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Que Mikel Vesga se haya hecho con un puesto de titular -lo fue en doce de los trece últimos partidos de Marcelino y en los dos de esta temporada- no significa que haya dejado de ser un futbolista discutido, con defensores y detractores entre los ... aficionados rojiblancos. Lo viene siendo desde que ascendió al primer equipo en 2016. Hay dos razones que explican esta división de opiniones. La primera es que, aunque ya había cumplido 23 años, al vitoriano su debut con el Athletic le pilló siendo un futbolista todavía verde, sin perfilar, poco maduro. Carne de cesión, realmente. De hecho, en unos pocos meses Valverde le envió al Sporting. Fue su primer destino. El segundo sería el Leganés, al que Vesga llegó tras otra campaña de mucho banquillo con Ziganda.
La segunda causa de la discusión tiene que ver con un factor externo del que el jugador no tiene ninguna culpa. Desde el primer momento se le comparó con Mikel Merino, que coincidiendo con el salto de Vesga al primer equipo fichó por el Borussia de Dortmund. El Athletic no le quiso. Al menos, no lo suficiente y a su debido tiempo. En una histórica demostración de miopía, descartó al navarro y se decantó por su canterano alavés. Y, claro, durante estos años la comparación con Merino ha sido para Vesga como llevar una mochila con una piedra cilíndrica de cien kilos.
Salvo que esta temporada explote, es decir, salvo que sea capaz de ofrecer lo que todavía no ha ofrecido, que no es otra cosa que un rendimiento regular a un alto nivel durante una gran parte del campeonato, seguirán los debates, las filias y las fobias. Esto hay que darlo por descontado. Ahora bien, hay algo en lo que todos los aficionados deberían ponerse de acuerdo cuando hablen de Mikel Vesga. Me refiero a su progresión. El 6 rojiblanco mejora año tras año, aunque sea de una forma más lenta de lo que todos desearíamos y arrastrando un defecto de fábrica: le falta un punto más de tacto y de velocidad a la hora de la circulación (la suya y la de la pelota). Sin embargo, pasito a pasito, va haciendo camino y siendo cada vez más importante. Apostaría mis posesiones en la Polinesia francesa a que su capacidad de autocrítica, unida a su afán de superación, tiene mucho que ver con ello.
«Ha crecido. Nos da equilibrio, juega bien y recorre mucho campo», ha dicho Valverde, que le ha concedido todos los minutos en la Liga y está más que satisfecho de su rendimiento ante el Mallorca y el Valencia. La verdad es que me alegro por Vesga, un fantástico compañero y un chaval inteligente, serio y sensato, según cuentan todos los que le conocen. Es verdad que el hombre podría haberse dado un poco más de prisa en su progresión. Imaginen que todos los canteranos de Lezama fuesen a su ritmo, que es el de la tortuga del cuento, y no madurasen hasta los 29. Menudo problemón. Pero verle crecer, aunque sea poco a poco, resulta estimulante.
Lo digo sobre todo porque, desde hace un tiempo, somos muchos los que tenemos la molesta sensación de que, si algo abundan en la plantilla del Athletic, son los futbolistas a quienes no se les observa ningún tipo de progresión a partir de su ascenso al primer equipo. Acumulan temporadas y más temporadas y siguen siendo exactamente los mismos, con las mismas virtudes y defectos que en sus inicios. Seguro que a estos jugadores nos se les pasa por la cabeza mirarse en el espejo de Vesga -me juego en ello mis posesiones inmobiliarias en el Upper East Side-, pero no estaría mal que lo hicieran. El vitoriano es un buen ejemplo.
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