
El día que volvimos a alcanzar la gloria
Felicidad plena ·
Se cumple un año de la final de La Cartuja en la que el Athletic conquistó la Copa en una fecha inolvidable tras 40 años de esperaSecciones
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Felicidad plena ·
Se cumple un año de la final de La Cartuja en la que el Athletic conquistó la Copa en una fecha inolvidable tras 40 años de espera«Qué tal?». «Mal». «Yo también». El usual saludo entre colegas fue una confesión sincera de la íntima angustia que compartía con Jon Agiriano hace ... justo un año cuando nos sentamos, codo con codo, en el palco de prensa de La Cartuja. Preparábamos y repasábamos portátiles y papeles más por matar la hora larga de espera que teníamos por delante antes de que empezara el partido, que porque realmente necesitáramos repasar lo que sabíamos de memoria. Y no éramos los únicos que buscaban la forma de entretener los nervios en aquella espera ansiosa; toda la familia rojiblanca estaba experimentando entonces esa desazón previa a un acontecimiento trascendental.
Sevilla llevaba dos días disfrutando la pacífica invasión de una multitudinaria tropa rojiblanca que estaba convencida de que, esta vez sí, se llevaría una Copa que llevábamos cuatro décadas sin catar. Muchos de los que ocupaban Santa Cruz y Triana no habían nacido la última vez que Dani levantó la Copa en la final contra el Barcelona. Sí tenían muy presentes, sin embargo, las seis finales perdidas este siglo, cuatro de ellas precisamente contra ese equipo. Y el recuerdo de esas finales pesaba como una losa, tanto por su resultado como por cómo se había producido. Sobrevolaba la nefasta sensación de que el equipo no sabía dar la talla en los grandes desafíos y era inevitable dudar de su comportamiento en la gran cita ante el Mallorca.
Pero la sucesión de decepciones no había amilanado a nadie. Al contrario, los fracasos anteriores eran un acicate para que nadie faltara a la convocatoria de Sevilla. El seguidor del Athletic guarda en su ADN una memoria colectiva de finales disputadas. Como esas aves que recorren miles de kilómetros de un continente a otro sin vacilar y sin equivocar el rumbo porque sus antecesoras lo hicieron antes, el seguidor del Athletic activa todos sus mecanismos cuando oye el vocablo 'final'. Saca del cajón camisetas, bufandas y txapelas, todo ese atrezzo rojiblanco que le acompañó a él o a sus mayores en otras finales, al tiempo que extiende sus redes de colaboración para encontrar entrada, alojamiento y medio de desplazamiento.
Nadie dudaba de que el Athletic daría continuidad en la grada del estadio de La Cartuja a la goleada que estaba cobrando en las calles y plazas sevillanas desde dos días antes. Un simple vistazo desde las alturas del palco de prensa corroboraba la impresión. Más allá de las zonas reservadas a cada equipo, las localidades neutrales también estaban teñidas de rojo y blanco.
Faltaba por confirmar que los jugadores estuvieran a la altura de sus seguidores. Cada uno apelaba a su convicciones más íntimas para convencerse de que esta vez sí, aunque solo fuera porque aquella marea humana no se merecía otro desenlace que no fuera continuar celebrando después del partido como lo había venido haciendo los días previos. Un nuevo fracaso era inconcebible por injusto.
Estaba escrito
Pero el fútbol no entiende de justicia ni atiende al corazón del aficionado. El fútbol se juega acotado entre las líneas del campo, al margen de la grada. Y no tardamos en comprobar que los jugadores del Athletic corrían arrastrando la carga de la memoria, un peso que puede acabar hundiendo al más fuerte. Mientras los del Mallorca corrían ligeros, con la tranquilidad de los inocentes, los futbolistas del Athletic se movían aplastados por el peso de las glorias pasadas y los fracasos recientes. Cuando a los veinte minutos Dani Rodríguez adelantó a los suyos en una jugada muy mal defendida por la nerviosa zaga del Athletic, la noche se hizo mucho más oscura en Sevilla.
Pero en algún sitio estaba escrito que esta vez sí, que esta vez el cuento tendría un final feliz porque toda aquella gente que estaba en La Cartuja, que a la misma hora llenaba la 'Athletic Hiria', y abarrotaba San Mamés vibrando en la misma longitud de onda que los miles de seguidores sentados ante la pantalla de la televisión en los confines del mundo, no se merecían otra decepción. Sancet empató y Berenguer, en la angustiosa tanda de penaltis, hizo el que ya es parte de la historia del Athletic.
Todas las finales dejan en cada aficionado algún momento especial que recordará el resto de su vida, más allá de los goles o las jugadas decisivas. Quizá ese momento que mejor define lo que supuso la final contra el Mallorca fue el del retorno de la tropa rojiblanca al centro de la ciudad desde La Cartuja. Lo que debía ser una marcha triunfal, el eufórico desfile de la victoria en aquella recta interminable en la madrugada sevillana, fue en realidad un cortejo silencioso de una multitud agotada emocional y físicamente, ensimismada tratando de decidir si estaba más feliz por haber alcanzado de nuevo la gloria que aliviada por el peso que, ¡por fin!, se había quitado de encima.
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