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Corría el minuto 85 del choque del martes cuando Nico Williams realizó el segundo ensayo de la noche tras rechace de Sergio Herrera a disparo de Raúl García. El pequeño de la saga reincidía en poner mal el pie, o el cuerpo, como había hecho, ... de forma aún más clamorosa, 16 minutos antes tras medido pase de su hermano, del que parece querer heredar esa rara habilidad de errar lo que parece obligado convertir. Si el bueno de Nico hubiese justificado aquello a lo que legítimamente aspira ¿de qué estaríamos hablando hoy los athleticzales? Pues nos relameríamos de un muy buen partido del Athletic, valiente en su planteamiento y superior desde el minuto cero a un Osasuna tripa arriba, que miraba al reloj con el ansia viva de la prórroga y luego de los penaltis.
Estaríamos planeando el desplazamiento masivo a una nueva final, y destacaríamos que lo consigue un equipo único, que no necesita de refuerzos foráneos ni de fichajes exóticos de cuatro continentes, a diferencia del sólido conjunto navarro que capitanea un gran técnico vizcaíno. Nos reforzaríamos en nuestra filosofía singular, en la envidiable afición que tenemos y nada reprocharíamos a Lezama ni a quien lleva los mandos de un club espejo y referencia en territorios vecinos, como bien acaban demostrando en sus contadas celebraciones a lo largo de la historia.
Si ello hubiera sido así, si la figura en ciernes de 20 años, internacional y ya mundialista, nacido en Euskal Herria y formado en Lezama, cotizado y objeto de deseo en la Premier inglesa y de renovación por el Athletic, hubiese hecho lo que se le supone por ser ya figura del balompié, nadie hablaría de lo que muchos platican hoy. De que somos perdedores, de que no tenemos equipo para ganar títulos ni clasificarnos para Europa, de que Valverde no es entrenador para el Athletic, de que oímos música clásica y no rock and roll, y de que está directiva nos engaña y que todo es un desastre. Algunos corren a poner ya las notas finales, ¿para qué esperar a los dos últimos meses que quedan por delante para acabar el curso? Decepcionados como estamos todos los que sangramos rojo y blanco por esta reciente herida y por la crueldad del trance, tampoco estaría de más un poco de mesura y de altura de miras.
El balance parcial de la temporada, el copero, es agridulce. Prevalece el sabor amargo. El tránsito, de nuevo, hasta unas semifinales es de destacar, sobrevivir ante tal número de equipos, sortear con seriedad eliminatorias, una tras otra, en nuestro torneo fetiche, lo que no es fácil.
Pero el no haber podido superar unas semifinales asequibles, aun habiéndolo merecido, emborrona el recuento. Dirán lo que quieran pero Osasuna aprovechó su media opción porque el Athletic les perdonó la vida, y San Fermín hizo el resto. Zorionak, en cualquier caso, a los rojillos y suerte en la final contra el Real Madrid, que se la tenemos que desear (esta vez) con la boca pequeña, porque al Athletic puede convenir una blanca victoria. Es la bala que nos queda: comernos una pera de postre, una pera Conference. El Athletic tiene vigente un objetivo: volver a Europa. Es la meta explicitada por todos sus estamentos, la que sitúa la medida del éxito o el fracaso en la actual campaña. Y el objetivo sigue a tiro, y es, además, exigible dados los rivales para su consecución. Con respeto, pero con realismo. La séptima plaza liguera que ahora ostenta el conjunto zurigorri es un bastión a conservar, sin renunciar a una más que difícil escalada. Es posible que sea esta Conference League la competición más hecha al perfil del Athletic para avanzar en ella hasta el final. Sería la pera, como suele decir Uriarte. Lo que no puede el equipo es bajar los brazos, y tampoco los athleticzales. Quedan once finales y un horizonte. Tiempo habrá de poner las notas. Cuando acabe la procesión. La frustración copera no debe llevar a cuestionarlo todo, a lo que tan aficionados somos. Ahí está la máxima ignaciana en estos días para la reflexión. Amén.
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