Ni Barça, ni Madrid. ¡Athletic!

Después de aquella noche memorable contra el Barça, la de ayer completó el sueño. Lo que tenga que ser en semifinales será, pero los leones han vuelto a protagonizar una proeza, la misma que completaron en la Supercopa del año pasado. Esta vez lo han hecho al abrigo de este nuevo San Mamés que ya empieza a coleccionar partidos históricos, como la vieja Catedral. Las nuevas generaciones ya tienen motivos para sentirse orgullosos de su equipo y apreciar el nuevo campo como su casa, como esa Catedral eterna en la que el fútbol se eleva hasta el cielo en todo su esplendor.

El de anoche volvió a ser un partido que disputaron 40.011 jugadores. Ningún rival, por muy fuerte que sea, puede resistir tanto empuje. El Real Madrid lo intentó, como lo hizo el Barcelona hace unas semanas, y en el último tramo del partido hasta empezó a dar la impresión de que el Athletic acusaba el esfuerzo y la calidad individual de los blancos acabaría imponiéndose.

El último cuarto de hora fue el más angustioso de un partido jugado en carne viva. Les pesaban las piernas a los leones y el Madrid conseguía jugar en campo contrario moviendo la pelota cerca del área. Después de 80 minutos en los que los blancos solo habían anotado un tirito de Rodrygo fácil para Agirrezabala, Casemiro tuvo la mejor ocasión del partido. Se quedó solo ante Julen. Enmudeció San Mamés, por primera y única vez en todo el partido, pero el brasileño le pegó mal y el balón murió mansamente abrazado por el portero rojiblanco.

Fue una de esas jugadas que provocan infartos en la grada y llamadas de urgencia al personal sanitario. Parecía que el Athletic necesitaba encontrar oxígeno para afrontar una prórroga incierta, pero, superado el susto, San Mamés volvió a rugir. Porque cuando el equipo se comporta como lo estaba haciendo el Athletic, se acaban las discusiones sobre gradas de animación y demás zarandajas.

El graderío sostuvo de pie a unos jugadores que empezaban a boquear después de su tremendo esfuerzo y estos respondieron como se espera de ellos. Siguieron presionando, persiguiendo, disputando y fue Vesga, magnífico todo el partido, estelar en la segunda parte, quien logró hacerse con un balón cerca del área aprovechando un doble error de la defensa madridista, agobiada y también con la vista nublada. Vesga robó y Berenguer se redimió en un instante de su temporada gris y decepcionante. Un quiebro de calidad y un zurdazo seco y cruzado a la base del poste contrario, lejos hasta del alcance de un portero tan inacabable como Courtois, reventó el partido y La Catedral. Faltaba un solo minuto para el noventa y la épica no podía tener un final más feliz.

Se le pedía al Athletic valentía, decisión y ambición para derrotar al Madrid. Tuvo de todo y en cantidades industriales. No faltó ni la mala suerte de la lesión de un Nico Williams que se estaba doctorando ante uno de los mejores laterales de Europa. Cosas del fútbol, su sustituto se convirtió en el héroe inesperado de la noche.

Este es el Athletic que enamora a los suyos y es capaz de plantar cara a cualquiera que se le ponga por delante. El Athletic desencadenado que apela al orgullo de su historia. El grito de los viejos buenos tiempos, «ni Barça, ni Madrid. ¡Athletic!», vuelve a resonar en las calles de Bilbao.