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Hace casi dos años, en el stage de pretemporada de Países Bajos, Aritz Aduriz (San Sebastián, 39 años) realizó una confesión sobre su longevidad. En aquellos tiempos, era poco habitual que el artillero hablara a las claras de su edad. «Lo normal sería estar de vacaciones ahora mismo», deslizó en la concentración de De Lutte, a finales de julio de 2018. Pues bien, este momento ha llegado. Se acabó. Se marcha. Los problemas en la cadera, esos que le han torturado esta temporada, y también en el pasado, le obligan a tomar una dolorosa decisión. Adiós. Él dice que es tan solo «una anécdota», que en el cúmulo de desgracias que sufre ahora la sociedad, su despedida definitiva del balón se queda en un mero dato más... Pero no. Se marcha el gol del Athletic, el tipo que ha sustentado a esta formación en los últimos tiempos, la persona ya hace unas semanas aceptaba que esos problemas en la articulación le podían dificultar incluso su rutina cotidiana cuando cerrase su carrera. Por eso, para poder «llevar con la mayor normalidad posible la vida diaria» más allá del césped pasará por el quirófano y echa el cierre a su trayectoria. No podrá levantar esa Copa que tanto deseaba. Y tampoco podrá despedirse en el césped. Como se merece.
Se acaba la historia en rojo y blanco y vestido de corto de Aduriz, el que ha alimentado a la escuadra vizcaína en las últimas temporadas, con un liderazgo para el que no le ha hecho falta el brazalete de capitán. Su mujer y sus hijas, Yara y Noa, ya podrán disfrutar de él. Después de un ejercicio complicado, el 2018-19, atormentado por las lesiones y sin ese papel relevante al que ha tenido desde que regresó al club en 2012, decidió renovar hace asi un año. Por una temporada. Sin cláusula. Ese ejercicio anotó seis dianas, dos en la Liga, ambas de penalti –a lo Panenka uno de los goles; sin coger carrerilla el otro–, pobre bagaje para un delantero acostumbrado a una media de veinte goles por temporada. Este ejercicio, el último, se recordará por su golazo al Barcelona, pero también por su escasa aportación; aunque para muchos con esa diana ya hizo suficiente. 17 partidos, ninguno como titular.
«Me lo paso bien, disfruto. Mi secreto se reduce a que me lo paso muy bien». Esa es la receta de Aduriz. Suele afirmar que lo que le motiva es meter un gol, hacer un buen pase, ganar un balón aéreo... Pequeños detalles, que le aportan la ilusión propia de un canterano, con los que le gusta compartir experiencias y momentos. Estos dos últimos años, sin embargo, las dolencias físicas le han machacado y le han impedido sentirse cómodo sobre el césped. El pasado verano, con una pretemporada adecuada, la realizada en Alemania, pensaba que podría continuar con su habitual lucha, con esos saltos que le diferencian del resto, con esas batallas sin cuartel contra la defensa rival. Pero no. La lesión en la cadera izquierda le mantuvo más de tres meses sin jugar (desde finales de octubre a principios de febrero).
Si algo ha caracterizado al futbolista más veterano en debutar con la selección es la garra, la entrega, en ocasiones por encima de lo permitido. Él mismo asume que, «muchas veces», se extralimita. «Me veo en repeticiones y digo: 'Joder, tío, dónde vas... Podrías ir más tranquilo a esa...'». Pero es su seña de identidad, como la de Raúl García. «Ese carácter también me habrá dado muchas cosas, me habrá quitado algunas, pero me ha dado muchas», ha contado.
Le ha concedido, por ejemplo, jugar una Eurocopa, la de 2016; ganar una Supercopa, en 2015, con un papel protagonista; anotar por primera vez cinco tantos en el partido de la Europa League contra el Genk –esa noche se redondeó con el nacimiento de su segunda hija–; ser máximo artillero en dos temporadas de la segunda competición continental... Y ganarse el corazón de la hinchada del Athletic, ésa a la que tardó en enganchar. «Aduriz, Aduriz», ha sido un grito habitual en La Catedral en estos años.
Pero hasta alcanzar esa comunión, el delantero salió en dos ocasiones de Bilbao –una para coger experiencia y otra por exigencias de la economía del club–. Su fútbol explotó a partir de la treintena. Maduración lenta. Debutó en Amurrio, en el estadio de Basarte en septiembre de 2002 de la mano de Jupp Heynckes. Eran las 21.30 horas, y le rodeaban Guerrero, Orbaiz, Ezquerro... También estaba Aitor Larrazabal, que pronto notó ese carácter explosivo que tenía un chaval procedente del barrio donostiarra de Ategorrieta y que hacía con cierto éxito esquí de fondo, quizá una las claves de su espectacular aguante. «En un amistoso en pretemporada fue expulsado por soltar un codazo en un salto. En aquel momento, me dije: 'Va a ser jugador del Athletic, tiene que serlo'. No lo digo por lo que hizo, sino porque veía que tenía futuro como delantero centro del Athletic». Pero su tiempo todavía estaba por llegar. Se marchó al Burgos, pasó al Valladolid y, desde allí, volvió al Athletic en el mercado de invierno. Anotó 6 goles en quince partidos. Sumó goles y minutos en los dos siguientes cursos, hasta que la directiva de Fernando García Macua le vendió al Mallorca por la mala situación económica del club y para reforzar la posición de Fernando Llorente. En teoría, Ibaigane iba a recibir seis millones por una operación que se cobró nueve años después y no en su totalidad.
Entonces, Aduriz ya había vuelto a Bilbao, después de encontrar el camino de la portería en el cuadro bermellón y luego en el Valencia, con el que se estrenó en la Champions y en una convocatoria de España. Pero él deseaba regresar, su corazón está en Bilbao. Josu Urrutia le quería traer, a pesar de que Marcelo Bielsa era reticente. «Las posiciones que pedí reforzar no coinciden con las de Aduriz e Isma López», tronó el argentino en aquella volcánica rueda de prensa que nadie olvidará en Lezama con motivo de los problemas que se había encontrado con las obras en la factoría. No obstante, el rosarino respiró aliviado al cabo de un tiempo, cuando este amigo íntimo de Jon Rahm, con el que ha compartido algún torneo, se erigió en el capitán sin brazalete de un equipo en conflicto, con Llorente pensando en la Juventus, Amorebieta en modo adiós... Se echó el equipo a la espalda y comenzó una bella historia que se cerrará por una maldita lesión.
Regresó ya con 31 años y, desde entonces, ha anotado el 86% de las dianas que ha marcado con la camiseta rojiblanca. A partir de ahí, 149 de los 172 que luce en sus registros en los once cursos que ha vivido en el Athletic: es el sexto artillero histórico. ¿A qué se debe esta evolución? «He ido puliendo la intuición», señala. Perfeccionista hasta el extremo, cuidadoso de cada detalle –sería imposible sino este rendimiento que, en parte, ha sostenido al equipo rojiblanco y que sorprende hasta a los servicios médicos–, Aduriz siempre ha sido un inconformista, pero también ha tirado de humildad. Porque cuando se le ha cuestionado por su goles nunca ha dudado en mirar a sus compañeros, y compartir el mérito con todos ellos. Él fue el que calificó a la plantilla del Athletic de una «cuadrilla» después del triunfo en la Supercopa.
El fútbol le ha dado amigos, en especial dos como Iraola y Gurpegui, sin los que se sentía extraño en el vestuario, y relaciones sociales. Hasta ahora su gasolina era que se sentía «importante» en este equipo, que disponía de la capacidad para ayudar, no solo a meter goles, sino en otros procesos, en cobijar a los chavales, en servirles de guía, en esos otros asuntos que surgen en la caseta. Continuaba con su pasión, esa que le ha encantado, pero de la que también ha rehuido. «Me gusta mucho el deporte, pero no me gusta nada la parafernalia del fútbol, todo lo que le rodea». Lo suyo es el césped, no los focos. El campo, donde la «edad solo es un número», una cifra que aparece en el DNI. Pero una cadera, maldita, ha provocado su retirada. Antes de tiempo. «Olvidémonos de los finales soñados», dice en su nota.
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