yeray inexpugnable, que se ha convertido, además, en un gran pasador en largo, lo que añade nuevas alternativas a la velocidad de los delanteros.
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