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Han bastado seis meses para que la afición del Celta haya pasado de sufrir a disfrutar. El conjunto gallego es séptimo en la liga tras cinco jornadas con nueve puntos y las sensaciones que transmite el equipo es que puede ir a más. Desde que ... Claudio Giráldez se sentó en el banquillo el pasado mes de marzo tras la destitución de Rafa Benítez, la apuesta para el centenario del club, los celestes son otros. Y ha sido un técnico de la casa de apenas 36 años el que ha conseguido devolverles la esperanza. Hasta tal punto, que los dirigentes de la entidad ya hablan de su renovación –su contrato concluye en junio del año que viene– cuando apenas ha comenzado la temporada.
Natural de Porriño, cumple a la perfección el paradigma de ser un entrenador de cantera. Como futbolista pasó por las categorías inferiores del Real Madrid y Atlético, para jugar posteriormente en el Pontevedra, Ourense y Coruxo, y colgar las botas hace poco más de cinco años en el Porriño Industrial, el equipo de su pueblo.
Pero Giráldez no tardó mucho en comenzar a trabajar con los equipos base del Celta y su propuesta valiente y efectiva hizo que su ascenso fuera rápido. Pasó por el Juvenil de Honor, al que hizo campeón, y el Celta Fortuna, el filial, al que llegó a clasificar para el play-off de ascenso a Segunda. El rendimiento que obtuvo de sus equipos no pasó desapercibido y llegó a contar con ofertas de clubes de renombre en la categoría de plata, pero al porriñés le cambió la vida el 12 de marzo cuando el Celta anunció que sería el entrenador del primer equipo. Su sueño. No era el mejor momento porque estaban a dos puntos de los puestos de descenso, a falta de nueve partidos para la conclusión de la temporada, pero fue capaz de cambiarle la cara a una plantilla ya confeccionada y triste, con una buena gestión del vestuario y un fútbol que comenzó a encandilar a sus seguidores.
Presión y posesión
Su propuesta de condicionar al rival a través del balón resultó efectiva. De hecho, el Athletic ya la sufrió a finales de la pasada campaña con su derrota (2-1) en el estadio Balaídos. La presión y la posesión son determinantes en su esquema, y trasladó a los jugadores su naturalidad para conseguir el rendimiento idóneo. Esfuerzos mucho más cortos e intensos, cada uno en su zona de influencia y buscando mejorar la continuidad y el equilibrio para evitar que el equipo deje pensar y huecos al rival. Aunque con otros muchos matices, así podría resumirse su idea del fútbol. Buscando que el jugador esté cómodo a la hora de defender y confiando en su inteligencia a la hora de la creación y de leer los ataques rivales.
Todo, en un vestuario en el que prima hacer sentir al jugador el Celta como suyo. Su filosofía. Y para ello cuenta con buenos referentes como Iago Aspas, un año mayor que él, y en el que también se apoya a la hora de explicar el sentimiento de pertenencia.
Lograr la salvación asentó su vinculación con el club y con su afición. Esta pretemporada ha tenido la oportunidad de hacer una plantilla a su gusto. Con una clara apuesta por la cantera, de la que echa mano en cuanto le hace falta, y los nuevos mimbres necesarios para que su sistema tenga piezas de recambio y no se resienta.
Sin agobios
Y el Celta sigue funcionando igual o mejor que al final de la pasada temporada. La victoria de los dos primeros encuentros de casa frente al Alavés y Valencia además de ratificar el fútbol alegre de Giráldez le permitió trabajar sin agobios y encandilar a una afición que ya está rendida a su modelo porque ha pasado del negro al color en apenas medio año.
«Si tengo que elegir una forma de perder, que sea esta», dijo en su primera derrota a domicilio frente al Villarreal, en la que los gallegos consiguieron materializar tres goles en un duelo intenso en el que pagaron muy caro algún error. Frente a Osasuna en El Sadar se volvió a quedar con la miel en los labios a pesar de lograr otros dos tantos. Su tercera salida será hoy en Bilbao. Y quiere su primera victoria de domicilio. «Veo a la gente convencida de poder ganar fuera», ha avisado.
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