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La forja de una gran personalidad
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El Athletic de Valverde es un ejemplo de convicción desde que la pasada temporada logró despegar y triunfar hasta conseguir el título de Copa y el acceso a EuropaCarlo Ancelotti y Marcelino, los dos últimos entrenadores que, en el plazo de cuatro días, han pasado por San Mamés, coincidieron al término de sus partidos no sólo en elogiar a los jugadores de Valverde sino en asegurar que su actitud ardiente y combativa no ... les había sorprendido. Vinieron a decir, cada uno con sus palabras, que sabían perfectamente que los rojiblancos se les iban a lanzar al cuello desde el pitido inicial. Otra cosa distinta, sugirieron, es que por diferentes circunstancias ellos no fueran capaces de detenerlos.
Esta lectura de los técnicos del Real Madrid y del Villarreal es en sí misma uno de los mejores halagos que se le pueden hacer a este Athletic cuya racha empieza a demandar arqueólogos de la estadística para ponerla en su debido lugar: 12 victorias, 5 empates y solo una derrota (fallando tres penaltis) en sus 18 últimos partidos de Liga y Europa League. Y es que estamos hablando de los entrenadores de dos grandes clubes -uno más que el otro, evidentemente- que no están acostumbrados a enfrentarse a rivales atrevidos que les buscan el gaznate desde el arranque mismo del partido. Al contrario, a los que acostumbran es a tener enfrente equipos precavidos y recelosos como espías de la Guerra Fría que desechan cualquier tentación de ir contra ellos a una guerra abierta.
A estas alturas, podemos dar por descontado que la gran virtud del Athletic, la razón más poderosa de este 2024 triunfal, es su personalidad. Que, por supuesto, no es un atributo caído del cielo, una suma casual de los diferentes caracteres de los jugadores de la plantilla, sino una construcción de Ernesto Valverde, una construcción basada en la capacidad que ha mostrado para convencer a sus futbolistas de cuál es el camino correcto, el que les hace más competitivos. Si algo destaca de este Athletic, si hay algo que se ve a la legua en cada encuentro, es que no tiene ninguna duda sobre lo que debe hacer. Otra cosa -al fin y al cabo esto es un juego- es que lo consiga unas veces y otras no, o unas veces más que otras. Pero los rojiblancos destilan siempre convicción y esto en el fútbol es una arma nuclear.
Lo es, sobre todo, cuando la convicción procede, como es el caso del Athletic, más de una idea de juego y de una actitud en el campo que de la calidad individual de los jugadores. No estamos diciendo que Valverde no tenga grandes futbolistas capaces de marcar la diferencia. Si no los tuviera sería imposible estar en puestos de Champions y ser colíder invicto en la clasificación de la Europa League. O haber sido quinto y haber ganado la Copa la pasada temporada eliminando, entre otros, al Barcelona y al Atlético. Lo que decimos es que la confianza que se observa partido tras partido en el Athletic procede más de la fortaleza que sienten como colectivo entregado a una idea que de la que les inspira el talento de sus mejores individualidades. De ahí, por supuesto, que estén funcionando tan bien las rotaciones. Cada jugador que entra lo hace a un tren en marcha y bien encarrilado. Puede hacerlo mejor o peor, pero no duda del grupo, que es la mejor manera de conseguir no dudar tampoco de uno mismo.
Los buenos resultados, como es evidente, han sido claves para que se termine de forjar esta gran personalidad. En este sentido, hay que destacar algunos momentos fundamentales de la pasada temporada. El primero se produjo tras el decepcionante estreno de Liga ante el Real Madrid, que vino a remover los malos presagios de la gris campaña anterior. El Athletic se rehizo con cuatro victorias y un empate en las cinco siguientes jornadas. El segundo momento, que fue clave, llegó a partir de noviembre tras una victoria por 2-3 en El Madrigal, y se prolongó hasta comienzos de enero. Fueron siete triunfos y dos empates en nueve jornadas, una racha extraordinaria, de las mejores de la historia del club. El equipo había despegado como un cohete desde Cabo Cañaveral y acabó coronando un curso brillante con la clasificación para Europa y el título de Copa cuarenta años después.
Estos dos grandes éxitos, con la apoteósica celebración de la gabarra incluida, fueron decisivos en la conformación de este Athletic exultante. Como fueron decisivas, o desde luego muy influyentes, las durísimas derrotas en las dos finales de 2012 para que el proyecto de Bielsa, también con un Athletic convencido de su juego hasta alcanzar cimas como la de Old Trafford, se viniera abajo en la segunda campaña del técnico de Rosario. Se diría que los jugadores de Valverde despejaron la pasada temporada su última duda, que no dejaba de estar justificada tras seis finales perdidas: la de si podrían ganar un gran torneo. Tras ganarlo, ya son otros.
Su fe es absoluta. Tiene, de hecho, un aire fundamentalista. Saben cuál es el camino y no quieren salirse de él. Y nada indica que vayan a hacerlo mientras les sigan acompañando las fuerzas, que a día de hoy es el único interrogante que plantea el Athletic. Porque la verdad es que los despliegues de energía de este equipo, incluso de futbolistas más proclives a la sutileza que al ardor -Sancet, por ejemplo, se ha pegado dos palizas en ataque y defensa ante el Madrid y el Villarreal- son una de las sensaciones de la Liga. Carlo Ancelotti y Marcelino pueden confirmarlo.
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