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jon agiriano
Viernes, 7 de febrero 2020, 15:49
Tras una larga ausencia de 35 años en Primera, el Granada regresó a San Mamés en noviembre de 2011. A muchos aficionados rojiblancos la presencia del equipo andaluz no les despertó mayor curiosidad. A los que se acercaban ya a los cincuenta o los ... superaban, sin embargo, esta visita les trajo un recuerdo imborrable: el de uno de los equipos más duros que ha conocido el fútbol español. Hablamos del Granada de los años setenta, el de los Aguirre Suárez, Fernández, Falito, Jaén, Montero Castillo o Castellanos, una tropa temible que hizo del estadio de Los Cármenes un lugar de alto riesgo. Ningún equipo quería viajar allí. Llegaron a llamarles 'los carniceros' y fueron famosos hasta que el descenso del equipo en 1976 acabó con su historia. Con motivo de su vuelta a la máxima categoría, uno de los más conocidos integrantes de aquel escuadrón implacable, el paraguayo Pedro Fernández, concedió una entrevista al diario 'El País'. El titular lo decía todo: «¡No nos comíamos a los niños!».
Eso era cierto. A los que intentaban comerse de verdad era a los rivales, sobre todo a los más peligrosos. El caso más emblemático fue el de Amancio. El delantero gallego del Real Madrid solía tener sus más y sus menos con los defensas del Granada, sobre todo con Fernández. En 1971, durante un partido en el Santiago Bernabéu, una fea entrada al jugador charrúa provocó una tangana entre los dos equipos. Fernández tardó tres años en vengarse. Lo hizo en Los Cármenes, con un plantillazo brutal en el muslo derecho de Amancio. Fue una entrada terrorífica que provocó una herida que al médico del estadio le pareció la cogida de un toro. Para suturar necesitó 150 puntos internos y externos.
Fernández fue sancionado con 15 partidos. «No me gusta hablar de eso. Fui el primer jugador al que le sancionaron por la televisión. No fue intencionado. Son golpes que se reciben», aseguraba en la citada entrevista. Amancio, por su parte, prefiere tirar de ironía cuando recuerda aquellos momentos. «Cuando teníamos que ir a Los Cármenes besábamos a la mujer y a los niños por si no volvíamos», aseguró en un documental de Ideal TV. En otra ocasión, recordando el entradón que le abrió la pierna, volvió a bromear: «La suerte que tuve es que, si me levanto, estaba Aguirre Suárez».
El 'Negro' Aguirre Suárez, ni más ni menos. Palabras mayores. Hablamos de uno de los integrantes del mítico Estudiantes de la Plata que, de la mano de Osvaldo Zubeldía, conquistó tres Copas de Libertadores y la Intercontinental de 1968, es decir, de uno de los equipos más fieros, duros y fuleros de la historia del fútbol. El central tucumano era uno de sus caudillos, junto a Pachamé, Bilardo y Verón. Con su marcaje a Dennis Law -decir férreo sería una broma-, Aguirre Suárez se convirtió en uno de los héroes de aquel duelo histórico en Old Trafford que les valió la Intercontinental. En el museo del Manchester se conserva un viejo pizarrón con algunos escritos de Zubeldía para aquel partido. Se lo dejó en un rincón del vestuario. Una de las frases que mejor se lee dice así: «A la gloria no se llega por un camino de rosas».
La fama de matón de Aguirre Suárez, sin embargo, se acabó de cimentar al año siguiente, en la final de la Intercontinental que enfrentó a los 'pincharratas' con el Milan. Los argentinos perdieron la ida por 3-0 en San Siro. Cómo sería la vuelta que Gianni Rivera aseguró a la RAI que los jugadores de Estudiantes seguramente actuaron bajo el efecto de alguna sustancia dopante. Fue un partido infame, lleno de reyertas y agresiones que acabó con una tangana brutal. La fotografía del delantero francés Combin regresando a los vestuarios, magullado y con los ojos como dos tomates dio la vuelta al mundo. La imagen de Argentina quedó muy malparada y el general Onganía tomó cartas en el asunto y ordenó el ingreso en la prisión de Villa Devoto de Aguirre Suárez, Poletti y Manera. Fueron condenados a un mes de prisión y suspendidos varios meses. No es extraño que al 'Negro' le precediera su fama cuando en 1971 fichó por el Granada. Estuvo tres temporadas y nadie le olvidó. José Mari Amorrortu coincidió con él en su primera temporada en el Athletic. «Aquellos sudamericanos imponían. Jugaban a vida o muerte», recordaba.
En aquel partido al que se refería Amorrortu, en febrero de 1974, jugó también otra buena pieza que ayudó a propulsar la mala fama del Granada a pesar de que sólo jugó una temporada: Julio Montero Castillo. De nuevo, palabras mayores. Al gran caudillo del Nacional de Montevideo, mundialista con Uruguay en México y Alemania, donde fue expulsado tras una caricia a Johnny Rep que le valió la tarjeta roja, se le llegó a considerar el futbolista más sucio de Sudamérica, que no dejaba de ser uno de los títulos con más competencia del mundo en aquella época. Decían que pegaba a todo lo que se movía y él nunca desmintió esa afirmación. Es más, siempre se enorgulleció de su leyenda negra, primero como lateral derecho y luego como medio centro defensivo. Cuando le preguntaron por qué le llamaban 'El Mudo', fue sincero: «Yo no hablaba, pegaba», afirmó. Los que no recuerden a Montero Castillo pueden hacerse una idea aproximada de su agresividad pensando en su hijo, Paolo Montero. Ya saben, ese durísimo central de la Juventus al que le hubiera venido como anillo al dedo un papel de sicario desquiciado en 'Los Soprano'. «Tiene cosas mejores que yo. Es metedor y ganador como yo, pero yo golpeaba un poquito más», dijo de su retoño el exjugador del Granada.
El equipo de Los Cármenes, al que Joseíto conducía como un sargento de regulares, no sólo tenía sudamericanos implacables, sino también algunos autóctonos de armas tomar. Uno de ellos fue el lateral cordobés Rafa Jaén, que acabaría fichando y haciendo carrera en el Sevilla. Era un tipo muy nervioso que salía al campo como si acabara de meter los dedos en un enchufe. Jaén vivía los partidos con una intensidad tremenda. Parecía no ya que se estuviera jugando su vida, sino también la de su mujer y sus niños. Sus víctimas eran los rivales y también los árbitros, a los que enloquecía.
«¿Qué tal con los árbitros?», le preguntaron en una entrevista. Su respuesta no tiene desperdicio. «Fatal. Mal, de verdad. Me he llevado muy mal con ellos. Fíjese que un día, cuál sería mi fama, jugando en el Granada, un árbitro que se llamaba Camacho me llamó para firmar el acta del partido y me dijo: «Yo soy amigo de tu padre. No me vayas a echar a la gente encima. Tranquilízate, Rafa». Ahora, con los años, me doy cuenta de que los árbitros tenían razón. Yo es que era muy temperamental. Vivía el fútbol muy intensamente. Si perdíamos un partido, le decía a mi mujer: «No salgo de casa». Me daba vergüenza. Era un loco».
El repaso a aquel equipo legendario no puede finalizar sin hacer una mención a otros dos tipos muy serios. Uno de ellos era Ángel Castellanos, aquel señor que atemorizaba desde los mismos cromos por su barba y su porte de hombretón fiero. No tenía que ser muy agradable la tarea de encararle en un campo seco y botón, mientras su hinchas le jaleaban. Uno de los mejores amigos de Castellanos en el equipo era Falito, un asturiano de La Felguera, duro como la piedra, que durante siete temporadas también contribuyó lo suyo a hacer temible a aquel Granada contra el que nadie quería jugar.
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