Me ha venido estos días a la cabeza la frase con la que Juan Marsé daba comienzo a su novela 'El embrujo de Shanghai'. «Los sueños juveniles se corrompen en boca de los adultos», decía Daniel, el narrador. Supongo que me acordé de ella porque ... en el Athletic sucede justo lo contrario. Somos los adultos quienes, lejos de corromperlos, nos hemos pasado la vida alimentando, para que crezcan sanos y saludables, los sueños juveniles de nuestros hijos y nietos respecto a su equipo. Y ahora que les vemos tan felices es inevitable sentir la satisfacción del trabajo bien hecho. Les hemos educado como es debido, efectivamente, y van a poder disfrutar de una manera única del fútbol, que como bien dijo Arrigo Sacchi es la cosa más importante de las cosas menos importantes.
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La final y la gabarra han sido los hitos de una semana inolvidable, dos de esos acontecimientos que quedan marcados a fuego en las biografías. Todo el mundo que lo vivió recuerda dónde estaba cuando el hombre llegó a la Luna o durante el ataque a las Torres Gemelas. En el caso del Athletic, todos los que vivimos los títulos de los ochenta recordamos muy bien dónde estábamos cuando se ganó en Las Palmas, cuando Liceranzu marcó el gol definitivo a la Real o Endika hizo el 1-0 en la famosa final contra el Barça. A partir de ahora, no olvidaremos el viaje a Sevilla, las caminatas hasta La Cartuja, los nervios electrizantes antes de la tanda de penaltis, el lanzamiento definitivo de Berenguer, la explosión de alegría posterior... Y, desde luego, la fiesta total de la gabarra, cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo.
Han pasado tres días desde la gran celebración, la pontona rojiblanca recuperará pronto su lugar de honor en el museo marítimo y el fútbol volverá esta tarde a San Mamés, donde la hinchada se rendirá de nuevo ante sus héroes. Podríamos decir que las aguas volverán hoy a su cauce, pero no sería del todo cierto. Porque el cauce del Athletic ya no va a ser el mismo, como ocurre a veces tras una gran crecida. No es fácil determinar qué impacto va a tener este título tan ansiado que se ha venido gestando desde la final de Mestalla en 2009, a lo largo de quince años pródigos en grandes aventuras, al final frustradas, en busca del tesoro.
La lógica indica que, casi de forma automática, por pura inercia, va a crecer la ambición. Es lo propio de los equipos campeones. Y ambición, en el caso del Athletic, no significa que ahora tenga la obligación de ganar títulos. Esa es una imposición absurda. Su deber es continuar rindiendo a un alto nivel, perseverar en su afán. La diferencia entre ganar o perder una final como la del sábado es tan abismal que resulta difícil de creer, pero lo cierto es que la calidad del trabajo del Athletic esta temporada sería la misma en el caso de que en la moneda al aire de los penaltis el sábado no hubiera salido cara sino cruz. Aunque por supuesto se habría hecho una lectura más negativa y cruda del partido en sí, la valoración general del trabajo realizado hasta la fecha no podría ser distinta sin resultar contradictoria y oportunista.
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Para poder seguir rindiendo a este nivel sólo hay un camino, aparte de renovar a Valverde, algo que damos por descontado: mantener y, a ser posible, reforzar la plantilla de cara a una temporada 2024-25 en la que disputará tres competiciones, más la Supercopa. Todo un reto para un equipo que, después de seis años sin hacerlo, ya ha perdido la costumbre de viajar entre semana por Europa. El fichaje anunciado de Djaló es una gran noticia en este sentido. Cómo lo sería -hagamos un poco de ciencia ficción o de comedia- que a Laporte, tras ver el jueves la gabarra por televisión, se le hayan puesto los colmillos tan largos como a un tigre dientes de sable y quiera salir corriendo del Al Nassr rumbo al Athletic.
Ahora bien, más importante que las nuevas incorporaciones es retener a los que ya están, empezando por Nico Williams, concertido en una estrella, y siguiendo por De Marcos y Berenguer, por ejemplo. Haber ganado la Copa, sin duda, va a ser un aliciente para los jugadores. Las victorias son una fuerza centrípeta. Y sucede lo mismo, en sentido contrario, con las derrotas. Son una fuerza centrífuga. ¿O acaso perder aquellas finales de 2012 no tuvo influencia en la marcha en los años siguientes de Javi Martínez, Llorente, Herrera y Amorebieta? ¿Se hubieran ido todos de haber vivido la experiencia de la gabarra? Siempre me lo he preguntado. Sea como fuere, y a la espera de cómo se desarrollen los acontecimientos en las próximas semanas, hay algo que ya podemos dar por descontado: lo bonito que va a ser observar a un Athletic campeón.
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