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«Vine el Athletic para seis meses y ya llevo 16 años en el club». Armando Ribeiro de Aguiar (Sopela, 53 años) nunca pensó lo ... que le deparaba el destino cuando le llamaron desde el Cádiz para anunciarle en enero de 2008 que el Athletic quería ficharle.
El portero cumplió con el papel que se le encomendó de ocupar la baja del lesionado Iraizoz y dos años y medio después se integró en la estructura de Lezama como entrenador de porteros.
«Mi mayor orgullo es que cinco de ellos han debutado en Primera», se felicita. La lista la componen Kepa. Unai Simón, Remiro, Agirrezabala y Markel Areitio (se estrenó con el Eibar y ahora está en la Cultural de Durango). «No me quiero marcar méritos porque esto es una labor colectiva en la que hay un engranaje con mucha gente. Es una recompensa para todos».
Ha trabajado con los cadetes, juveniles, Basconia y desde esta campaña en el Bilbao Athletic con Carlos Gurpegui. «Sinceramente, mi trabajo como entrenador de porteros ha sido más importante que como jugador. Como futbolista vine a cumplir un objetivo a corto plazo, pero donde siento que he aportado algo al Athletic es en el trabajo que he hecho en silencio, en un segundo y tercer plano».
Armando se convirtió en uno de los fichajes más sorprendentes de la historia del club rojiblanco. Era suplente en Segunda y tenía 37 años. No era la mejor carta de presentación. Pero al final fue tan inesperado como acertado. Dio la talla en su primera campaña en los 16 partidos que jugó. Entre las dos siguientes sumó otros cinco.
Formado en el Ugeraga, jugó en los filiales de CD Logroñés y Sporting antes de incorporarse al Bermeo, Alavés y Mirandés. En 1998 llegó al Barakaldo a Segunda B, pero en el mercado de invierno fue fichado por el Cádiz, que pagó un traspaso de alrededor de 6.000 euros.
Allí tampoco pensó que iba a echar raíces. «Firmé por año y medio y me quedé nueve», evoca. «Nos recibieron con los brazos abiertos. Estábamos en Segunda B, pero para mí jugar allí era como hacerlo en Primera por la gente que nos iba a ver y por el seguimiento de la Prensa».
Era otro fútbol. Un club podía estar sin pagar a sus jugadores sin que sucediera nada. Es lo que le ocurrió a Armando en el curso 2000-01, en el que los empleados de la entidad andaluza acumularon siete nóminas pendientes y reaccionaron encerrándose en el estadio y con una manifestación en Madrid ante la sede del Grupo Zeta, por entonces propietario del club.
«Estuve encerrado con mi hijo mayor que tenía año y medio porque mi mujer estaba con el recién nacido y no podía atender a los dos. Al campo iban 12.000 personas. La hostelería se volcó con nosotros y los restaurantes nos llevaban la comida. Nos quedábamos con las taquillas, que repartíamos entre los empleados después de descontar gastos como la contratación de autobuses», rememora.
Fueron momentos duros. «Llegaba a fin de mes porque tenía unos ahorros, pero no pagaba el alquiler del piso en Cádiz porque no podía y además tenía mi casa en Sopela, que también debía pagarla».
Armando creció con el Cádiz. Llegó en Segunda B y tras dos ascensos y un Trofeo Zamora en Segunda alcanzó el cielo de la Primera. «Pasamos de tener un estadio viejo y un campo de entrenamiento malo a un estadio reformado y una ciudad deportiva cuando me fui».
En el curso 2005-06 le tocaba medirse al Athletic. Lo hizo en el Carranza, con triunfo local por 1-0, pero no en San Mamés. «Estábamos abajo y en esas situaciones hay cambios. Me quitaron unas jornadas antes. Fue un disgusto tremendo no jugar en Bilbao. El míster (Víctor Espárrago) me dio la opción y le dije que no quería ni venir convocado porque si no habría estado todo el partido llorando en el banquillo».
Sólo tiene palabras de agradecimiento hacia el club andaluz. «Me dio continuidad en la Liga profesional. Allí me he sentido muy valorado y he sido muy feliz».
De repente, sucede algo inesperado. A mediados de noviembre de 2007 en un Hércules-Athletic. «Lo estaba viendo en casa. Veo lesionarse a Iraizoz y animaba a Dani (Aranzubia, el suplente) para que le fuera bien».
Agobiado por la lesión de su portero titular y por no tener confianza en el suplente, Joaquín Caparrós convence al presidente, Fernando García Macua, de la necesidad de contratar un sustituto.
A Armando ni se le ocurre pensar que aquella lesión iba a cambiar su vida. La Prensa vizcaína comienza a publicar su nombre, pero es escéptico. «Nunca me imaginaba que iba a jugar en Athletic por muchas cosas, porque no tenía perfil de portero de Lezama, porque no tenía trayectoria en Primera, por la edad y porque aquí había grandes porteros como Iraizoz, Aranzubia y Lafuente».
Hasta que el preparador físico del Cádiz le revela que le ha llamado Caparrós preguntándole por él. Y que su respuesta fue: «Le he dicho que te lleve de cabeza».
Así fue. El Cádiz le cita en las oficinas y le plantea el escenario. Le queda año y medio de contrato y debe renunciar a ello y a algún dinero que le debían a cambio de firmar medio año por el Athletic. «Me la jugué porque no tenía la garantía de jugar».
En realidad, todo el mundo pronosticaba que llegaba como suplente de Aranzubia, pero a los tres días de aterrizar en Bilbao Caparrós le incluyó en la convocatoria para jugar en Mendizorroza.
Estaba en el hotel charlando con un amigo cuando el hoy seleccionador y entonces delegado, Luis de la Fuente, le dijo que Caparrós quería hablar con él. La conversación fue la siguiente:
– ¿Estás preparado para jugar?
– Si.
– Quiero que seas muy valiente porque necesito un portero valiente y quiero que lo seas.
El Athletic perdió 1-0. «Estuve bastante frío. No me importaba que me criticaran. Lo que me importaba era estar a la altura, Lo que me pidieron que hacer, lo hice La semana fue dura porque perdimos. Luego el run run de San Mamés ante el Levante, un partido que ganamos. El tercer partido logramos un 1-2 en campo del Atlético de Madrid. Ese partido me marcó. Creo que la gente me aceptó. Ahí empecé a sentirme respaldado por el entorno. Hasta entonces, había sido bastante tenso todo».
Dos años y medio después se retiró. «Aranzubia se portó muy bien conmigo, aunque entiendo que su situación era muy difícil», habla sobre el gran damnificado por su llegada. Mira atrás y se siente feliz por lo que dio. «Disfruté muchísimo. Me lo tomé como un regalo. Iraizoz me dijo tiempo después que verme entrenar era una pasada. Me gusta el poso que he dejado», se despide.
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