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Nada como una victoria aunque sea por la mínima y una sensación de mejoría general para volver a la tranquilidad. Que la preocupación que empezaba a aparecer como una bruma después de las dos primeras jornadas se haya evaporado de repente muestra bien a las ... claras que no estaba muy fundada, que en el fondo sólo era una consecuencia directa del estado de hiperansiedad que se vive hoy en día en el fútbol. Condenados a un presentismo brutal, no tenemos remedio. Si en la consideración de la gente un entrenador puede pasar de puta a monja (o al revés) en un abrir y cerrar de ojos, como solía decir Joaquín Caparrós, el aficionado también puede sufrir esa transformación radical en su estado de ánimo. Le basta un partido para pasar de ser Leoncio el León, paladín del optimismo inocente, a transformarse en Tristón, aquella hiena pesimista y ceniza que en los años setenta popularizó entre nosotros su expresión favorita: «Oh cielos, qué horror».
Así las cosas, mañana viviremos otra experiencia fuerte. Si el Athletic gana al Atlético -y qué decir si repite cualquiera de las dos exhibiciones que hizo contra él en San Mamés la pasada temporada-, el lanzamiento de cohetes será inevitable. Y si le sale un mal partido y cae derrotado llegaremos al parón con una cierta inquietud, dudando sobre cómo reaccionará el equipo al calendario tan exigente que afrontará a partir de la última semana de septiembre.
Ahora bien, si uno hace un esfuerzo mental de equilibrio va a encontrar al menos dos razones de peso para sentirse esperanzado con el grupo de Valverde, incluso ilusionado con que aguante bien en las tres competiciones y vuelva a firmar una gran temporada. Probablemente sin un título que permita repetir la gabarra, algo muy complicado, pero demostrando un alto nivel competitivo. La primera de esas razones no tiene que ver con el técnico y su plantilla sino con un factor externo: San Mamés. El ambiente de La Catedral es cada día más intenso y benéfico para el equipo. Se trata de una inercia, alimentada por los grandes resultados del equipo durante el último año y el entusiasmo del título de Copa, que en este momento no parece tener marcha atrás. San Mamés se ha convertido en un volcán en constante erupción.
El público se siente cada vez más protagonista y lo está demostrando con unas afluencias extraordinarias. Los 47.845 espectadores que hubo ante el Getafe el 12 de agosto fueron algo asombroso. Como lo fueron los 48.664 ante el Valencia. Sólo dos datos: la pasada campaña se registraron 43.091 espectadores en el partido ante el equipo de Bordalás y 46.563 frente al de Baraja. Hablamos de una subida del 7,6%. ¿Alguien duda de la enorme influencia que tiene esta mayor comunión con la grada en la energía que despliega el equipo, en su mentalidad competitiva, en su rabioso rechazo a la derrota y, desde luego, en el crecimiento de muchos jugadores? No. Es imposible dudar de ello porque se trata de un proceso absolutamente lógico. Cuanto más querido y apoyado se siente un equipo por parte de su afición, más esfuerzo hace en no defraudarla.
La otra razón de peso para la esperanza es la estabilidad de la plantilla, una vieja ventaja del Athletic respecto a la mayoría de sus rivales. Frente a los movimientos a veces sísmicos que se producen en muchos equipos, donde a las escabechinas de cada verano a veces sólo sobreviven media docena de jugadores, el delegado y el utillero, los rojiblancos no entienden de convulsiones. Esta temporada no se ha producido ninguna marcha que se pueda lamentar y han llegado Djaló, Gorosabel y, por último, Unai Núñez. La plantilla ha mejorado, aunque habrá que comprobar si lo ha hecho de manera suficiente como para superar los rigores del calendario. Lo importante, en cualquier caso, es que el grueso del grupo de jugadores se mantiene y que hay mimbres como para que haya una buena competencia interna y Valverde pueda hacer sin dolores de parto unas rotaciones más que necesarias.
El partido ante el Valencia dejó una gran noticia en esta cuestión de la competencia. Nos referimos a la gran actuación de Mikel Jauregizar como medio centro. «Tiene calidad y ritmo, mira cerca y mira lejos, es un futbolista que puede ser importante para el club de cara al futuro», dijo de él Valverde, quien también tuvo palabras elogiosas para Sancet, muy enchufado en este arranque de la Liga tras un verano que no habrá sido precisamente glorioso para él, ausente de la Eurocopa y de los Juegos Olímpicos. Lo del bermeano fue un descubrimiento feliz. Viéndole el miércoles, con su criterio con el balón y su carácter, hasta la ausencia de Ruiz de Galarreta pareció menos dramática, más llevadera.
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