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Han pasado 365 días desde que el Athletic conquistó su Copa 25, 40 años después de la anterior, y 5 finales perdidas más tarde. En ... realidad el equipo rojiblanco volvió a ser campeón copero cuando pasaban 48 minutos del 7 de abril, ya que el absurdo horario federativo nos hizo avanzar de fecha y evitó celebrar el histórico triunfo en una ciudad abierta.
No importó. La noche y luego la madrugada fueron largas, y no sólo en Sevilla. A las seis de la mañana llegamos algunos athleticzales a dormir, o algo así, a Mérida, que nos recibió ya de día y con lluvia. El desayuno-comida lo hicimos junto a unos abuelos extremeños que nos aseguraron ser «del Bilbao» de toda la vida, y que ya era hora de que volviera a ser el que fue, o sea, campeón. «Volvemos a ser campeones de España, porque el campeón de Copa es el campeón de España, y el Bilbao ha sido más veces campeón de España que el Madrid». Eso nos decía la simpática pareja emeritense mientras daba cuenta, como nosotros, de un buen pestorejo pacense.
Esta vez el peregrinaje de la marea rojiblanca acabó en regreso triunfal, con un comportamiento ejemplar, sin elementos discordantes, de una afición que por fin conoció lo que es la alegría posterior y no sólo la de los prolegómenos, como en las finales de Valencia, Madrid y Barcelona. Por fin llegó la ansiada Copa, y conseguida, ahora, un año después, todos queremos más, por ejemplo, por qué no, poder disputar en casa un título europeo, y el camino ya merece la pena. Poco más se puede pedir a la plantilla dirigida por un Ernesto Valverde al que hay que renovar ya, si es menester con un contrato indefinido. No en vano es el entrenador que nos devolvió la gabarra.
El Athletic está atravesando un gran momento, deportivo e institucional. Nadie escucha hoy a los agoreros que calificaban de quimera y trasnochada su singular filosofía. No se trata de revanchismos pero deben estar bajo una piedra los augures, algunos (pocos) de aquí mismo, otros (bastantes) de los alrededores, y legión del fútbol estatal, que no dudaron en anunciar la caducidad de tamaña anacronía por pretender mantenerse en la exigente élite actual jugando sólo con vascos, algo (sostenían hasta antes de ayer) condenado a la derrota y a la frustración.
A la frustración al menos de renunciar a títulos de primer nivel, de los que consiguiera el club rojiblanco en su glorioso pasado, cuando las plantillas se nutrían del fútbol local, porque eran otros tiempos y porque los clubes no disponían de los dineros que ahora manejan. Pero si el Athletic ya era admirado por su fidelidad a la tradición cuando acumulaba triunfos, quizá no esté todavía suficientemente ponderado lo que suponen los actuales, acceder a un trofeo copero, poder disputar entorchados en Europa, e incluso participar en la Champions, competición reservada a los más grandes.
Parece normal que el Athletic supere a toda una Roma, y a otros grandes clubes europeos, incluidos los trasatlánticos de la liga española, auténticas selecciones internacionales que multiplican sus recursos económicos por la bonanza del negocio de balompié y (por qué no decirlo) por los tratos de favor recibidos desde las instancias oficiales para que todo se les permita y para que aumenten las diferencias. Contra ese estatus hay que luchar. Con todo y con eso, y como suele decir el expresidente Lertxundi, el Athletic es un milagro permanente. Un milagro deportivo vigente, que da para que vuelva a ser el que fue, hoy en circunstancias mucho más difíciles. Un equipo campeón que tiene memoria, ahora más reciente. Qué noche, y qué madrugada las de aquel día. Que vengan muchas más.
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