La mayor fiesta de la historia
Nervios y apoteosis ·
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Nervios y apoteosis ·
Al Athletic le pesó la responsabilidad, pero el gol de Liceranzu dio paso a una celebración que duró varios díasAquel 29 de abril San Mamés vivió la explosión de alegría más grande de su centenaria historia. El Athletic sumaba en La Catedral su octavo título de Liga ganando a la Real en el último partido. Para ser más exactos, habría que precisar que ... ganando el último partido a última hora, porque solo quedaban once minutos para que Merino González señalara el final cuando Liceranzu cabeceó a la red el gol decisivo que además hacía el número 3.000 en la historia del Athletic.
No fue un buen partido aquel derbi. Al Athletic le pesó la responsabilidad y por momentos los jugadores parecían superados por un ambiente que había desbordado todo lo imaginable a lo largo de la semana para estallar aquella tarde en San Mamés. Aquellos eran días de emociones fuertes, muy fuertes, para la gran familia rojiblanca. Siete días antes, el equipo se había metido medio título en el bolsillo en Valencia gracias a los goles de Dani y de Noriega en un partido heroico, jugado cuatro días después de una prórroga y unos penaltis de pura agonía en la semifinal de Copa ante un poderoso Real Madrid en La Catedral.
Athletic
Zubizarreta; Urkiaga, Liceranzu, Goikoetxea, De la Fuente (minuto 33, Patxi Salinas); Sola, De Andrés, Urtubi; Dani, Noriega (minuto 59, Sarabia) y Argote.
2
-
1
Real Sociedad
Arconada; Sagarzazu, Gorriz, Gajate, Celayeta; Larrañaga, Zubillaga, Zamora (minuto 81, Diego); Begiristain, Uralde y López Ufarte.
Árbitro: Merino González.
Goles: 1-0. M.18, Liceranzu; 1-1. M. 68, Uralde; 2-1. M. 79, Liceranzu.
Todo el mundo se sentía campeón después de la victoria de Valencia porque, al fin y al cabo, bastaba con ganar a la Real en el último partido en San Mamés en una repetición caprichosa de lo que había ocurrido dos años antes, cuando el equipo txuriurdin se hizo con su segundo título ganando al Athletic en Atocha en el último partido. Era impensable que el Athletic fuera a dejar escapar el título jugando en casa después de las exhibiciones que había ofrecido los últimos encuentros.
La búsqueda de una entrada para asistir a la fiesta que todos daban por segura se convirtió en el objetivo prioritario durante toda la semana. Todo Bilbao amaneció engalanado en rojo y blanco aquel primaveral domingo de abril. Nunca San Mamés y sus alrededores habían estado tan abarrotados y tan ávidos de celebración. Fueron miles los que se tuvieron que conformar con seguir el partido abarrotando las calles aledañas al campo, con el transistor pegado a la oreja, tratando de interpretar lo que pasaba a través de los sonidos y atisbando por los resquicios de las puertas.
El gol de Liceranzu a los 18 minutos, recogiendo en el área un balón rebotado en la espalda de Celayeta tras un cabezazo de Argote, no bastó para tranquilizar a los de Clemente. El técnico rojiblanco además tuvo que consumir pronto uno de sus dos cambios por una lesión de De la Fuente, que fue sustituido por Patxi Salinas.
La Real Sociedad jugaba cómoda y el Athletic no terminaba de cerrar el partido. Todo hubiera sido muy distinto si hubiera entrado un cabezazo de Noriega que repelió el larguero, o si Merino González se hubiera atrevido a señalar penalti cuando el propio Noriega cayó derribado en el área. Pero había demasiada susceptibilidad a flor de piel en muchas instancias como para que el árbitro allanara el camino del campeón con un penalti.
Uralde ya había avisado con tres remates, uno de ellos enviado al larguero, y en el minuto 68 acabó cazando en el segundo palo un envío de Larrañaga desde la banda. El gol fue tan inverosímil que hasta el árbitro tardó unos segundos en concederlo en medio del sepulcral silencio de San Mamés, entre otras cosas porque su auxiliar también dudó antes de correr hacia el centro del campo. Nunca La Catedral ha estado tan muda como en aquellos instantes.
Y nunca los corazones rojiblancos han sufrido tanto como durante aquellos diez minutos que transcurrieron entre el empate de Uralde y el imparable cabezazo de Liceranzu rematando un córner, ¡cómo no!, botado por Estanis Argote.
Cuando el balón agitó la red de Arconada, San Mamés estalló en la fiesta más grande jamás contada. Aquel gol encendió la mecha de una celebración que no terminaría hasta una semana después, cuando la gabarra volvió a surcar la ría, en esta ocasión con un cargamento de dos títulos.
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