Jesús Gómez Peña
Domingo, 7 de abril 2024
El viaje ha sido largo. Apenas una hora y unos minutos de vuelo desde Sevilla, pero tras una espera de 40 años. El Athletic y la Copa ya están en casa. El trofeo, ausente desde 1984, comenzó a encaminarse hacia Bilbao cuando Berenguer, con la frialdad de un cirujano, anotó el penalti definitivo. El que hizo historia en la noche del sábado al domingo. Un título, aunque sea tan de vez en cuando, refuerza la convicción de los aficionados rojiblancos, que creen a pies juntillas que esta aventura romántica de un equipo hecho con su cantera merece la pena. Los hinchas sueñan con proezas. El Athletic ya tiene una más. Y trajo este domingo la prueba: la Copa.
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Iker Muniain, el capitán, y Óscar de Marcos, uno de los modelos a seguir por las nuevas camadas de jugadores del club, fueron los primeros en aparecer por la puerta del avión. Sosteniendo el trofeo y saludando. Son la vieja generación, los que marcaron el camino. Tras ellos aparecieron el técnico, Ernesto Valverde, y el mito, José Ángel Iribar. La plantilla al completo bajó la escalinata entre vítores de los empleados del servicio de la terminal y de miembros de seguridad. Posaron con ellos. Fotografías para recordar unas horas interminables, inolvidables. También el presidente del club, Jon Uriarte, cantó con los pocos privilegiados que tuvieron acceso a la plantilla y a ese inesperado y breve instante de fiesta adelantada.
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Ganar la Copa es uno de esos recuerdos felices de los que se hablará siempre. A Uriarte, con la maleta en una mano y una ikurriña en la otra, se le veía eufórico. «Lo, lo, lo, lo, ló... Athletic club», cantó como uno más del coro improvisado por el personal del aeropuerto. «¡Nico, Nico...!», se escuchaba en reconocimiento al mejor jugador de la final. Sancet y Herrera, con la medalla de campeón colgando, jalearon a ese escaso público que tenía acceso a esta zona restringida. Era apenas un aperitivo fuera de programa para lo mucho que espera el jueves, con las recepciones en el Ayuntamiento y la Diputación y el homenaje mutuo entre equipo y afición a lo largo de la ría. La gabarra de la que tanto hablaban abuelos y padres será ahora también de los más jóvenes.
El eco de una noche inolvidable no cesa. Pasadas las dos de la tarde aterrizó en Loiu el avión que trasladó a la expedición del Athletic con su mejor botín: el título que más quiere. La Copa número 25. «Ahí vienen. Están en el bus que les trae desde el avión. Mira cómo bota el vehículo. Lo están celebrando», decían a unos cien metros los aficionados del aeropuerto compartiendo esa alegría. Casi botaban ellos también. Sacaban fotos. Alguno notaba como un bulto en el corazón, a la altura del escudo de su camiseta rojiblanca.
Bajo una fina lluvia y con unas decenas de seguidores al otro lado de la cristalera de la terminal, los jugadores, los campeones, se subieron al autobús del club, colocaron el trofeo en la luna delantera y se encaminaron hacia Lezama. Iker Muniain, sentado en la plaza del copiloto, saludaba al paso de la comitiva junto a las instalaciones del aeropuerto. En paralelo a la salida del bus desde Loiu, los vehículos allí estacionados iniciaron una orquesta de bocinas. Ánimo y agradecimiento a los campeones.
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De Lezama a casa. Era el plan. La fiesta queda reservada para el jueves con el paso triunfal de la gabarra por la ría. Aun así, en ese breve tránsito por Loiu se escuchó el grito que había tronado durante toda la noche de la final: «¡Athletic! ¡Athletic!». Y que seguirá siendo la banda sonora de Bizkaia durante muchas jornadas.
Como no había actos programados en el aeropuerto, sólo un grupo de hinchas se acercó para ver de lejos a sus ídolos. Aunque a distancia, se notaba la emoción. Era un público familiar. La mayoría habían bajado también de algún avión procedente de Sevilla. Eri, por ejemplo, venía con un ejemplar de EL CORREO comprado en la capital andaluza. Mostraba orgulloso la portada de los campeones: «¡Por fin!». Ninguno dejaba de mirar el trofeo con la nariz pegada al ventanal de Loiu. La Copa, pese al ceniciento día, brillaba con ganas tras la luna del autobús.
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Escoltados por agentes de la Ertzaintza y la Guardia Civil, los miembros de la plantilla se acomodaron rápido en el vehículo oficial, que sin pausa se dirigió a Lezama. Con la Liga en su momento clave y en plena lucha por un puesto en la próxima Champions frente a rivales como el Atlético de Madrid, Ernesto Valverde quiere que sus futbolistas mantengan la concentración. La temporada del reencuentro con la Copa también lo es ya la del regreso a una competición europea (una plaza en Europa League está asegurada). El Athletic aspira a lo máximo, sobre todo con el impulso anímico que da el título de Copa, el trofeo que ya ha vuelto a su origen, su casa.
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