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La fiesta que nunca fue. Todo estaba preparado en el centro de convenciones del hotel Barceló Renacimiento para la celebración del Athletic. Mesas para que cenaran los 110 componentes de la expedición oficial y los instrumentos colocados para el concierto de Orsai. Un momento de ... gloria que nunca se dio.
El equipo llegó pasadas las doce de la noche a su hotel. Aturdidos y afectados por su pobre rendimiento, los jugadores sólo tenían ganas de desaparecer. Poco después de la una de la madrugada, comenzaron a desfilar hacia sus habitaciones dejando tras ellos a los directivos, empleados e invitados. A alguno de ellos, como sucedió con Berenguer, hubo que ir a buscarle para que bajara a picar algo. Otros cuantos fueron incapaces de probar bocado pese a que la ingesta de hidratos es aconsejable tras un partido.
Todos estaban muy dolidos, pero unos exteriorizan más que otros el sentimiento de devastación. A Villalibre se le vio muy tocado sobre el campo, con unas lágrimas que sus compañeros y Marcelino intentaron en vano contener. Muniain estuvo ejemplar en la derrota al aplaudir al campeón, pero a la vez muy afectado, según reconocieron fuentes del vestuario. De hecho, varias personas se acercaron en el hotel a su mesa para consolarle, una labor en la que no tuvieron gran éxito. Algunos de los presentes aseguran que le vieron soltar lágrimas.
Ayer, de nuevo en su papel de capitán, fue el primero en poner el pie en la calle para dirigirse al autocar que llevó al equipo al aeropuerto. Fuera esperaban dos hermanos de once y ocho años con la camiseta del Athletic. El navarro se acercó a ellos, los abrazó. Mientras avanzaba hacia el autobús un periodista le preguntó cómo se sentía. El disgusto quería dar paso a la recomposición. «P'alante», lanzó el capitán mientras levantaba un pulgar. Hay que pensar en la final que espera en doce días en la misma isla de La Cartuja ante el Barcelona. Rafa Alkorta, director deportivo del Athletic, se dirigió a los mismos chiquillos. «Animaros, que vamos a ganar al Barça», les soltó.
Sin embargo, el impacto de lo sucedido no se escapa a nadie en el vestuario. Por el rival, pero sobre todo por la forma en la que se produjo, se trata probablemente de la derrota en una final más dolorosa de las vividas desde 2009. La plantilla admite que su rendimiento estuvo muy por debajo de lo exigible y que, para colmo, la mayoría de los jugadores clave –Berchiche, Raúl García, Muniain y Williams– apenas tuvieron incidencia en el juego. A las 10.30 horas los jugadores pusieron rumbo al aeropuerto de Sevilla, en donde ese grupo en pleno funeral se encontró con lo que menos deseaba ver, a la Real Sociedad aún de fiesta y con la Copa en la mano camino de San Sebastián.
A Marcelino se le vio también muy tocado. Según explicó a varias personas de la expedición, perder entra dentro de las opciones en una final, pero a nadie le gusta hacerlo como lo hizo su equipo. El asturiano y sus colaboradores estaban satisfechos de cómo habían trabajado sus futbolistas los días previos. Les veían bien preparados, pero tenían la duda de cómo iban a responder en una final-derbi. Los entrenadores rojiblancos creen que esa doble responsabilidad fue clave para paralizar a los suyos.
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Jon Agiriano j.a.p- capetillo | j. mallo
La directiva también está muy afectada. El recuerdo de lo sucedió en La Cartuja en la Supercopa invitaba al optimismo pese a que desde el club se cuidaron mucho en lanzar mensajes triunfalistas. La tensión se percibía entre los dirigentes y los invitados las horas previas al partido. Una buena forma de liberarla fue entonar melodía y letra de unas cuantas bilbainadas en la cena previa a la final.
Elizegi se iba poniendo más nervioso según se acercaba el partido. A la conclusión del duelo estaba muy afectado, pero mantuvo el tipo para cumplir con su función protolocaria en el estadio y en el hotel como anfitrión.Hubo directivos que, sin embargo, no pudieron evitar las lágrimas.
Los dirigentes llegaron a Sevilla con la esperanza de ganar su segundo título y convertirse así en gobierno que más trofeos levanta desde Pedro Aurtenetxe. Sin embargo, regresan con un equipo muy tocado y una afición terriblemente decepcionada.
Pasadas las horas, los integrantes de la directiva intentaban recomponer la figura. La próxima final llega dentro de doce días. El sentimiento general era que si se ganaba a la Real se daba un primer paso clave para hacer lo mismo ante elBarcelona. Pero ahora el temor es que se repita la secuencia de 2012. La derrota ante el Atlético de Madrid en Bucarest, en un partido en el que los rojiblancos llegaron como favoritos, provocó que no se compitiera dos semanas después en el Vicente Calderón ante el Barcelona, que a los 25 minutos ya había sentenciado con un 3-0. Los dirigentes asumen que uno de los asuntos claves del club los próximos días es gestionar la frustración.
El equipo aterrizó en torno a las 13.00 horas en Loiu. No había rastro de aficionados. Tal y como estaba previsto, la Ertzaintza elaboró esta vez un importante dispositivo de seguridad allí y en Lezama. Varios controles en ambos puntos impedían el acceso. El objetivo era evitar aglomeraciones como las que se produjeron el jueves camino al aeropuerto y el sábado en Pozas. No hizo falta. La derrota espantó a los hinchas. Apenas unos pocos recibieron con aplausos a los subcampeones a su llegada a su ciudad deportiva.
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