El Athletic perdió el primer partido de la temporada que no mereció ganar. El primero en el que no encontró la manera de llegar arriba con ideas, tan solo lo hizo mediante el zafarrancho de combate final. Tampoco defendió con la habitual eficacia. El Atlético ... de Madrid bordó su modelo más reconocible de juego -defensa herméticamente blindada y contras rapidísimas-, mientras que al Athletic no le funcionaron esta vez la presión alta y la defensa adelantada. Morata les dio la noche a Iñigo Martínez y Yeray, que se vieron demasiadas veces apurados ante unos delanteros que les llegaban muy sueltos desde atrás, naturalmente encantados de jugársela en velocidad en el uno contra uno. El medio campo rojiblanco no sabía cómo hincar el diente a un equipo muy bien plantado, sin fisuras, no le salían las paredes ni los pases interiores y tampoco presionaba con eficacia ni alcanzaba a sus pares cuando salían como flechas a la contra.
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Cabe imaginar que la caballerosidad de Iñigo Martínez en el gol, su mansedumbre cuando Morata se le va y sirve hacia atrás para que Griezmann ejerciera de nuevo, empujando el balón sin más esta vez, pero con todas las ventajas, su papel tradicional de verdugo del Athletic, puede derivar del temor a que el árbitro no le perdonara una nueva entrada heterodoxa, esta vez dentro del área, que ni siquiera intentó.
La defensa del Athletic no tuvo la consistencia habitual, pero tampoco funcionó el centro del campo ni una delantera que no recibió balones en condiciones ni supo generar, en posicional, jugadas de peligro. La posibilidad del empate se vio así reducida al voluntarioso acoso del final, el viejo cruce de balones hacia el área por si sonaba la flauta: un remate, un error del rival, un pie afortunado, un golpe de buena suerte. El viejo Athletic al abordaje, irreprochablemente entregado, pero sin muchas luces. No se veía otra manera. En realidad, fue el nerviosismo del Atlético de Madrid, su recurso a las pérdidas de tiempo, las triquiñuelas, las faltas 'tácticas', la gesticulación archiconocida de Simeone, el proverbial feísmo en el que ese equipo puede reincidir cuando se siente vulnerable lo que convertía en verosímil la posibilidad de conseguir al menos un empate.
Y el caso es que Raúl García e Iñigo Martínez tuvieron buenas oportunidades, pero es famosa la habilidad del Atlético para mantener como sea, matando el partido de cualquier manera, un resultado favorable. El Athletic no pudo ni siquiera empatar el primer partido de la temporada que no mereció ganar. Alguna vez teníamos que bajar de las nubes. Sucedió ante un equipo que, si bien no está al nivel que tuvo años atrás, tiene plantilla y recursos suficientes para aprovechar las carencias de un Athletic desafortunado, que no encontró el camino para poner en apuros al Atlético salvo recurriendo al antiguo tremendismo de última hora, que le pudo salir bien -fue cuando llegaron las ocasiones más claras-, pero esta vez no le salió, como si se tratara de un reproche moral por la poca imaginación mostrada en el resto del partido.
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