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Se trataba de salvar el primero de los tres match balls en contra que tenía el Athletic en esta fase de grupos y se logró. Hay que celebrarlo, por tanto. Y suspirar de alivio porque este jueves, además de sus opciones en Europa, ... el equipo de Ziganda se jugaba su crédito ante un rival que le zarandeó de mala manera hace dos semanas. Aquella actuación vergonzante había que expiarla con una réplica convincente en San Mamés -llámenlo venganza si quieren- y el Athletic supo hacerlo. En la línea mental de lo visto ante el Barça aunque con menos vuelo en su fútbol, firmó un partido serio ante un Östersunds decepcionante. Su victoria no pudo ser más justa. Eso sí, se hizo esperar demasiado. La firmó Aduriz a falta de veinte minutos para el final, cuando ya empezaban los agobios y en las gradas se escuchaban, amenazantes, las manecillas de los relojes.
El magnífico fútbol que hicieron los suecos en su estadio obligó a poner el foco sobre ellos desde el pitido inicial. Era cuestión de calibrar si aquello fue una espectacular excepción, el típico partido redondo que le puede salir a cualquiera una noche en la que se alinean los astros, o es que los pupilos de Potter son realmente mucho más fieros de lo que pintaban cuando se hizo el sorteo y tuvimos que lanzarnos al Google para saber de ellos. La primera impresión fue este jueves definitiva. El Östersunds es un equipo llamativo por su buen gusto por el balón, de esos que sólo se permiten los pelotazos en caso de vida o muerte, pero tampoco es para tanto. Ni mucho menos. Digamos que es una de esas bonitas rarezas heterodoxas que a veces surgen en el deporte, pero en absoluto un equipo que pueda disputarle algo serio al Athletic a si éste se comporta como es debido.
Los rojiblancos no necesitaron hacer ningún esfuerzo agónico para tomar asiento en campo rival y dominar con claridad. Lo hicieron durante toda la primera parte, que Herrerín pasó casi como un espectador. Todo lo contrario de lo que vivió en tierras suecas, de donde tuvo que salir con la medalla al mérito laboral y un aumento de sueldo. Sólo en una aproximación de Sema por la derecha a la media hora y, sobre todo, en una buena contra de Ghoddos en el minuto 44 dieron señal de peligro los escandinavos, cuya afición fue tan ejemplar durante toda la jornada que dieron ganas de pedir un inmediato hermanamiento entre clubes o ciudades. Igualitos que otros salvajes que nos ha deparado la Europa League.
Athletic
Iago Herrerín; Lekue, Unai Núñez, Laporte, Balenziaga; Iturraspe, San José (Susaeta, m.62); Williams (Mikel Rico, m.72), Raúl García (Aketxe, m.88), Córdoba; y Aduriz.
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Östersunds
Keita; Mukiibi, Papagiannopoulos, Pettersson; Edwards, Bachirou, Nouri (Aiesh, m.79)), Widgren (Somi, m.79); Sema, Gero (Hopcutt, m.74) y Ghoddos.
Goles: 1-0, m.70: Aduriz.
ÁRBITRO: Pawel Gil (Polonia). Expulsó a Unai Núñez, en el minuto 89, por doble amonestación. Además, mostró tarjeta amarilla a los locales Lekue (m.15) y Balenziaga (m.64), y al visitante Mukiibi (m.81).
INCIDENCIAS: Partido correspondiente a la cuarta jornada del Grupo J de la Liga Europa, disputado en San Mamés ante 32.354 espectadores, según dato del club, entre ellos unos 700 seguidores visitantes. El capitán del Östersund, Brwa Nouri, realizó antes del comienzo del encuentro la tradicional ofrenda foral al busto de Pichichi de cada equipo que visita por primera vez al Athletic en La Catedral.
El problema del Athletic, como otras veces, fue de traducción. De traducir en ocasiones su dominio. La caligrafía del equipo de Ziganda era buena. También lo eran su ocupación de espacios y su equilibrio. Empezó atacando por la zona de Córdoba, cuyo dinamismo siempre se agradece, pero también supo cambiar de costado y activar a Lekue y Williams. Los jugadores estaban atentos, bien puestos, conscientes de lo que se jugaban. Su actitud, en fin, era la que exigía el partido, una auténtica final. Y, sin embargo, pese a todas esas virtudes y buenos conceptos, sólo consiguieron obligar a lucirse a Keita en una ocasión, un cabezazo de Aduriz a pase de Lekue en el minuto 34. El resto fueron llegadas más o menos peligrosas que terminaron en agua de borrajas por un mal pase o una mala elección a la hora de poner la rúbrica a la jugada.
Digamos que al Athletic, además de una mínima dosis de acierto en el carrusel de córners que logró forzar, le faltó un golpe de talento -o un pellizco de fortuna- para irse en ventaja al descanso. Es decir, para no empezar a tener prisas en la reanudación. El Östersunds, desde luego, no iba a tenerlas. Lo suyo, parecía evidente, era continuar con su guión, bien puesto atrás, ordenado y fino cuando tenía la pelota, dejando que corriera el cronómetro. Como era preceptivo, los rojiblancos apretaron tras el descanso. Encerraron a los suecos y, en apenas cinco minutos, tuvieron el 1-0 en la mano. Mejor dicho, en la cabeza de Raúl García, que remató alto desde el área pequeña un centro magnífico de Córdoba, uno de esos toques de zurdo, sutiles y exquisitos, que en San Mamés han provocado hasta lágrimas de nostalgia en los últimos años. No suele fallar el navarro ocasiones tan clamorosas, pero le tocó este jueves. En un mal momento, vaya.
Y es que el tiempo pasaba, los de Ziganda dominaban, asediaban el área de Keita con toda su buena voluntad y continuaban forzando córners, pero el gol no llegaba. A la hora, el Cuco se la jugó retirando a San José y metiendo a Susaeta para que ejerciera de medio centro, algo casi exótico. Más que un cambio, era una declaración de principios. Allí sólo quedaba ir a por todas. Es lo hicieron los rojiblancos, cuya capacidad de insistencia acabó teniendo premio cuando la gen ya empezaba a removerse inquieta en los asientos y a temerse lo peor, una despedida vergonzante de Europa. Fue en el minuto 70. Un centro de Lekue desde la derecha lo engatilló Raúl García. El balón se estrelló en el larguero , botó hacia arriba y allí apareció Aduriz, quién si no, para empujarla dentro de cabeza. Quedaban veinte minutos y el Athletic los llevó a su terreno con oficio. El Östersunds, cuyo balance ofensivo no pudo ser más pobre, no llegó ni siquiera a inquietar en los instantes finales, cuando los rojiblanco se quedaron con diez por la expulsión de Núñez. Herrerín tuvo que quedarse con las mosca detrás de la oreja pensando si aquellos suecos eran los mismos que los del otro día. No lo parecieron, desde luego. Y el Athletic tampoco, claro.
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