Que el Athletic aplique su particular vendetta al Valencia, el premio es muy goloso

El activista de la generación de Woodstock y del bigote de morsa no estuvo el domingo en San Mamés, pero los que sí poblamos La Catedral, al finalizar el partido con derrota ante el Madrid de Benzema, nos fuimos con la sensación de haber visto ya el mismo encuentro. Muchos comentaríamos a la salida que el choque había sido pura repetición de circunstancias y tercas realidades que no cambian fácilmente los últimos años, con alguna excepción como el desenlace copero de la temporada pasada. ¿En qué consiste este guion repetitivo, que quizás nos haga preguntarnos por el suelo que pisamos?

El Athletic es un equipo con estilo propio extendido en el tiempo, con las variantes que cada librillo de míster introduce. El de Valverde, digno de toda la confianza, se basa en el juego con ritmo y presión, no exento de posesión y de búsqueda del control del juego, algo que no siempre es fácil mantener, sobre todo frente a grandes rivales. Porque parafraseando precisamente a Ancelotti, un gran equipo es el que sabe jugar de varias maneras, es decir, el que tiene la capacidad de variar el registro cuando el plan A no funciona, de inicio o por atasco sobrevenido.

Parece una letanía, como la del Deja Vu de Crosby, contemplar que el Athletic sale arrollador, aplica bien la presión, consigue la posesión y el dominio, pero no es capaz de sacar frutos del desgaste y de sus continuas llegadas al área, un mérito per se. Y así, el rival, y más cuando es de pedigrí, aprovechando su ocasión, que suele siempre aparecer, muestra la definición que a nosotros tan recurrentemente nos falta. El Real Madrid volvió a saber sufrir y a dar la estocada cuando procedía. Pegada y calidad de campeón, sí, pero también adaptabilidad a la situación. El Athletic, por su parte, compite, claro que lo hace, da la cara generosamente en este tipo de partidos de gran exigencia, pero se estrella en su déficit convertidor, y tal vez, me pregunto, algunos jugadores tendrían que cursar un intensivo de pases de la muerte. Es una vieja historia, pero no le queda otra que trabajar para ser capaz de modificar cosas que no debe dejar que se repitan fatalmente, que no nos cueste reconocer la tierra que pisamos, como dice la canción del gurú hippie recientemente fallecido.

Viene ahora otro reto ilusionante en la Copa, la competición fetiche de todos los zurigorris. Esperamos que el jueves en Mestalla no se repita, en este caso, la historia del año pasado, y que el Athletic aplique su particular vendetta ante el equipo de otro italiano, Gattuso, que en Liga no acaba de levantar el vuelo. El premio de unas nuevas semifinales es muy goloso.

David Crosby, que era un fino arquitecto de armonías vocales pero también de desencuentros pasionales, fue llamado en el mundo del rock «el superviviente más improbable», por vivir a contracorriente y en el alambre, aunque inopinadamente llegara a octogenario. Este Athletic longevo y singular, a sus 125 años, aspira a alargar su legado y a mantenerse en la élite, y para reverdecer laureles a veces hay que rebelarse. No resignarse a la predestinación ni al maldito Deja Vu.