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Por la forma en que se produjo, el exotismo del escenario y el rival, que no deja de ser el Atlético de Simeone, por mucho que ahora atraviese una crisis de juego, la victoria del equipo de Marcelino en la semifinal de la Supercopa hay ... que valorarla no sólo como una noticia feliz sino como algo todavía más importante: como la confirmación definitiva de que existe un nuevo Athletic realmente competitivo. Es cierto que la irregularidad de los rojiblancos todavía está ahí, como una debilidad enquistada que aún no ha podido erradicarse. Ahora bien, no es menos cierto que el equipo ha encontrado el camino para su despegue y que ya está en condiciones de transitarlo. Después de lo visto en varios partidos ante grandes rivales y, desde luego, en los dos que ha disputado ante Osasuna y Atlético -dejemos el del Alavés como un pequeño borrón- no tendría sentido que no lo hiciera.
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Este hecho, en sí mismo, ya merece ser celebrado. Hay motivos para creer que la larga transición ha concluido, que asoma en el escaparate otro Athletic y lo hace, además, de la mejor manera posible, demostrando ser un equipo valiente, con personalidad y verdadera fe en sus posibilidades. La remontada ante el Atlético no dejó de ser eso, una cuestión de fe. La producción ofensiva del equipo de Marcelino cuando tiró hacia arriba tras recibir el gol de Joao Félix merece un comentario. Aparte de los dos goles, forzó otras tres ocasiones clarísimas, una de Yeray y dos de los hermanos Williams, que obligaron a lucirse a Jan Oblak. El campeón de Liga, sencillamente, nada pudo hacer ante ese Athletic desencadenado.
Esto, al desencadenamiento nos referimos, es la clave de este equipo, sin olvidar, por supuesto, una solidez defensiva muy acreditada -hablamos del segundo equipo menos goleado del campeonato- que el jueves personificaron mejor que nadie Iñigo Martínez y Yeray, dos colosos en el King Fadh Stadium. Pero de lo que ya no cabe ninguna duda es que el Athletic compite de verdad cuando, del centro del campo hacia delante, se lía la manta a la cabeza, se olvida de ajustes y prevenciones y se lanza a degüello con una movilidad desbordante de sus jugadores de ataque; un estilo que, desde los tiempos precursores del 'wunderteam' de Sindelar, hace casi un siglo, siempre ha sido muy efectivo para provocar incendios en el área rival.
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No se trata, por supuesto, de pasar por alto la cuestión de los goles. Sería absurdo hacerlo hablando de un equipo que en Liga no llega todavía al gol por partido, una estadística lo suficientemente pobre como para condenarle a la mitad de la tabla. Y eso en el mejor de los casos. Ahora bien, lo que parece claro -y ahí están como últimos ejemplos los partidos ante Osasuna y Atlético- es que, pese a no contar con un delantero centro que marque la diferencia, un Athletic volcado en ataque, afilado y profundo, puede acabar solucionando ese grave problema. O al menos aliviarlo en buena medida. Que Sancet y un Nico Williams cada vez más pujante hayan encontrado el gol no deja de ser una gran noticia en este sentido.
Son pocos los entrenadores a los que les gustan los partidos abiertos, con un punto claro de desorden y alternativas. Marcelino nunca ha sido uno de ellos. El técnico de Careñes, de hecho, ha triunfado y se ha hecho un nombre con equipos compactos, bien ordenados y certeros al contragolpe. El mejor ejemplo es aquel Valencia que ganó la final de Copa al Barcelona. En el Athletic, sin embargo, ha tenido que adaptarse poco a poco a las circunstancias, que son muy particulares. Por el vuelo que está cogiendo su tropa parece que lo ha conseguido.
El partido contra el Atlético no dejó de ser una nueva demostración de algo que está constatado desde hace tiempo. El fútbol control que se vio durante la primera hora de juego no sirvió para ver la mejor versión del Athletic, algo que ha ocurrido en muchos otros encuentros demasiado tácticos y masticados. La final de Copa contra la Real sería, por supuesto, la apoteosis de ese error de concepto. Fue a partir de la ansiedad de verse por debajo en el marcador, lo que siempre produce un cierto descontrol, cuando apareció el Athletic más competitivo. Y desde luego el más atractivo para sus aficionados, que a lo largo de su historia siempre han disfrutado viendo a su equipo desatado. Sencillamente, este es el fútbol que les apasiona, vertical y efervescente. De la misma manera, nada les repele más que el juego especulativo y calculador, protagonizado por jugadores circunspectos que miran el balón como quien mira el libro de instrucciones de la lavadora.
Si hay algo que desea el aficionado rojiblanco en estas horas previas a su segunda final consecutiva de la Supercopa, que por cierto es la primera final que su equipo disputa ante el Real Madrid desde la histórica de los once aldeanos en 1958, es que el domingo el Athletic sea fiel a sí mismo. Que compita en el King Fahd Stadium como sabe hacerlo. Curiosamente, ha sido ante el Real Madrid de Ancelotti ante quien mejor ha demostrado su potencial esta temporada por mucho que sus dos partidos terminaran con derrota.
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