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El derbi del sábado en San Mamés vuelve a adquirir una gran importancia para el Athletic. Y no nos referimos tanto a la cuestión sentimental ... de la vieja rivalidad, que también, sino a la puramente clasificatoria. La pasada temporada este partido llegó en la jornada 25 y los rojiblancos, que venían de hacer una pifia de grueso calibre en Mallorca, golearon en una pletórica segunda parte a una Real que acusó en exceso el esfuerzo de su compromiso europeo ante el Leipzig tres días antes. Aquel triunfo situó al equipo de Marcelino en una posición muy esperanzadora de cara a la lucha por Europa. El Villarreal, sexto, le quedaba a dos puntos, y la Real, séptima, sólo a uno, aunque con un partido menos.
Con la satisfacción de la goleada en el derbi, y restañadas en buena medida las heridas de Son Moix, los rojiblancos parecían muy bien encaminados en la recta final del campeonato. Sin embargo, no fueron capaces de evitar que, un año más, Paco se les presentara con la rebaja. En las siete jornadas siguientes solo ganaron dos partidos, al Levante y al Elche en casa, empataron otros dos y perdieron tres, el último, letal, ante el Celta en San Mamés, donde recibieron una sonora pitada por su juego y su actitud. Con este precedente, la conclusión no puede ser más fácil de cara al derbi: el Athletic no sólo tiene que ganar sino lograr que el impulso de su victoria le sirva esta vez para despegar.
Aparte de estas evidencias, lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, en los derbis hay un componente añadido que tiene que ver con lo que podríamos llamar la jerarquía del fútbol vasco. Dominada históricamente por el Athletic de forma abrumadora, con pequeñas salvedades puntuales y la única excepción significativa del extraordinario ciclo txuriurdin entre 1978 y 1982, en las últimas temporadas se ha producido un cambio significativo. El punto de inflexión llegó en la 2016-17, la última del anterior ciclo de Ernesto Valverde en Bilbao. Esa campaña, la Real fue sexta con un punto más que el Athletic (64 frente a 63) .
Pues bien, a partir de ese momento y con la única excepción del ejercicio 2018-19, con Gaizka Garitano en el banquillo rojiblanco e Imanol Alguacil ya en el txuriurdin tras sustituir a Eusebio Sacristán, la Real siempre ha quedado por delante en la Liga y volverá a hacerlo también –lo contrario sería una sorpresa monumental teniendo en cuenta que lleva 11 puntos de ventaja– esta temporada. Las consecuencias han saltado a la vista. Frente a las repetidas ausencias del Athletic en competiciones continentales –cinco años seguidos–, los donostiarras han disputado las tres últimas ediciones de la Europa League y ahora, cuartos con cuatro puntos de diferencia sobre el quinto, pretenden subir un escalón y alcanzar la Champions.
Tres años en Segunda
Por otro lado, es cierto que en los últimos años, pongamos que desde el regreso de la Real a Primera en 2010, el Athletic ha tenido tanta o más visibilidad que su vecino. Las cinco finales de Copa, los dos títulos de la Supercopa, la final de la Europa League en 2012, cinco clasificaciones para Europa, la de 2014 para la Champions, competición que la Real no juega desde 2003... Esto no se discute. Pero si no nos vamos tan lejos en el tiempo y nos centramos en el pasado más reciente, el del último lustro, es evidente que los guipuzcoanos se han puesto por delante con una autoridad que no se recuerda. De hecho, visitarán La Catedral con once puntos de ventaja en la Liga pese a haber disputado la Europa League. Y no sólo eso. Tampoco se puede olvidar que le arrebataron al Athletic el título de Copa hace dos años en aquella final de La Cartuja de tan triste recuerdo.
De todos es conocido que la vida da muchas vueltas en el fútbol. Hasta los proyectos que parecen más sólidos y prometedores pueden saltar por los aires sin que se sepa muy bien el detonante. Y la Real puede atestiguarlo mejor que nadie desde que en 2007, sólo cuatro años después de clasificarse para la Champions, bajó a Segunda y tuvo que pasar tres temporadas en el infierno. Ahora bien, a partir de esta puntualización, discutir la solidez y la buena caligrafía del actual proyecto txuriurdin no tiene ningún sentido.
Como no lo tiene, por supuesto, reconocer las dificultades del Athletic para poder mejorar la calidad de su plantilla de cara a las próximas temporadas –muchos se conforman con que la mantenga visto cómo está el mercado y cuál la situación del Bilbao Athletic–, y desde luego para solucionar, sin tener que vender jugadores, el déficit que el club arrastra año tras año.
Así las cosas, este próximo derbi es especial. Digamos que el Athletic no sólo se juega tres puntos muy importantes para sus opciones europeas sino también la oportunidad de reivindicarse y premiar a su hinchada, todavía dolida por el chasco de la Copa, con la alegría de verle superar a un rival cada día más convencido de su primer puesto en la jerarquía actual del fútbol vasco. Si esto no es suficiente para salir el sábado al campo cantando el 'Garry Owen' o cualquier otro himno de caballería, es que no hay nada que hacer.
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