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Aquella mañana en Sondika para recibir al Athletic campeón
Apoteosis ·
Un auténtico y encandador caos dio paso a la posterior invasión de la pista cuando llegó el vuelo con los campeones de Liga 1982-83Secciones
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Apoteosis ·
Un auténtico y encandador caos dio paso a la posterior invasión de la pista cuando llegó el vuelo con los campeones de Liga 1982-83El 3 de mayo de 1983, 9 de la mañana. Universidad de Deusto. Un grupo de alumnos ojerosos hacen corrillos a la entrada del aula de tercero de Derecho. Llega el profesor, se hace el silencio y todos sacan sus apuntes de mercantil. Don Rafael ... Cámara, siempre reflexivo, levanta la cabeza y desde sus gafas oscuras se dirige a los disciplinados jóvenes: «¿Me quieren decir por favor qué hacen ustedes aquí? ¿Acaso desconocen que dentro de media hora llega al aeropuerto de Sondika el Athletic procedente de Las Palmas? ¡Levántense inmediatamente y vayan, vayan a recibirle, que somos campeones de Liga!!...». Miradas de asombro y grito generalizado: oeeeee!! Al momento algo así como diez compas me solicitaban sitio en mi discreto cuatro latas, adornado con los logos del Galo's Club de Santurtzi, uno de los pocos vehículos a disposición de la muchachada. La verdad es que el profesor Cámara era uno de mis favoritos, no ya sólo por su excelente manera de impartir la doctrina de los instrumentos cambiarios sino por sus gráficos ejemplos, a menudo con referencias futboleras, con cita del papel organizador de Urtubi o de la seguridad irrogada por Zubizarreta. Desde su pausa y sapiencia vivía la causa rojiblanca como muchos de nosotros sus discípulos.
No sé cómo pero entramos seis en el bólido psicodélico y nos dirigimos con cierta temeridad al aeropuerto, entonando los cánticos del momento, el 'sun, sun, sun, Athletic txapeldun', o el resiliente 'ni Barça ni Madrí, Athletii'.
La llegada presagiaba lo que allí se iba a vivir. Coches y coches apostados de cualquier manera, y sobre todo juventud estudiantil a borbotones, decididos a tomar el entonces modesto aeródromo vizcaíno.
Un auténtico y encantador caos. En un santiamén estábamos en la pequeña terminal donde una sola puerta separaba la sala de espera de la pista de aterrizaje. Apenas dos o tres policías custodiaban el paso y cada vez más forofogoitias presionábamos para acceder a donde se esperaba la llegada de los héroes de Las Palmas. El vuelo procedía de Madrid, donde la expedición rojiblanca había hecho noche el lunes después de su histórica gesta dominical: victoria por 1-5 en el estadio Insular, que acompañada por la derrota del Real Madrid en Valencia había proporcionado un título liguero largamente soñado, y que tras una gran temporada los hombres de Javier Clemente merecieron in extremis conquistar. Ese martes era el día de la celebración, y ya desde la mañana los colegios y universidades fueron cerrando sus puertas ante la que se avecinaba a la tarde.
Corriendo por la pista
La cosa es que cuando la multitud de athleticzales ya colapsábamos el recinto alguien gritó que el avión estaba aterrizando, y entonces los más osados comenzaron a colarse entre los brazos de los agentes, corriendo como posesos hacia la pista. En ese momento los guardias desistieron del cordón y aquello fue como la carga de la brigada ligera. Todos entramos esprintando como si se tratara de unas rebajas, y ya en la propia pista corrimos hacia un aeroplano que, tomada tierra, se desplazaba hacia nosotros. Inenarrable. Y fuera de toda norma de seguridad o algo que se le pareciera. Había bomberos acompañando a la aeronave, intentando abrirla paso entre el gentío. De pronto me vi junto a un avión que aún no había parado, aunque avanzaba muy lentamente. Alguno llegó a gritar al piloto si no pitas no pasas. De locos. De loca alegría zurigorri.
Llegó la escalerilla y comenzaron a bajar los campeones. El míster Clemente, el capitán Dani, el samurái Goiko, la pantera rosa Sarabia, Rocky Liceranzu, el jabalí Urtubi, Estanis Argote… Escoltados y palmeteados por las hordas insurrectas. Las caras de los leones eran de verdadera satisfacción, de felicidad, pero de humildad, eran nuestros jugadores, de nuestros mismos pueblos, y de nuestro Pueblo, con mayúscula, como subrayaría el rubio de Barakaldo en la celebración vespertina. Ya saben, la gabarra, capítulo uno. Ese es otro relato. Me quedo con aquella matinal benditamente desatada, improvisada, única. Sólo deseo que alguna vez nuestros hijos e hijas puedan vivir, por fin, algo parecido. 40 años después, hace casi quince días en el Euskalduna fue, y este jueves en San Mamés será ocasión de rememorar aquellos gozosos días.
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