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Al final de los años 60, en aquella camiseta del Athletic que desteñía a la primera lavada, los que contábamos con una ama hacendosa le pedíamos que nos cosiera un número a la espalda, que nos identificaba con nuestro héroe rojiblanco, cuando aún no se ... llevaban nombres. Yo llevaba dos unos que me enorgullecían: el 11 de Rojo, al que creía parecerme porque era delgado, moreno y con flequillo como él. En nada más nos asemejábamos porque yo ni era zurdo ni destacaba en el fútbol nada más que por mi afición incombustible.
En los primeros 70 ya presumía de haber visto a los jugadores del Athletic en San Mamés, en un 3-0 al Zaragoza. A los mismos, sí, que cambiábamos en los cromos del patio. Un equipo que, por fin, 11 años después de los once aldeanos, había vuelto a ganar una Copa, al Elche, con un once que sabíamos de carrerilla, empezando por Iribar y acabando por Rojo, el once que empezó de interior junto a Lavín. Siempre el once. Grandes ídolos eran también el Chopo, Uriarte y Arieta, internacionales y figuras vascas del momento. Pero yo quería ser Rojo. El artista del regate, del cambio de ritmo y, sobre todo, del centro medido al área.
Cuando llegó al primer equipo su hermano Pekele, pasarían a ser Rojo I y Rojo II. Entonces pasamos a llamarle por su apelativo de Txetxu, permanente puntal del conjunto que entrenara Koldo Agirre y que hizo el mejor fútbol, de ataque y de calidad, que estos ojitos han visto nunca en San Mamés, aunque nos quedáramos a las puertas de todo: en el 77, subcampeones de UEFA y Copa y terceros en Liga.
En los finales setenta vimos al Rojo maestro, elegante, capitán. Los recuerdos de la magia del de Begoña se nos agolpan: un gol de tiralíneas al Málaga salvando toda su defensa, otro al Ujpest Dozsa en una noche europea mágica, en la misma competición en la que provocó un penalti del milanista Bigon. Jugadas, fintas, asistencias y goles selectos...
Se nos ha ido uno de los grandes, de los más grandes que se han enfundado la zurigorri. Genio, mucho genio, y figura, como pocas. Txetxu, el 11 a la espalda, culpable de que un chaval empezara a soñar en Rojo y blanco. Goian Bego.
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