Decía el gran Billy Wilder que el cine tiene diez mandamientos y los nueve primeros ordenan lo mismo: no aburrirás. Los cronistas deberíamos aplicarnos este principio, pero a veces resulta muy complicado, casi imposible. Con el Athletic, por ejemplo, lo tenemos muy crudo porque el ... equipo lleva cinco años siendo y haciendo lo mismo, con pequeñas variaciones, y por tanto no podemos dejar de repetirnos y de aburrir. ¿Cuántas veces habremos escrito en el último lustro sobre la sensación de 'déjà vu' que provocan los rojiblancos, sobre este agobiante día de la marmota en el que nos encontramos? Me disculpo, pues, de antemano antes de volver a referirme a ello, en este caso para hablar de otro de nuestros inevitables bucles melancólicos: la política de refuerzos que el club pone en marcha cada vez que acaba la temporada.
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Todavía con la decepción a cuestas por el bajón del equipo en la recta final y la consumación de un nuevo fracaso en la lucha por Europa, en estas fechas de junio toca también decepcionarse con los fichajes que se avecinan. Es cierto que, por su filosofía, por el crecimiento deportivo y económico de los clubes vascos en los que ha tenido su caladero histórico, y también por un déficit estructural que desde hace dos décadas crece como la hiedra y ya alcanza los 30 millones, es muy difícil que el Athletic pueda generar ilusión con la llegada de nuevos futbolistas. Sus plantillas, de hecho, siempre han sido las más estables de Primera, a diferencia de otras en las que los cambios son tan masivos cada verano que el primer día de pretemporada el viejo utillero de toda la vida tiene que presentarse a los jugadores.
De un tiempo a esta parte, sin embargo, tanta estabilidad empieza a ser un hándicap para el Athletic, cuyo mercado tradicional se ha puesto a precios inalcanzables. Dicho de otro modo: casi ha desaparecido. Así las cosas, el club está obligado al autoabastecimiento con su cantera. Y aquí surge el problema. Como el producto de Lezama no es suficiente, el Athletic acaba intentando pescar algo fuera, en general productos baratos, de esos que se consiguen en las almonedas de los grandes clubes o en otras tiendas en cuyos escaparates se leen carteles de 'Grandes rebajas' o 'Liquidación por cese de negocio'.
Casi todas estas operaciones, que en el último lustro han traído a Bilbao a futbolistas como Ganea, Kenan Kodro, Ibai Gómez, Petxarroman o Guruzeta, y que en años anteriores permitieron la llegada de Kike Sola, Elustondo o Viguera, están impulsadas por un miedo cerval a que se escape algún futbolista 'fichable' y los aficionados se sulfuren y a una misma esperanza irracional, similar a la que impulsa a muchas personas a hacer cola en las administraciones de Lotería antes del sorteo de Navidad. ¿Y si me toca? ¿Y si resulta que el chaval sale bueno y pegamos el pelotazo?
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La realidad, sin embargo, acostumbra a hacer añicos este sueño. El Gordo nunca toca y el club acaba satisfecho si al menos saca una pedrea. Descontando las llegadas de Iñigo Martínez, que vino a ser un cambio de cromos con Laporte, de Berchiche y, en menor medida, de Dani García y Berenguer, que han intervenido con regularidad en todas las temporadas –cinco y tres, respectivamente– que llevan en el equipo, el Athletic no ha tenido refuerzos desde 2018. No se han contratado futbolistas que, por sí mismos, hayan añadido un plus de calidad a la plantilla. Desde luego, no lo ha sido Ander Herrera, cuya aparición ha sido muy pobre, casi anecdótica. Y todo parece indicar que tampoco habrá refuerzos propiamente dichos este verano, algo preocupante si se tiene en cuenta el rendimiento del equipo esta temporada y la pérdida de una pieza fundamental como Íñigo Martínez.
Hay razones para preocuparse por este nuevo déficit estructural del Athletic, sobre todo si se da la circunstancia de que Osasuna es sancionado por la UEFA y hay que jugar la Conference, con el desgaste añadido que conllevaría. Yo reconozco mi preocupación y también que, cuando leo que desde Ibaigane se pretende o vigila a futbolistas como Rubén Alves, Martón o Herrando, me remuevo en mi asiento no sólo inquieto sino triste. Y es que no dejo de pensar que este tipo de operaciones, por bienintencionadas que sean, retratan al club como a un hambriento buscando debajo de los manteles las migajas que dejan otros, algunos de ellos rivales directos para más escarnio.
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Que el Athletic vaya a Liverpool en busca de Gift puede ser una buena idea. Al fin y al cabo, el chaval tiene 16 años y quién sabe, quizá explote. Y estirando de nuevo la filosofía hasta el límite de lo razonable, tampoco es un disparate fijarse en un futbolista como Ivan Martín, que al menos tiene un perfil distinto al de la gran mayoría de los centrocampistas rojiblancos. Ahora bien, refuerzos como tales, de los que quiere Valverde y querría cualquier entrenador en sus mismas circunstancias, sólo hay tres posibles, tres que no se pueden descartar, aunque sean muy complicados: Laporte, David García y Odriozola. Y seamos realistas: no parece que ninguno de ellos vayan a llegar. La directiva no parece dispuesta a hacer inversiones que compliquen la situación económica del club. Y no sólo eso. Es que, además, visto el optimismo pétreo que muestra a la hora de valorar la calidad de la plantilla y sus expectativas de cara a la próxima temporada, ni siquiera parece creer que esas inversiones en refuerzos sean realmente necesarias.
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