El penoso partido del Athletic en el Ciutat de Valencia, donde los jugadores, en lugar de hacerse perdonar por el fiasco ante el Cádiz, añadieron un nuevo pecado que les obligará a hacer otra dura penitencia, dejó en el aire un interrogante esencial que podemos ... plasmar en diversas preguntas. ¿Cambiará Marcelino de opinión e introducirá cambios en el once titular por el que ha apostado desde comienzo de temporada? ¿Habrá sido el choque del viernes la gota que ha colmado el vaso de la paciencia del técnico asturiano? ¿Tiene sentido chocar una y otra vez contra la misma piedra? Los aficionados rojiblancos no dejan de darle vueltas a estas cuestiones. Y lo hacen cada vez con peor humor, con menos tragaderas para digerir espectáculos como los del Cádiz o el Levante, capaces de bajarle los ánimos al hincha más cascabelero y entusiasta.
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Lo cierto es que hay algo ya insostenible en el proyecto de Marcelino. Nos referimos al once titular por el que se ha decantado contra viento y marea en esta campaña. La cosa empieza a acercarse a límites cercanos al empecinamiento granítico, si es que no los ha traspasado ya. Y es que un once titular fijo, de esos que los hinchas recitan orgullosos de memoria -¡cuántas veces habremos escuchado a viejos aficionados de toda España recordándonos el que comenzaba por Carmelo, Orue, Garay, Canito...- sólo tiene sentido si ese equipo funciona y tiene éxito. Lo que no tiene ninguna lógica es que haya un bloque indiscutible cuando el fútbol y los resultados son tan discutibles como los que está ofreciendo este Athletic que no va a a ninguna parte. O mejor dicho: que va derechito a la mitad de la tabla por quinta temporada consecutiva.
Estos dos últimos partidos han sido particularmente decepcionantes para todos. Y desde luego para Marcelino, que ante el Cádiz sufrió un disgusto sólo superado por el que vivió en la final de Copa frente a la Real. La excusa de que aquel 0-1 ante los andaluces fue algo extraño, un día tonto sin más, saltó por los aires el viernes en Valencia. No. Aquí no hay empanadas puntuales que nos dejan a todos con la boca abierta. Aquí lo que hay es un problema muy serio; un problema que quizá no tenga una solución definitiva pero cuyos efectos habrá que intentar minimizar como sea.
La imposibilidad de sostener un rendimiento alto y lograr esa por fin ansiada regularidad que permita entrar en la pelea por Europa no es algo casual. Cuando una cosa se repite con tanta frecuencia, cuando por ejemplo una estadística tan decisiva como la de los goles a favor empeora en lugar de mejorar -la pasada temporada se llevaban 14 frente a los 11 actuales-, hablar de casualidades es practicar la táctica del avestruz. Algo absurdo. Tan absurdo como intentar cambiar esta dinámica negativa apostando una y otra vez por los mismos jugadores que la han provocado, como si todos ellos se hubieran merecido de sobra con su rendimiento inmaculado el rango de indiscutibles que ostentan. O lo que todavía provoca más perplejidad: como si sus posibles sustitutos no les hicieran ni sombra y hubiera una distancia sideral entre unos y otros.
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Dani García y Vencedor como medios centros. Berenguer por la derecha y Muniain por la izquierda o por donde le apetezca. Raúl García o a veces Sancet como segundo delantero e Iñaki Williams arriba. Salvo alguna que otra excepción casi anecdótica este es el bloque de futbolistas que protagonizan el juego ofensivo del Athletic. Marcelino ha confiado a ciegas en ellos. El próximo viernes en Granada se verá si esa férrea confianza se mantiene. Puede ser, pero no parece muy probable. Jugadores como Berenguer, por ejemplo, necesitan una terapia de banquillo inmediata por su propio bien.
Por otro lado, hay algo que tampoco se puede descartar. Nos referimos a que el técnico asturiano, por muy firme y contumaz que sea en sus decisiones, es probable que después de estos dos últimos partidos haya visto por fin la luz en un aspecto crucial: que la culpa de la irregularidad manifiesta de este Athletic la tienen en gran medida esos jugadores a los que ha dado todas sus bendiciones; futbolistas intermitentes y discontinuos capaces de hacer un gran partido como el de Cornellà, salir muy airosos de Anoeta y luego caer en la mediocridad más absoluta. Poco competitivos, en fin.
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A Marcelino se le plantea, además, un gran dilema para un entrenador. Y especialmente si dirige a un club con la filosofía del Athletic. Resulta que, como se vio en el Ciutat de Valencia y se ha visto en otros partidos, los jóvenes están llamando a la puerta con fuerza. El asturiano siempre ha querido ser muy cauteloso y responsable con el tema del ascenso de los canteranos, donde tantas veces los técnicos caen en la demagogia. Y ha hecho bien.
El problema que se le plantea ahora, sin embargo, es que se están acercando peligrosamente a la frontera donde la cautela y la responsabilidad se convierten en miedo e inmovilismo. Nico Williams, Nico Serrano, Sancet, Zarraga, Morcillo... No es cuestión de exigirles como si fueran jugadores franquicia, pero sí quizá de darles oportunidades como titulares y poder comparar su rendimiento con el que ofrecen los intocables.
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