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En aquella famosa comparecencia de Jon Uriarte, Ernesto Valverde e Iker Muniain el pasado 10 de agosto, una declaración oficial de objetivos sin precedentes en la historia del Athletic, al presidente le preguntaron qué ocurriría en caso de incumplimiento. El nuevo dirigente rojiblanco contestó con ... una evasiva, una de las primeras de las muchas que le sucederían a partir de entonces hasta que decidió acabar con ellas del modo más drástico posible: dejando de hablar. «Pues ya veremos. Nos lo dirán cuando acabe la temporada y se analicen las circunstancias». Fue una pena que nadie preguntara entonces por ese sujeto omitido. ¿Quiénes iban a decírselo? El caso es que el interrogante no se despejó. Confiemos, pues, en que, a estas horas, esa información fundamental ya les haya llegado a Uriarte y a sus más estrechos colaboradores.
Aquel 10 de agosto, Valverde hizo también una declaración muy curiosa –hasta el punto de que este periódico tituló con ella– viniendo de alguien cauteloso por naturaleza. Aseguró que, a su juicio, «era una ventaja» fijar como meta entrar en Europa. No explicó por qué, cuál era la ventaja de ser tan explícito y formal en la declaración del objetivo. Y no es de extrañar que no lo hiciera porque, sencillamente, esa ventaja no existía. Txingurri lo sabía, pero quiso ser obsequioso con aquel presidente novel y participar de aquella 'performance'. Que no se creía lo que decía, que en el fondo no se sentía cómodo con tanta prosopopeya, que seguramente la consideraba un pecado de juventud por parte unos nuevos dirigentes muy 'echaos pa alante', lo ha demostrado durante la temporada.
Lo ha hecho a su ritmo, acompasado a los resultados de su equipo. A mediados de febrero, justo después de su renovación, ya advirtió a los periodistas que dábamos «más importancia de la que tiene» al hecho de haber fijado con luz y taquígrafos el objetivo de Europa. Y hace unos días, agobiado por el derrumbe de su tropa, ya se arrancó a decir lo que pensaba y aseguró que la meta del Athletic no es clasificarse para Europa sino «luchar» por ella. Digamos que aquel 10 de agosto el más sincero fue Iker Muniain, que al menos restó importancia a la presión que podía conllevar un anunció tan ceremonial y tempranero del objetivo. «Este mundo del fútbol está lleno de presiones. Hay que llevarlo con naturalidad», dijo.
Me refiero a todo esto en la hora del balance del ejercicio para criticar algo que cada vez resulta más indigesto: la manera tan lamentable en que se enmascara o directamente se intenta ocultar la verdadera realidad de este equipo. Que entre los aficionados haya todavía un porcentaje alto de optimistas e inocentes irreductibles es lógico. Ya se sabe que en el fútbol el corazón marca tantos o más goles que la cabeza. Lo que no resulta admisible es que alimenten este engaño los dirigentes y profesionales del club, es decir, los responsables de una plantilla cuyas estadísticas en el último lustro son de una elocuencia descomunal.
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Juanma Mallo
Uno de los datos que mejor describe este deprimente relato circular en el que todo se repite y la sensación de 'déjà vu' empieza a provocar visitas al psicoanalista, es que, en la campaña 2018-19, el Athletic fue octavo, igual que ahora, con 53 puntos, dos más que esta temporada. Y entre medio, otro octavo puesto el año pasado, un décimo en la 2020-21 y un undécimo en la 2019-20 (por cierto con los mismos 51 puntos actuales). Los goles a favor se mueven siempre, como una condena, en los mismos parámetros mediocres: entre los 41 y los 47 con los ratios de efectividad por remate más bajos de la Liga. Y los goles en contra, algo parecido: entre 36 y 45. Los finales de temporada son siempre, ya por definición, decepcionantes, aunque el de este año haya sido especialmente lamentable. El caso es que el equipo se cae sin remisión, quién sabe si porque su forma de jugar, esa gran intensidad que necesitan sus jugadores para ser competitivos, les acaba dejando sin el oxígeno suficiente el sprint final.
¿Hacen falta, en fin, más pruebas para aceptar que este Athletic, cuya plantilla apenas cambia año tras año a diferencia de todos sus rivales, da para lo que da? ¿Y para aceptar que los problemas rojiblancos no tienen que ver con sus entrenadores, por mucho que Valverde haya decepcionado empeorando los últimos registros de Marcelino, sino con sus futbolistas y con unos déficits de calidad en puestos determinados que no tienen solución con la actual filosofía del club?
Negar esta realidad y que participen en este ocultamiento los dirigentes y profesionales del club empieza a ser sangrante. Directamente, un insulto a la inteligencia de los aficionados. Ya sólo faltaría que Jon Uriarte no refuerce este verano una plantilla que va a perder a Íñigo Martínez y en la que varios titulares ya llevan encima más kilómetros que Indiana Jones, y pese a ello quiera salir de nuevo en agosto vendiendo de nuevo el objetivo de Europa con gran solemnidad, como si la competición continental fuera el destino manifiesto de su Athletic. Sospecho que no lo hará, que algo habrá aprendido después de un año subido a aquel tren que cogió en marcha sin siquiera saber su destino.
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